Nuevamente en este domingo los textos bíblicos nos hablan de Jesús como Luz de las naciones. Y así, por el texto del evangelio que recuerda la profecía de Isaías (9, 1-4), sabemos que se refiere a Jesús como Mesías de Dios.
Con su venida entre nosotros se cumple la promesa, que ya habíamos escuchado el día de Navidad, “el pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz”.
El evangelio (Mt. 4, 12-23) recuerda además que Jesús ingresó a la Galilea de los gentiles para llevarles el mensaje de “Convertíos porque el Reino de los Cielos está cerca”.
De esa manera como Luz, busca sacarlos de las tinieblas del error y del maligno. Convertirse significa dar la espalda a todo aquello que nos aparta del Creador y estar dispuestos a ingresar en la nueva vida que Él nos ofrece. Dejar las tinieblas para ingresar al mundo de la Luz. Todos somos conscientes que experimentamos con frecuencia tentaciones que nos quieren sumergir en las tinieblas. Cada día recibimos frecuentes mensajes del ambiente y de la sociedad en los que estamos insertos que nos confunden y pretenden sacarnos de la verdad que recibimos como cristianos. ¡Cuántas veces en nuestras conversaciones o pensamientos advertimos que nuestros criterios y modos de pensar no corresponden al mensaje que Jesús nos ha transmitido con su Buena Nueva! Inadvertidamente muchas veces terminamos pensando acorde con los criterios del mundo en relación con la familia, la vida, la honestidad de las costumbres, la vida laboral o social. No resulta fácil huir de la tentación de seguir los criterios opuestos directamente a lo que nos enseña el Señor.
Ser iluminados por Cristo no significa únicamente que tomamos conocimiento de la Verdad en su plenitud, sino también, que desde esa luz proveniente del Mesías cobran nuevo sentido todas las cosas.
En medio de tantas dudas que “el modo de vida mundano” de nuestro tiempo siembran en nuestro corazón, la persona de Cristo a la cual hemos de adherirnos, y su enseñanza, resultan ser los único caminos válidos para no sumergirnos en la noche de la mentira y de la maldad.
Para que el mensaje de salvación sea proclamado en el decurso del tiempo, llegando a las diversas culturas y regiones del mundo, Jesús convoca a quienes serán piedras vivas y visibles de su Iglesia: los apóstoles.
Llama a Simón y a su hermano Andrés y a los hermanos Juan y Santiago.
Todos ellos dejando los proyectos que tenían entre manos –signo de su conversión será el despojo y el abrirse a lo que el Señor pida-, lo siguieron.
Este seguimiento como respuesta supone que los elegidos han sido “iluminados” por Aquél que es la Luz del mundo. Esta iluminación no apunta sólo a develar las miserias y pecados de estos pescadores para su conversión, sino que los instruye acerca de lo que han de realizar en orden a la perfección evangélica.
En definitiva, dejarse iluminar por Cristo -tanto los apóstoles como nosotros-, implica ir avanzando cada día más hacia la lucidez total, que sólo se alcanza cuando todo el ser humano es capaz de percibir, juzgar y actuar, acorde con Él.
Por esta iluminación interior, los convocados –ya los apóstoles, ya cada bautizado en el tiempo histórico que le toca vivir-, descubrimos que las redes que hemos de arrojar ahora y en el futuro en el mar proceloso del mundo, serán la Palabra de Jesús, la manifestación de su misericordia y el llamado a una vida nueva que refiera al servicio de Dios y del prójimo.
Ahora bien, la evangelización deberá apuntar siempre no sólo a que todos los bautizados vivamos de acuerdo a las enseñanzas de Jesús, sino también a que el encuentro con su Persona suscite la comunión entre todos.
De allí se explica que san Pablo (I Cor. 1, 10-13.17) como escuchamos en la segunda lectura, escriba a los corintios acerca de la necesidad de vivir en la unidad que se supone prolonga el encuentro de cada uno con el Mesías.
A lo largo de su historia la Iglesia ha experimentado profundas divisiones que no sólo la sumergieron en la confusión sino que fueron causa del alejamiento de muchos debilitados en su fe.
En nuestros días, el papa Benedicto XVI ha admitido que los enemigos de la Iglesia no sólo vienen de afuera, sino que están en su interior.
De hecho con frecuencia percibimos que no son pocos los bautizados que en nuestros días crecen y expanden sus errores provocando hondas divisiones y confusiones en los más débiles.
Como en otros tiempos es frecuente observar el seguimiento a diferentes personajes que encarnan visiones disímiles de la Iglesia y del mundo.
La tentación del cristiano de ir tras la persona de algún supuesto líder es habitual en nuestro tiempo.
¡Cuántos católicos deambulan buscando un discurso halagador de sus oídos en lugar de añorar la verdad que proviene de Cristo!
¡Con qué facilidad muchos bautizados quedan encandilados por los “interpretadores” de la doctrina de Cristo que la rebajan hasta asimilarla con los caprichos y modas del momento!
Los hay otros que se dicen seguidores sólo de Cristo y prescinden totalmente de la Iglesia y de su enseñanza, descreyendo de la autoridad que se le ha otorgado. Con el cuento del pluralismo hoy tienen carta de ciudadanía no pocas ideologías y vivencias que se apartan de la Verdad.
La idea fuerza de este domingo está puesta una vez más en Cristo, Luz del mundo, que viene en cada tiempo a nuestro encuentro, invitándonos a que lo descubramos y, que dejándonos transformar por su gracia, abandonemos las redes de nuestros propios pareceres que nos aprisionan.
Una vez logrado esto disponernos a orientar nuestra existencia siempre bajo su guía y en la escucha atenta de la enseñanza de su Iglesia fundada sobre la roca visible de los apóstoles.
En esta Eucaristía dominical, al acercarnos a recibir el Cuerpo y la sangre del Señor limpios de corazón, pidamos ser transformados en creyentes fieles a las enseñanzas recibidas, logrando ser motivo de unidad entre todos, aún en medio de las legítimas diferencias en lo opinable, de manera que podamos ser testigos en el mundo de la fe que vivimos
Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el III° domingo del tiempo Ordinario ciclo “A”. 23 de enero de 2011. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com.
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