17 de julio de 2010

Invitados a caminar en el verdadero amor.


En la primera lectura tomada del libro del Deuteronomio (30, 10-14) se hace mención a la necesidad de que el pueblo de Israel escuche al Dios de la revelación y ponga en práctica su palabra. Ésta no es inalcanzable para el entendimiento humano, ni imposible de encarnar en la vida de todos los días por una voluntad que se dirija siempre al bien. De esa manera cada persona pondrá de manifiesto su conversión al Creador. La fidelidad al Dios de la Alianza caracterizada por la lealtad a su ley, constituye para ellos una respuesta concreta a los abundantes dones recibidos permanentemente por Aquél que nunca se deja ganar en generosidad. Él se manifiesta de esa manera cuando el ser humano lo busca de todo corazón, lo escucha y sigue su palabra.
El pasaje bíblico proclamado (30,14) nos asegura que el mandamiento divino está escrito en el corazón del hombre desde el principio, corroborado esto por el profeta Jeremías (31,33) cuando enseña que es una ley que no proviene del exterior sino que está impresa en el corazón del hombre. Más aún, el profeta Ezequiel (36, 26-27) hablando de la ley de Dios, afirmará que Dios entrega su espíritu para renovar el corazón humano y capacitarlo para observar el mensaje recibido.
Jesús en el evangelio que acabamos de proclamar (Lucas 10,25-37), realiza plenamente esta interiorización de la palabra divina, ya que nos ayuda a entenderla y a descubrir lo que significa e implica para cada uno.
El doctor de la Ley del relato busca tentar a Jesús con una pregunta innecesaria, ya que él conoce perfectamente la ley, interrogándolo acerca de lo que se ha de hacer para alcanzar la vida eterna.
Como respuesta, el Señor le indagará a su vez sobre lo escrito en la ley de Dios, tratando de profundizar en el tema que se ha iniciado, a lo que el letrado indicará que es necesario amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a sí mismo. Con este modo de reflexionar, demuestra el hombre que conocía qué se ha de hacer para alcanzar la meta del encuentro con el Creador.
Sin embargo, para justificar su intervención, pregunta nuevamente ¿quién es mi prójimo?
Jesús sin reprocharle cosa alguna le responderá mostrando la novedad que implica el vocablo prójimo o próximo.
En efecto, para el doctor de la ley el prójimo es quien está cercano a él, ya sea familiar o amigo. Jesús, en cambio, introduce una idea muy particular: quien se acerca al abatido es realmente prójimo o próximo.
Es decir prójimo no es el otro a quien considero como tal, sino que soy yo y cada uno quien se hace prójimo toda vez que nos acercamos al otro a causa de sus necesidades, para socorrerlo.
Jesús lo ejemplifica a través de esta hermosa parábola que acabamos de escuchar. Un hombre -que no identifica por su raza o religión- es asaltado en el camino, despojado de todo, herido y abandonado medio muerto.
Este hombre encarna a todo ser humano que en este mundo está quebrado en el orden espiritual o material, o sea, en todos los aspectos de la vida. Nosotros mismos tenemos experiencia con frecuencia de encontrarnos con tantos corazones heridos o destrozados ya sea por los males que han recibido, o porque no han sido comprendidos, o están llenos de rencor, porque han perdido el honor o la fama, se los ha privado injustamente de sus bienes, o heridos con la peor de las heridas que es el pecado.
De hecho cuando la persona vive en pecado, ha sido asaltada por el espíritu del mal despojándola de la gracia, dejándola medio muerta e incapaz de salir de ese estado por su sola voluntad.
Ante el caído de la parábola, pasan un sacerdote y un levita que no se detienen, sino que prosiguen su camino ensimismados en lo suyo. Estos personajes representan a todo ser humano que pasa junto al que sufre y no se conmueve en su corazón, omitiendo toda acción de consuelo. Es lo que se llama pecado de omisión ya que se deja de hacer alguna acción buena a la que nos apremia la caridad.
Pasa a continuación un samaritano, despreciado por los judíos, no considerado para nada, pero es ese quien se conmueve en su corazón y se acerca al casi moribundo. Cura sus heridas, las cubre con aceite y vino, el aceite del consuelo, el vino de la esperanza. Luego lo lleva en su cabalgadura hasta la posada para que sea atendido debidamente.
Éste fue el que se aproximó, se hizo cercano al herido, y a quien coloca Jesús de ejemplo diciendo “ve tú y haz lo mismo”. Jesús nos enseña así una manera perfectísima para amar al prójimo que consiste en conmovernos ante el dolor del otro llevando nuestro consuelo y ayuda. El mismo Jesús se nos adelanta en relación con esto, ya que Él ha venido para hacerse cercano y prójimo de las miserias de todo hombre.
Esto sucede así ya que como dice San Pablo en la segunda lectura (Col. 1, 15-20) Jesús es la imagen del Padre. Si el Padre se mirara en un espejo, veríamos la imagen de su Hijo hecho hombre. Como “imagen”, Jesús al entrar en la historia humana va introduciendo con gestos y palabras al mismo Padre, de manera que su misericordia se prolonga y comunica a través de su Hijo hecho hombre Jesús, el cual vino a liberar al hombre del demonio, a curar a los enfermos, a enseñarles la palabra de la verdad, a sacar al pecador de sus miserias morales, a iluminar a los que estaban confundidos.
Todo esto que Jesús hace, espera que nosotros también lo hagamos en nuestra vida cotidiana. Y esto porque el hombre por el sacramento del bautismo se ha convertido también en imagen de Jesucristo. Ha sido transformado en su interior y llamado a revivir la persona de Cristo en su existencia de cada día.
Por eso el cristiano se ha de sentir próximo de aquél que necesita de su caridad, de su afecto, de su consuelo y comprensión, y de esa manera hacerlo visible al Maestro.
Queridos hermanos nuestra tarea diaria ha de consistir en aproximarnos ante el dolor ajeno para llevar ese consuelo que viene del Padre.
Pidamos para ello humildemente que la luz de lo alto nos enseñe el camino y, que la fuerza del Espíritu de Cristo nos anime a que así podamos hacerlo.


Cngo Ricardo B. Mazza. Homilía en el domingo XV durante el año (ciclo “C”). 11 de julio de 2010.

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