Jesús seguramente ha estado hablando a la gente acerca de la salvación. De allí la pregunta que le hacen acerca del número de los que se han de salvar (Lucas 13, 22-30). Pero esta pregunta está motivada por la curiosidad, por eso el Señor no la responde directamente refiriéndose a cuántos se han de salvar, sino señalando qué es necesario hacer para llegar a la meta. Comprender cuál es el verdadero camino de la salvación, es decir, en qué consiste entrar por la puerta estrecha es propio de quien actúa con verdadera sabiduría, la del evangelio.
Siempre existió en la conciencia del hombre la preocupación, inquietante por cierto, acerca de los que se habrían de salvar, es decir de quienes pudieran salir del estado de postración al que los había sometido el pecado desde su nacimiento, para encontrarse con su Salvador.
La salvación es siempre obra de la misericordia de Dios, es un don gratuito que se dirige siempre a los seres humanos porque hemos sido llamados desde la eternidad para constituir un solo pueblo, meta a la que el hombre no puede llegar por sí solo, constituyéndose el mismo Dios en centro de convergencia de todos los pueblos.
El profeta Isaías (66, 18-21) precisamente señala que un signo del poder de Dios y de la salvación que actúa en el mundo, es la reunión de todos los hombres, venciendo el poder de las fuerzas de la dispersión.
En efecto, mientras la acción del hombre es muchas veces desunión, dispersión, guerra y enfrentamientos, Dios busca siempre unir a todos los que se encuentran dispersos. Esta verdad está presente siempre en la palabra de Dios, y nos encontramos con este anuncio que hace Jesús de la presencia del reino entre nosotros, que en definitiva se prolonga a través de la presencia de la Iglesia.
De allí que la pregunta acerca de si son pocos lo que se salvan resulta ociosa, ya que en definitiva es Dios quien rescata al hombre del pecado y lo encamina nuevamente a la meta preparada para él desde el principio de su designio de salvación, que es el encuentro definitivo con el Creador.
Jesús enseña en el texto de hoy acerca de la necesidad de entrar a la Vida por la puerta estrecha. San Mateo (7, 13-15), en cambio, hablará de la puerta estrecha y el camino angosto de la salvación y, su contrario la puerta ancha con su correspondiente espacioso camino referido a la perdición.
¿Por qué estrecha? Porque el seguimiento de Cristo implica la conversión, el dejar atrás lo que impide la unión con Él. Puerta estrecha también, porque Dios nos va corrigiendo, reprendiendo, como señala el autor de la carta a los Hebreos (12, 3-7.11-13), para nuestro bien.
Como un buen padre corrige a su hijo para que crezca en el bien, mucho más el Padre del cielo nos reprende para nuestra corrección sincera y posterior crecimiento, ya que nos ama como hijos suyos.
De hecho cuando se ingresa por la puerta estrecha de la conversión y de la corrección, de la renuncia de uno mismo y, vamos conociendo la verdad, ese camino que lleva a la vida se va ensanchando, ya que la intimidad con el Señor va produciendo frutos abundantes en el corazón, como lo afirma la carta a los hebreos al señalar que, cuando somos reprendidos nos llenamos de tristeza pero después se cosechan frutos de justicia y de paz.
En efecto, lo que comienza con esfuerzo, al ir tomando la persona la forma del mismo Cristo, pareciéndose cada vez más a Él, consigue una mirada nueva, dilatándose el corazón y, respirando la pertenencia a Dios.
El camino del mal, en cambio, es amplio, como ancha es su entrada, ya que es muy fácil hacer el mal y, son innumerables las oportunidades para realizarlo. Pero a medida que se avanza por la senda del mal, esta se estrecha, porque se angosta el corazón del hombre encerrado en sí mismo, cada vez más vacío y replegado, sin poder dar cabida ni a Dios ni al prójimo. Por la cerrazón que produce el pecado, descontentos siempre de sí mismos, los hacedores del mal son caminantes vacíos hacia la puerta estrecha del egoísmo transformada en un callejón sin salida.
De allí que aunque golpeen la puerta, el Señor dirá no los conozco.
Aunque afirmen que comieron y bebieron con Él, les responderá que no sabe quiénes son, porque delante del Señor en orden a la salvación, no valen los títulos de ser bautizados, o pertenecer a una institución, o estar durante mucho tiempo en el seno de la Iglesia, sino el haber vivido esto con autenticidad, o sea con profunda fe, esperanza y caridad.
