19 de agosto de 2010

LA ASUNCIÓN DE MARÍA SANTÍSIMA Y NUESTRO ENCUENTRO CON DIOS

Nos hemos congregado para celebrar a María Santísima, Madre de Jesús y madre nuestra y, saludarla como lo ha hecho su prima Isabel (Lc. 1, 39-56) diciéndole “Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor”. Esta fiesta de la Asunción de María Santísima en cuerpo y alma a los cielos, es la culminación del camino de fe que emprendiera cuando se le anunció sería la Madre del Salvador, continuara desde el nacimiento del mismo a quien acompañó a lo largo de su vida pública, especialmente permaneciendo junto a Él al pie de la cruz y, perfeccionara en Pentecostés.
María que ha creído en lo que se le ha anunciado, fue preparando su corazón día a día para ir compenetrándose más y más en el misterio de su Hijo. Quizás si se le hubiera manifestado todo de una sola vez se hubiera sentido perpleja para realizar lo que se le pedía. Por eso el misterio del Hijo de Dios en su seno, su vida y el misterio de la redención, se manifestó paulatinamente y, en cada instante de su vida repitió: “He aquí la servidora del Señor, hágase en mí según su Palabra”, significando su total disponibilidad al designio divino.
Ella ya fue anunciada en el Antiguo Testamento. Ayer en la misa de la vigilia proclamamos en el primer libro de las Crónicas (cap.15, 3-4.15-16; 16,1-2) el acontecimiento de la entronización del arca de la alianza por el rey David en medio de fiesta y la alegría de todo el pueblo, haciendo visible la presencia de Dios por medio de las tablas de la Ley. María, en relación a este hecho, es reconocida como la nueva arca de la alianza porque en su seno habitaba la Palabra de Dios hecha carne.
En la línea del primer libro de las Crónicas, el texto del Apocalipsis (11, 19ª; 12,1-6ª.10) que acabamos de escuchar, comienza diciendo que se abrió el templo de Dios que está en el cielo y quedó a la vista el arca de la alianza. Es decir quedó visible no sólo la presencia de Dios sino también la nueva arca de la alianza que es María entronizada junto a su Hijo en lo más alto de la gloria. De este modo, a través de signos e imágenes, el libro del Apocalipsis sigue anunciando este misterio de la Virgen Madre.
Es la mujer revestida de sol con la luna a sus pies con una corona de doce estrellas en su cabeza signo de las doce tribus de Israel, pero también de los doce apóstoles y que está a punto de dar a luz a su Hijo, el enviado del Padre hecho hombre. Pero junto con este hecho esperanzador, aparece el otro signo, el adversario de Dios que es el espíritu del mal, bajo la figura del dragón que quiere devorar al que va a nacer.
Desde la antigüedad se ha visto en esta imagen a María Madre que da a luz al Salvador ante la furia e impotencia del maligno, pero también a toda la humanidad que con los dolores del parto de la purificación, -significando el soportar y vencer las continuas acechanzas del enemigo del hombre, el demonio-, quiere entrar en el mundo nuevo del reinado de Cristo.
El texto sagrado corrobora esta explicación al afirmar que el Hijo recién nacido es elevado hasta Dios para reinar, mientras la mujer huye al desierto donde se le había preparado un refugio, -signo de la Iglesia en medio de las persecuciones de este mundo y los consuelos de lo Alto-, esperando la victoria definitiva de Dios, asegurada por la voz que proclama “ya llegó la salvación, el poder y el reino de nuestro Dios y la soberanía de su Mesías”.
Esto que escribe Juan a los cristianos de su tiempo para consolarlos y darles fuerza en medio de las persecuciones, llega también a nosotros y nos está asegurando el triunfo definitivo del Señor, del que la Asunción de María su Madre es un anticipo.
En efecto, en María se realiza el cumplimiento de lo que nos decía san Pablo en la segunda lectura (I Cor. 15, 54-57) de la misa de la vigilia, cuando recordaba la victoria sobre el poder de la muerte “cuando lo corruptible se revista de incorruptibilidad”, que es justamente lo que estamos celebrando con el misterio de la Asunción a los cielos.
Esta victoria de María es por otra parte un anticipo de nuestro triunfo, de allí que en la primera oración de esta misa pedíamos a Dios que la presencia de la Virgen en el cielo nos ayude a contemplar los bienes que se esperan, para que esta meta de triunfo y de gloria, ilumine y de sentido a nuestro caminar por el mundo.
Para los cristianos de todos los tiempos la Asunción de María Santísima en cuerpo y alma constituía una verdad creída y vivida pacíficamente por los hijos de la Única Iglesia de Cristo. De allí que cuando Pío XII el primero de noviembre de 1950 declara la Asunción como dogma de fe que debe ser sostenido por los creyentes católicos, no hizo más que poner en evidencia el común sentir de los creyentes. Tenían conciencia clara, -era la fe de todo el Pueblo de Dios-, que aquella que dio a luz al Verbo Encarnado no podía estar sujeta a la corrupción de la carne propio de los mortales y, la recordaba en su triunfal victoria sobre la muerte.
María nos invita este día a que sigamos caminando por el mundo cantando su magnificat. Que nos animemos a cantar con ella las grandezas del Señor. Que sintamos en nuestro corazón el gozo de pertenecer a Dios nuestro Salvador sabiendo que al igual que sucedió con Ella, Él mira la pequeñez de nuestro corazón, toda vez que abrimos nuestro interior para llenarlo de su presencia.
Pidamos al Padre que nos siga elevando cada vez más como hijos suyos, creciendo en el amor por el que nos ha traído a este mundo para conocerlo, amarlo y servirlo siempre.
Pidamos a María que permanezca en la vida de la Iglesia y en la nuestra, conduciéndonos al encuentro de su Hijo, para poder así algún día, ser coronados como ella, con la gloria de la contemplación divina.

Cngo Ricardo B. Mazza. Cura Párroco de la parroquia San Juan Bautista, en Santa Fe de la Vera Cruz, Argentina. Homilía en el día de la Asunción de María Santísima. Domingo 15 de agosto de 2010.
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