“Felices los que guardan la palabra de Dios con un corazón bien dispuesto, y dan fruto gracias a su constancia” (Cf. Lc. 8,15), cantamos en la antífona aleluyática previa a la proclamación del evangelio. Promesa de felicidad que el Señor hace a toda persona que se dispone interiormente para escuchar a su Dios. Ahora bien, este querer guardar la palabra de Dios que fructifica en el corazón del hombre ya comienza a vislumbrarse en el Antiguo Testamento.
Abraham ha reservado en su interior la promesa del Señor que tendría un hijo (Gén.15), esperándolo confiadamente a pesar de las dificultades. Seguirá con su misma forma de hospitalidad hacia el Señor, representado en estos tres hombres que se acercan a él, y que según los Padres de la Iglesia son un anticipo de la Trinidad, revelada plenamente en el evangelio. Abraham los recibe y se entrega totalmente a través de los dones que prepara como signo de hospitalidad ante quienes vienen a su encuentro. Por medio de uno de ellos se le asegura que el niño nacerá un año después.
Abraham escuchó la palabra, la guardó y fructificó a su tiempo. Por eso no es de extrañar la actitud de Sara que al escuchar la ratificación de la promesa para después de un año se va reír pensando en la imposibilidad de esto a causa de la vejez de ambos, como señala a continuación el relato bíblico (cf. Gén. 18,12). Ella no había guardado confiadamente en su corazón la promesa hecha por el Señor, y por eso es incapaz de creer.
Le sucedió lo mismo que a Marta, esta mujer que recibe a Jesús en su casa. Tanto una como otra, ocupadas en los quehaceres de la casa no caían en la cuenta de la necesidad de guardar la palabra de su Señor.
En sí mismo no está mal preocuparse por las tareas domésticas. Pero Jesús quiere llamar la atención sobre algo muy común en la naturaleza humana. En efecto, vivimos a las corridas, todos los días detrás de las preocupaciones, de los proyectos, de las limitaciones nuestras, de lo que va a venir, de un futuro que no sabemos si vamos a alcanzar, de un pasado que ya no existe, de un presente que nos atiborra de noticias, de situaciones y de problemas y que inquietan el corazón. Jesús por el contrario nos invita a recoger nuestro espíritu cada día para prepararle lugar en nuestro corazón.
Cuando venimos a la Iglesia el domingo, a celebrar la Eucaristía, a ofrecer el sacrificio del Señor al Padre junto con el nuestro, acudimos a encontrarnos con Él, que quiere entrar en nuestra casa, en nuestro hogar, en nuestro corazón y nuestra vida. Él quiere que lo escuchemos, que dejemos nuestras preocupaciones atrás, que no nos interesen el celular o los mensajes de texto, o lo que nos tiene sacados y olvidados de atender la única voz que vale la pena percibir siempre, la suya.
Por eso Jesús dirá a Marta que se inquieta por muchas cosas y que María ha elegido la mejor parte que no le será quitada.
Porque de hecho en esta vida nosotros perdemos todo o podemos perderlo, sin que esto dependa incluso muchas veces de nuestra voluntad.
Lo único que el ser humano no pierde a no ser que quiera, porque depende de sí mismo, es el encuentro con el Señor. Perdemos o podemos perder la salud, la fortuna, el honor, la fama, los amigos, la vida. En cambio, la amistad con el Señor, nunca la malogramos si no queremos. De allí la afirmación de que María eligió la mejor parte que no le será quitada.
Al escuchar confiadamente al Señor, María se ofrece totalmente como lo hizo en el Antiguo Testamento el mismo Abraham. Jesús nos deja la enseñanza que para la vida de todos los días es necesario escucharlo y contemplarlo a Él, para que de esa contemplación y de esa escucha demos fruto abundante, es decir, tenga sentido la vida activa.
Estas dos mujeres representan de alguna manera la vida contemplativa –María- y la activa –Marta- que no están separadas sino que deben complementarse. Porque la vida activa necesita de esa luz que proviene del encuentro con el Señor que le da sentido a las preocupaciones, a los problemas, a cómo hemos de afrontar lo que nos sucede cada día, tanto las cosas buenas como las malas.