Cuánta gente dice ser católica, y lo es sólo de nombre, cuántas personas, incluso viven la fe católica a su manera, cuántas veces se constata que la entrega al Señor es cada vez menor, mientras Cristo va invitando a la grandeza interior del hombre que le permita descubrir un mundo nuevo.
De allí que cada uno de nosotros está llamado a recorrer este camino que comienza estrechamente pero que se amplía después en cuanto vamos profundizando en todo lo que el Señor nos brinda.
Es importante tener en cuenta lo que Jesús nos dice al final del texto proclamado: “Hay últimos que serán primeros y primeros que serán últimos”. A veces creemos que la salvación es fruto de nuestro propio esfuerzo, que por pertenecer a la Iglesia desde la primera hora somos poseedores de derechos que sirven ya para encontrarse con el Señor. Sin embargo Él va requiriendo otra cosa, una actitud totalmente distinta.
María Santísima recordada hoy también como Reina de todo lo creado nos deja una enseñanza hermosísima al respecto. Ella desde el momento que dijo “Soy la servidora del Señor”, se entregó en manos de Dios y, estuvo siempre atenta a su voz hasta permanecer al pie de la Cruz asistiendo a la entrega de su Hijo por la salvación del mundo.
En ese momento estaba ella, con algunas mujeres y Juan el apóstol joven. Los demás apóstoles que seguramente se consideraban con muchos “derechos” dada su “trayectoria” de estar durante tres años junto al Señor, en el momento culminante de la redención desaparecieron.
Es muy importante recordar esto ya que el hecho de vivir junto al Señor durante años, no asegura que se esté junto a Él al pie de la Cruz, con la actitud de servicio y total disponibilidad como lo hizo María, algunas mujeres y Juan el apóstol.
Este cuadro es todo un signo que se prolonga a través del tiempo, ya que son pocos los que permanecen fieles hasta el final al pie de la cruz, haciendo realidad “que son muchos los llamados pero pocos los elegidos”.
Pidamos a Jesús que nos siga enseñando con su palabra y nos dé fuerzas para vivirla, de manera que no le digamos nunca que “somos los más dignos”, sino más bien “te necesitamos más que nadie”.
Cngo Ricardo B. Mazza. Cura Párroco de la parroquia “San Juan Bautista” de Santa Fe de la Vera Cruz, en Argentina. Homilía en el domingo XXI del tiempo Ordinario, Ciclo “C”. 22 de agosto de 2010.
ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com; http://grupouniversitariosanignaciodeloyola.blogspot.com.-
Siempre existió en la conciencia del hombre la preocupación, inquietante por cierto, acerca de los que se habrían de salvar, es decir de quienes pudieran salir del estado de postración al que los había sometido el pecado desde su nacimiento, para encontrarse con su Salvador.
La salvación es siempre obra de la misericordia de Dios, es un don gratuito que se dirige siempre a los seres humanos porque hemos sido llamados desde la eternidad para constituir un solo pueblo, meta a la que el hombre no puede llegar por sí solo, constituyéndose el mismo Dios en centro de convergencia de todos los pueblos.
El profeta Isaías (66, 18-21) precisamente señala que un signo del poder de Dios y de la salvación que actúa en el mundo, es la reunión de todos los hombres, venciendo el poder de las fuerzas de la dispersión.
En efecto, mientras la acción del hombre es muchas veces desunión, dispersión, guerra y enfrentamientos, Dios busca siempre unir a todos los que se encuentran dispersos. Esta verdad está presente siempre en la palabra de Dios, y nos encontramos con este anuncio que hace Jesús de la presencia del reino entre nosotros, que en definitiva se prolonga a través de la presencia de la Iglesia.
De allí que la pregunta acerca de si son pocos lo que se salvan resulta ociosa, ya que en definitiva es Dios quien rescata al hombre del pecado y lo encamina nuevamente a la meta preparada para él desde el principio de su designio de salvación, que es el encuentro definitivo con el Creador.
Jesús enseña en el texto de hoy acerca de la necesidad de entrar a la Vida por la puerta estrecha. San Mateo (7, 13-15), en cambio, hablará de la puerta estrecha y el camino angosto de la salvación y, su contrario la puerta ancha con su correspondiente espacioso camino referido a la perdición.
¿Por qué estrecha? Porque el seguimiento de Cristo implica la conversión, el dejar atrás lo que impide la unión con Él. Puerta estrecha también, porque Dios nos va corrigiendo, reprendiendo, como señala el autor de la carta a los Hebreos (12, 3-7.11-13), para nuestro bien.
