A cien años del comienzo pastoral parroquial (1º de abril de 1910 - 1º de abril de 2010), en el día de la fecha, con la celebración eucarística presidida por el arzobispo de Santa Fe, Mons. José María Arancedo, se procedió en la parroquia San Juan Bautista de Santa Fe de la Vera Cruz, a uno de los más solemnes ritos litúrgicos.
En coincidencia con la memoria del Martirio de San Juan Bautista, a quien está destinada la parroquia, se celebra la dedicación de la iglesia y la consagración del nuevo altar.
En coincidencia con la memoria del Martirio de San Juan Bautista, a quien está destinada la parroquia, se celebra la dedicación de la iglesia y la consagración del nuevo altar.
El rito de la Dedicación de Iglesias y de Altares es una de las más solemnes acciones litúrgicas. El lugar donde la comunidad cristiana se reúne para escuchar la Palabra de Dios, rezar y, principalmente, para celebrar los sagrados misterios, y donde se reserva el Santísimo Sacramento de la Eucaristía, es imagen peculiar del templo espiritual edificado con piedras vivas.
La Dedicación de la Iglesia es un día de fiesta, que no puede pasar desapercibido, sino que debe marcar un hito importante en la vida eclesial. El rito sigue los pasos de los tres sacramentos de la iniciación cristiana, reforzando el simbolismo de la iglesia como representación de la comunidad y de cada uno de los fieles, templo del Espíritu Santo, que se reúnen en ella: la aspersión en recuerdo del Bautismo; la unción del altar y de los muros de la iglesia, por la Confirmación; y la cremación del incienso sobre el altar, revestimiento e iluminación de éste, por la Eucaristía.
La aspersión: en clara analogía con el Bautismo en virtud del cual somos hijos de Dios, el altar y la iglesia son rociados con agua bendita.
Mediante el canto de las letanías, la oración se dirige a Dios Padre y se pide intercesión de la Virgen María y de todos los santos.
Se dice también una peculiar y solemne oración de dedicación, en la que se expresa la voluntad de dedicar para siempre la iglesia al Señor y se pide su bendición. Con esta oración comienza propiamente el rito de la dedicación.
Símbolo de Cristo
Los ritos de la unción, incensación, revestimiento e iluminación del altar expresan con signos visibles algo de aquella invisible obra que realiza Dios por medio de la Iglesia, que celebra los sagrados misterios, sobre todo el de la Eucaristía.
Por la unción del Crisma, el altar se convierte en símbolo de Cristo, que es y se llama por excelencia el “Ungido”, que ofreció en el altar de su cuerpo el sacrificio de su vida para la salvación de todos los hombres. Los muros, símbolo de los fieles como “piedras vivas”, son ungidos con el Santo Crisma, significando que se dedica la iglesia plena y perpetuamente para el culto cristiano. Se hacen doce unciones, según la tradición litúrgica, con las que se significa que la iglesia es una imagen de la santa ciudad de Jerusalén, cimentada sobre las columnas de los Apóstoles del Cordero. (Apoc. 21,14).
Se quema incienso sobre el altar para significar que el sacrificio de Cristo, que se perpetúa allí sacramentalmente, sube a Dios como suave perfume y también para expresar que las oraciones de las fieles, propiciatorias y agradecidas, llegan hasta el trono de Dios (Apoc. 8, 3-4).
La incensación de la nave de la iglesia significa que por la dedicación se convierte en casa de oración; pero se inciensa primero al pueblo de Dios, que él es el templo vivo en el que cada uno de los fieles es un altar espiritual.
El revestimiento del altar con manteles blancos y su iluminación con cirios indica que el altar cristiano es ara del sacrificio eucarístico y al mismo tiempo la mesa del Señor, alrededor de la cual los sacerdotes y los fieles celebran la Eucaristía, el memorial de la muerte y resurrección de Cristo y comen la Cena del Señor. Por eso el altar, como mesa del Banquete sacrificial, se viste y se adorna festivamente. La iluminación del altar, seguida de la iluminación de la iglesia, recuerda que Dios es “la luz para iluminar a las naciones” (Lc. 2,32), con cuya claridad resplandece la iglesia y por ella toda la familia humana.
La Dedicación de la Iglesia es un día de fiesta, que no puede pasar desapercibido, sino que debe marcar un hito importante en la vida eclesial. El rito sigue los pasos de los tres sacramentos de la iniciación cristiana, reforzando el simbolismo de la iglesia como representación de la comunidad y de cada uno de los fieles, templo del Espíritu Santo, que se reúnen en ella: la aspersión en recuerdo del Bautismo; la unción del altar y de los muros de la iglesia, por la Confirmación; y la cremación del incienso sobre el altar, revestimiento e iluminación de éste, por la Eucaristía.
La aspersión: en clara analogía con el Bautismo en virtud del cual somos hijos de Dios, el altar y la iglesia son rociados con agua bendita.
Mediante el canto de las letanías, la oración se dirige a Dios Padre y se pide intercesión de la Virgen María y de todos los santos.
Se dice también una peculiar y solemne oración de dedicación, en la que se expresa la voluntad de dedicar para siempre la iglesia al Señor y se pide su bendición. Con esta oración comienza propiamente el rito de la dedicación.
Símbolo de Cristo
Los ritos de la unción, incensación, revestimiento e iluminación del altar expresan con signos visibles algo de aquella invisible obra que realiza Dios por medio de la Iglesia, que celebra los sagrados misterios, sobre todo el de la Eucaristía.
Por la unción del Crisma, el altar se convierte en símbolo de Cristo, que es y se llama por excelencia el “Ungido”, que ofreció en el altar de su cuerpo el sacrificio de su vida para la salvación de todos los hombres. Los muros, símbolo de los fieles como “piedras vivas”, son ungidos con el Santo Crisma, significando que se dedica la iglesia plena y perpetuamente para el culto cristiano. Se hacen doce unciones, según la tradición litúrgica, con las que se significa que la iglesia es una imagen de la santa ciudad de Jerusalén, cimentada sobre las columnas de los Apóstoles del Cordero. (Apoc. 21,14).
Se quema incienso sobre el altar para significar que el sacrificio de Cristo, que se perpetúa allí sacramentalmente, sube a Dios como suave perfume y también para expresar que las oraciones de las fieles, propiciatorias y agradecidas, llegan hasta el trono de Dios (Apoc. 8, 3-4).
La incensación de la nave de la iglesia significa que por la dedicación se convierte en casa de oración; pero se inciensa primero al pueblo de Dios, que él es el templo vivo en el que cada uno de los fieles es un altar espiritual.
El revestimiento del altar con manteles blancos y su iluminación con cirios indica que el altar cristiano es ara del sacrificio eucarístico y al mismo tiempo la mesa del Señor, alrededor de la cual los sacerdotes y los fieles celebran la Eucaristía, el memorial de la muerte y resurrección de Cristo y comen la Cena del Señor. Por eso el altar, como mesa del Banquete sacrificial, se viste y se adorna festivamente. La iluminación del altar, seguida de la iluminación de la iglesia, recuerda que Dios es “la luz para iluminar a las naciones” (Lc. 2,32), con cuya claridad resplandece la iglesia y por ella toda la familia humana.
No hay comentarios:
Publicar un comentario