25 de marzo de 2011

“Convencidos de la Gloria, compartamos los sufrimientos del Señor”

El domingo pasado habíamos escuchado el relato de la creación del hombre y cómo éste traicionaba el plan de Dios por medio del pecado.
La condición pecadora del hombre se va agudizando en el transcurso del tiempo hasta tal punto que Dios castiga al mundo por medio del diluvio universal. Posteriormente prometerá al ser humano en la persona de Noé que no volverá a emplear este género de escarmiento. Pero la respuesta del hombre sigue siendo el pecado.
 De allí que el libro del génesis nos lleva al acontecimiento de la torre de babel cuando los hombres llevados por la tentación del principio de querer ser como dioses la construyen con la intención de mostrar su grandeza. Sorprendidos en medio del pecado con la confusión de lenguas, signo del desorden en el interior del hombre, sigue la humanidad a la deriva.
A partir de esto, Dios quiere hacer una nueva alianza, ya que no se cansa de seguir buscando al hombre y de prepararlo para una vida de grandeza.
En este contexto nos encontramos con la figura de Abraham (Gn. 12,1-4ª), al cual se le promete una gran descendencia y, más aún, se le dirá “por ti serán bendecidos todos los pueblos de la tierra”, revelando así el designio divino de salvación que convoca a todos los hombres de buena voluntad.
Pero para cumplir con este llamado, esta vocación, Abraham debe salir de su tierra, de su parentela, de sí mismo y estar dispuesto a la vida nueva para la que el Señor lo ha elegido.
De este modo, pues, el texto bíblico nos enseña que para sentirse llamado por Dios, todo ser humano ha de estar dispuesto a alejarse de lo que sea impedimento e ir a vivir lo que se le pide.
El “sal de tu tierra”, el “sal de tu parentela”, es dejar todo lo que para el hombre implica establecerse, instalarse, la búsqueda de la seguridad, para realizar con corazón libre la voluntad de Dios.
De alguna manera esta llamada a Abraham aparece conectada con el texto del evangelio, porque así como él ha de preparase para llegar a la tierra prometida, Jesús con su transfiguración quiere asegurarles a los apóstoles, que la llegada a la misma, esto es, la gloria eterna, es lo que el hombre aspira desde lo más profundo de su corazón.
El texto del evangelio proclamado (Mt.17, 1-9) nos describe lo que acontece seis días después de la confesión de Pedro y del primer anuncio que hace Jesús de la Pasión y muerte que ha de sufrir en Jerusalén. Lleva al monte Tabor a Pedro, Juan y Santiago para anunciarles con esa visión especial que fue la transfiguración, que la meta de la gloria no es un espejismo sino una realidad que les espera.
A través de esto, tienen ellos como cierto acercamiento con la divinidad. De allí el entusiasmo de Pedro por construir tres carpas para Jesús, Moisés y Elías y quedarse a gozar de esa experiencia tan profunda.
Pero Jesús desecha tal propuesta porque el estar en las carpas es una forma de estacionarse otra vez, buscando la seguridad en la gloria no alcanzada todavía.
Lo que están viviendo les ayudará para que cuando lleguen los momentos de sufrimiento de Cristo, ellos no vacilen en su fe fortalecidos en su esperanza con la promesa de la gloria manifestada en la transfiguración.
Es una preparación para que continúen después de la partida de Cristo en su trabajo apostólico, predicando su Palabra, la que ellos han de escuchar como señala el Padre desde el Cielo para llevarla a la práctica.
Son fortalecidos para no claudicar en su fe cuando llegue el momento de la prueba ya que tendrán la tentación de sentirse fracasados y solos ante el acontecimiento pascual. La realidad del gozo eterno será para ellos un incentivo para seguir adelante en medio de las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios.
De allí que Pablo le dirá a su discípulo Timoteo (2 Tim. 1, 8b-10) que asuma los sufrimientos que son necesarios padecer por el evangelio, como él Pablo, ya los está soportando en la cárcel de Roma. Tanto Pablo como Timoteo, para ser fuertes en medio de las persecuciones, tienen que tener esa seguridad de que cuentan con la gracia de Dios, la gracia del llamado, de quien los llamó para una misión en la que no quedarán solos como había sucedido en el pasado con el mismo Abraham.
Esta verdad nos debe ayudar a nosotros los creyentes para que reconfortados con la promesa de la gloria, a la cual hemos de llegar por la gracia y nuestras buenas obras, demos a conocer todo el mensaje de salvación que a su vez hemos recibido del Señor.
En medio de los disgustos, persecuciones y desprecios que nos esperan, viviremos el gozo que significa predicar la salvación traída por Jesús, confortados por el permanente “No teman”, Yo estoy con ustedes.
Como Abraham estamos invitados a salir de nosotros mismos y de nuestras seguridades, de nuestras miradas pequeñas acerca de la vida, de la fe, de la Iglesia, para enamorarnos del gran ideal que significa vivir en Cristo y entregarlo a los demás con la seguridad que nos brinda Él mismo.

Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el domingo II° de Cuaresma ciclo “A”. 20 de Marzo de 2011. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com.




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