Como un buen padre corrige a su hijo para que crezca en el bien, mucho más el Padre del cielo nos reprende para nuestra corrección sincera y posterior crecimiento, ya que nos ama como hijos suyos.
De hecho cuando se ingresa por la puerta estrecha de la conversión y de la corrección, de la renuncia de uno mismo y, vamos conociendo la verdad, ese camino que lleva a la vida se va ensanchando, ya que la intimidad con el Señor va produciendo frutos abundantes en el corazón, como lo afirma la carta a los hebreos al señalar que, cuando somos reprendidos nos llenamos de tristeza pero después se cosechan frutos de justicia y de paz.
En efecto, lo que comienza con esfuerzo, al ir tomando la persona la forma del mismo Cristo, pareciéndose cada vez más a Él, consigue una mirada nueva, dilatándose el corazón y, respirando la pertenencia a Dios.
El camino del mal, en cambio, es amplio, como ancha es su entrada, ya que es muy fácil hacer el mal y, son innumerables las oportunidades para realizarlo. Pero a medida que se avanza por la senda del mal, esta se estrecha, porque se angosta el corazón del hombre encerrado en sí mismo, cada vez más vacío y replegado, sin poder dar cabida ni a Dios ni al prójimo. Por la cerrazón que produce el pecado, descontentos siempre de sí mismos, los hacedores del mal son caminantes vacíos hacia la puerta estrecha del egoísmo transformada en un callejón sin salida.
De allí que aunque golpeen la puerta, el Señor dirá no los conozco.
Aunque afirmen que comieron y bebieron con Él, les responderá que no sabe quiénes son, porque delante del Señor en orden a la salvación, no valen los títulos de ser bautizados, o pertenecer a una institución, o estar durante mucho tiempo en el seno de la Iglesia, sino el haber vivido esto con autenticidad, o sea con profunda fe, esperanza y caridad.
Cuánta gente dice ser católica, y lo es sólo de nombre, cuántas personas, incluso viven la fe católica a su manera, cuántas veces se constata que la entrega al Señor es cada vez menor, mientras Cristo va invitando a la grandeza interior del hombre que le permita descubrir un mundo nuevo.
De allí que cada uno de nosotros está llamado a recorrer este camino que comienza estrechamente pero que se amplía después en cuanto vamos profundizando en todo lo que el Señor nos brinda.
Es importante tener en cuenta lo que Jesús nos dice al final del texto proclamado: “Hay últimos que serán primeros y primeros que serán últimos”. A veces creemos que la salvación es fruto de nuestro propio esfuerzo, que por pertenecer a la Iglesia desde la primera hora somos poseedores de derechos que sirven ya para encontrarse con el Señor. Sin embargo Él va requiriendo otra cosa, una actitud totalmente distinta.
María Santísima recordada hoy también como Reina de todo lo creado nos deja una enseñanza hermosísima al respecto. Ella desde el momento que dijo “Soy la servidora del Señor”, se entregó en manos de Dios y, estuvo siempre atenta a su voz hasta permanecer al pie de la Cruz asistiendo a la entrega de su Hijo por la salvación del mundo.
En ese momento estaba ella, con algunas mujeres y Juan el apóstol joven. Los demás apóstoles que seguramente se consideraban con muchos “derechos” dada su “trayectoria” de estar durante tres años junto al Señor, en el momento culminante de la redención desaparecieron.
Es muy importante recordar esto ya que el hecho de vivir junto al Señor durante años, no asegura que se esté junto a Él al pie de la Cruz, con la actitud de servicio y total disponibilidad como lo hizo María, algunas mujeres y Juan el apóstol.
Este cuadro es todo un signo que se prolonga a través del tiempo, ya que son pocos los que permanecen fieles hasta el final al pie de la cruz, haciendo realidad “que son muchos los llamados pero pocos los elegidos”.
Pidamos a Jesús que nos siga enseñando con su palabra y nos dé fuerzas para vivirla, de manera que no le digamos nunca que “somos los más dignos”, sino más bien “te necesitamos más que nadie”.
Cngo Ricardo B. Mazza. Cura Párroco de la parroquia “San Juan Bautista” de Santa Fe de la Vera Cruz, en Argentina. Homilía en el domingo XXI del tiempo Ordinario, Ciclo “C”. 22 de agosto de 2010.
ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com; http://grupouniversitariosanignaciodeloyola.blogspot.com.-
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