Muchos acontecimientos con frecuencia nos desesperan, y esto porque no hemos pasado antes por ese encuentro personal con el Señor que siempre aquieta nuestro espíritu dándole sentido a todo lo que sucede.
Por eso el cristiano cuando une esa vida contemplativa con la activa, es contemplativo en la acción –como enseña san Ignacio de Loyola- y entiende cada vez más cómo en definitiva la vida humana está en manos de Dios ya que nada escapa a su Providencia.
Aún los hechos negativos que tenemos que soportar, siempre son para nuestro bien y, Dios quiere sacar incluso de lo malo buenas cosas.
De allí la necesidad de capitalizar nuestra vida, nuestra experiencia, y darle un sentido nuevo, totalmente diferente a lo que nos acontece, confiados en que la palabra del Señor nos irá dando las respuestas.
En estos días hemos vivido quienes creemos, una experiencia desagradable, pero aún allí estuvo presente el Señor que viene a enseñarnos.
En efecto, también a través de la permisión del mal, Él quiere decirnos que está por encima de todo ello, que con su providencia guía al mundo hacia la meta final, al encuentro con el Padre del Cielo.
Es cierta la probabilidad que muchos queden en el camino como fruto del pecado y de la obstinación en el mal o el rechazo de Dios, pero no por eso el plan de Dios deja de realizarse, ya que los mismos sucesos nos van enseñando muchas cosas en relación con la vida diaria.
Descubrimos, por ejemplo, que la ley aprobada pretendiendo cambiar la institución matrimonial, fue programada y preparada sistemáticamente por medio de un lavado de cerebro permanente de la población en general. Medios de difusión, no todos, cómplices de estas ideologías, sirvieron de herramienta en programas o paneles radiales y televisivos, o en escritos de opinólogos, para instalar un nuevo pensamiento cuasi “colectivo”
Poco a poco fue introduciéndose en la población desprevenida términos como igualdad de derechos para todos; la discriminación –palabra que nos aterra más que el espíritu del mal o el infierno, en los cuales ya no creen según parece hasta no pocos legisladores- como acusación cuando no se iguala a todos; la cultura democrática como superadora de lo medieval, etc. Y nosotros insensiblemente nos arriesgamos a perder el sentido de la verdad, de las cosas mismas, porque no escuchamos la palabra del Señor.
Jesús en el texto de Marcos (cap. 10, 2 y sgtes) nos dice hablando del divorcio –remitiéndose al libro del génesis-, que desde el principio no fue así ya que Dios nos hizo varón y mujer y, que el varón dejará a su padre y a su madre para unirse a su mujer y llegar a ser los dos una sola cosa.
De esa manera la palabra de Jesús nos ilumina, -si estamos como María de Betania dispuestos a escucharlo-, con una verdad incontrastable, de modo que aunque otras propuestas puedan ser presentadas para alcanzar fuerza de ley civil, carecen de validez para el creyente que ya fue iluminado con la única verdad, por el Maestro del cual somos discípulos.
Fundados por lo tanto nosotros en las enseñanzas de Jesús no sólo nos afirmamos en la verdad recibida como don, sino que al mismo tiempo descubrimos la tarea inherente a esa verdad, es decir, el deber de enseñarla a los demás, niños, jóvenes, hijos, amigos y familia toda.
Se nos preguntará en distintos grupos humanos, quizás bajo la influencia de otras voces, ¿de dónde sacaste esa afirmación? Es el Señor quien me lo ha enseñado, y para mí, desde la fe, es suficiente- ha de ser nuestra respuesta.
Cuando se vive de la fe, esperanza y de la caridad, como imploramos como don en la primera oración de esta misa, no necesitamos de otras voces que nos aturden, nos confunden, que nos sacan de la única verdad.
Eso es lo que Jesús le está diciendo a Marta de Betania: “no te distraigas, no escuches tanto lo que se dice en la radio, en la televisión o se lee en los medios escritos. No idolatres lo que afirma uno u otro con aires de sabelotodo, ya que al agregar a su ignorancia la soberbia, se cae fácilmente en la necedad. ¡Escúchame a mí, como lo hace María tu hermana!”.
