Con el texto del evangelio de hoy llegamos al final del sermón de la montaña que estamos meditando desde hace ya varios domingos. Nos ha mostrado Jesús el camino para entrar al reino, es decir, a la vida nueva que se ha inaugurado con su Persona y su mensaje de salvación. Fuimos interpelados para ser sal de la tierra y luz del mundo, para servir a Dios y no al dinero, reflexionamos sobre la grandeza de las bienaventuranzas que se oponen a todos los criterios que muchas veces conocemos del mundo en el que estamos insertos.
Se nos insistió durante estos domingos en la necesidad de entrar en comunión con Cristo, dejando de lado lo que se le opone.
La doctrina de los dos caminos con elecciones y metas diferentes pasó por nuestra consideración, de manera que conocimos lo que implicaba el camino de la vida para quien buscaba vivir la unión con el Señor y el de la muerte para quien se separaba directamente de su Creador.
En el texto de la primera lectura (Deut. 11,18.26-28.32) Moisés deja como portavoz de Dios, una enseñanza hermosa, la necesidad de grabar “estas palabras” refiriéndose a la ley de Dios, en lo más íntimo del corazón de cada uno, queriéndonos decir con esto que la ley de Dios no es algo externo al hombre que se sigue más o menos, sino que la Palabra de Dios debe entrar en el interior de cada uno y ser encarnada en actitudes concretas. Esto es necesario para evitar la contradicción siempre al acecho entre lo que decimos y lo que luego ponemos en práctica.
Insiste el Deuteronomio en que se coloca delante nuestro una bendición y una maldición. Bendición si se cumplen los mandamientos del Señor y maldición si el hombre se aparta del camino de la verdad revelada.
La voluntad de Dios es siempre la de bendecir al hombre, y la ha manifestado siempre, desde que iniciamos nuestra vida temporal en este mundo. El camino del Señor permite que a pesar de las dificultades de la vida encontremos siempre sobre nosotros su protección. La maldición no implica que Dios busque nuestra destrucción, sino que el mismo hombre se dirige hacia ella toda vez que se aleja de su Creador.
Esto lo podemos relacionar con el resultado diferente que se obtiene, y así Jesús lo manifiesta, si construimos nuestra vida sobre roca o lo hacemos sobre arena (Mateo 7, 21-27).
¿Quién es la roca? Mirando ya desde el antiguo testamento hasta el Nuevo, sólo Cristo es la roca firme. Quien construye su vida, su casa personal, sobre la roca que es Cristo, lo hace con firmeza, de manera que aunque lleguen las lluvias, los vientos y los torrentes, esta no sucumbe.
Cuando el hombre edifica sobre arena, en cambio, lo hace sobre todo aquello que no es Dios, y como es arena se lo lleva el viento.
¡Cuántas veces el ser humano experimenta que el edificio de su vida construido sin Dios no le ha traído más que su propia destrucción!
Esta es justamente la enseñanza que nos quiere dejar Jesús este domingo. Nos invita concretamente, una vez más, a edificar sobre Él mismo.
Nos dice “no son los que me dicen, Señor, Señor, los que entrarán en el reino de los cielos, sino los que cumplen la voluntad de mi Padre que está en los Cielos”. ¡Cuántas veces sucede esto! Gente que dice: cuando era chico fui monaguillo, mis padres me mandaban a catequesis, pero ahora, ya siendo grande….o también, soy muy católico aunque no practico mucho que digamos, la vida me cambió….son los que dicen ¡Señor, Señor! Pero el corazón está lejos de Él.
¡Cuántas veces el ser humano aparece unido a Dios, unido a Cristo, comprometido con las cosas del Señor, con una fe firme según parece, y de repente llegan las lluvias, los torrentes y todo se desmorona! Los torrentes o vientos significados por la muerte de un ser querido, problemas económicos o de salud, el corazón herido por algún disgusto provocado por problemas en el trabajo o en la parroquia, y entonces la persona que pareció haber edificado todo sobre la roca firme que es el Señor, tira todo por la borda. ¿Por qué me tiene que pasar esto?, se pregunta a menudo. No quiero saber nada ni con Dios, ni con la Iglesia, ni con la religión. No me hablen más de todo esto, concluimos y, la vida entonces nos conduce al callejón sin salida del dolor.
Ante una apariencia de solidez en la fe, los problemas dejan al descubierto que no habíamos edificado sino sobre arena.
La “arena” del que todo me va bien en este momento, o que es fácil ser cristiano, o que no tengo graves dificultades, o parece que Dios me escucha en todo, se desmorona en el momento de la prueba, ya que no hubo fe firme en el Señor.
Resulta interesante recordar que la liturgia del matrimonio trae como lectura posible a proclamar, el texto del evangelio que comentamos.
El sentido es muy claro ya que si se edifica el matrimonio y la familia sobre Cristo, aunque aparezcan problemas y dificultades no sucumbirán.
Cristo mismo da la clave al decir que “el que escucha las palabras que acabo de decir y las pone en práctica” es quien edifica sobre su persona. Mientras que quien escucha las palabras pero no las practica es aquél que edifica sobre la arena movediza.
Y así nos preguntamos al respecto, ¿Cuáles son los criterios que llevan a las personas a contraer matrimonio? ¿Que convencimiento tienen desde la fe sobre el sacramento? Conforme sea la respuesta se descubrirá cuál es el fundamento del vivir cotidiano, si la roca firme o la fragilidad de la arena.
En el hecho de las persecuciones que tiene que soportar el creyente también se puede verificar sobre qué que se ha construido. El ser honesto en la vida también será duradero si se edifica sobre Cristo.
El bautizado que incursiona en la política pone de manifiesto también si ha edificado o no su existencia cristiana sobre Cristo a partir de sus decisiones. ¿Se mantiene fiel a los principios que ha asimilado desde la fe o prefiere traicionarlos para ser leal al partido o al pensamiento del mundo?
¡Cuántos hay que se dicen católicos, portan crucifijos en el cuello o comulgan todos los días, pero viven traicionando su fe en aras del progresismo o de las ideologías de moda fecundadas por las extravagancias más profundas!
¡Qué mundo contradictorio es muchas veces el nuestro, el católico!
De allí que Jesús nos dé pistas concretas para verificar si construimos sobre Él, Roca viva o sobre la arena que se escapa por la acción del viento o del agua.
Queridos hermanos nuevamente Jesús nos invita a seguir sus pasos, a buscarlo. No tengamos miedo ya que como nos decía Benedicto XVI cuando asumió como papa, Cristo no nos pide nada y nos lo da todo de sí.
De hecho no pide nada para Él sino que vivamos coherentemente nuestra realidad de bautizados para alcanzar la felicidad propia de los hijos del Padre de los Cielos. Que Jesús siga iluminándonos y guiándonos por el camino de la Verdad y de la Vida.
Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el IX° domingo del tiempo Ordinario ciclo “A”. 06 de Marzo de 2011. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com.
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