María que está a los pies del Señor, con la actitud propia del discípulo que escucha a su Maestro, nos está diciendo que siguiendo su ejemplo recobraremos fuerzas para seguir en nuestra misión evangelizadora.
En estos días pude comprobar muchos enojos, tuve la oportunidad de hablar con no pocas personas sobre esta ley discriminadora de la verdad y entronizadora de la ficción e intuir el futuro negro que se avecina a todos.
De estas vivencias constatamos una vez más, que es la palabra de Dios la que ilumina los acontecimientos y no la de los hombres.
Dios se ríe de quienes pretenden cambiar lo que Él mismo diseñó en la naturaleza de las cosas dándoles su propia identidad. Podrán igualarse realidades distintas, pero tarde o temprano estas invenciones se derrumbarán por sí solas, ya que se sustentan sólo en la mayoría voluntarista ocasional de quienes debieran ocuparse del bien común.
Escuchábamos recién a San Pablo que se dirigía a los colosenses (cap. 1, 24-28), -y por lo tanto también a nosotros-, decir que él fue enviado a manifestar el misterio oculto desde siempre, el que Cristo “es la esperanza de la gloria”, asegurando que este Misterio de salvación es revelado a los santos. Y, ¿Quiénes son los santos en el lenguaje paulino? La gente que vive en gracia de Dios, que busca el bien y agrada a su Señor.
De allí que no debe extrañar el escuchar que legisladores, gobernantes e incluso sacerdotes dicen ser católicos pero no piensan ni obran como tales.
Son católicos de nombre, ya que habiendo recibido el mensaje de Cristo como Hijo de Dios, no lo han encarnado en sus vidas, iluminándolas con esa verdad. Recibir no es sólo creer en Jesús sino que implica adherirse de mente y corazón a esa verdad fundamental para nuestra existencia humana.
Cuando se hacen esas especies de jugarretas mentales diciendo “soy esto, pero no lo soy o pienso distinto a lo que digo que soy” es porque no hubo adhesión al misterio central del cristianismo que es Cristo Nuestro Señor.
La palabra de Dios nos enseña, nos educa, nos forma, por la contemplación del Señor. Pero al mismo tiempo nos enseña a tener memoria cuando actuemos en la acción política sin apoyar a quienes demuestran tener discursos que van de la mano con ideologías anticristianas, aunque afirmen que son católicos.
No todos los que actúan en política son ineptos o buscan su propio interés. Hay quienes se juegan incluso por los principios que están antes de la fe misma, presentes en el origen del hombre.
La memoria nos ayuda a pasar de la contemplación de la palabra del Señor a la acción. De la vida contemplativa a la activa. O sea que el bautizado debe salir del sueño en el que está inserto con frecuencia y comprometerse en acciones positivas, que transformen nuestra Patria. El cristiano ha demostrado en estos días que cuando es convocado por una causa noble es capaz de hacerse presente y reclamar lo que es justo para cambiar esta situación en la que nos vemos postrados.
¡El Señor tiene sus tiempos y manifestará con hechos concretos qué es lo que quiere de nosotros levantando a nuestra Patria que ha nacido cristiana de tanta postración! Vayamos a su encuentro, pidamos su luz y, obremos apoyados en su fuerza.
La memoria nos ayuda a pasar de la contemplación de la palabra del Señor a la acción. De la vida contemplativa a la activa. O sea que el bautizado debe salir del sueño en el que está inserto con frecuencia y comprometerse en acciones positivas, que transformen nuestra Patria. El cristiano ha demostrado en estos días que cuando es convocado por una causa noble es capaz de hacerse presente y reclamar lo que es justo para cambiar esta situación en la que nos vemos postrados.
¡El Señor tiene sus tiempos y manifestará con hechos concretos qué es lo que quiere de nosotros levantando a nuestra Patria que ha nacido cristiana de tanta postración! Vayamos a su encuentro, pidamos su luz y, obremos apoyados en su fuerza.
Cngo Ricardo B. Mazza. Homilía en el XVI domingo ordinario, ciclo “C”. 18 de Julio de 2010.-
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