Comenzamos nuevamente el tiempo de cuaresma y como rezáramos en la primera oración, es un itinerario, un camino, en el que profundizamos en el conocimiento del misterio de Cristo, asimilándonos a su persona y a su mensaje.
Si tenemos en cuenta los textos bíblicos de este domingo advertimos que retornamos a través del libro del génesis al origen mismo de todas las cosas creadas y del hombre mismo. Se nos describe cómo es creado el hombre, la creatura más amada de Dios, rodeado de un sinnúmero de bienes y dones, de todo aquello que se refiere a la dignidad de su persona. De manera que podríamos decir que en la primera parte del texto se destaca el don, la bondad y gracia de Dios, que coloca al hombre en el paraíso rodeándolo de todo aquellos bienes que le permiten vivir como imagen y semejanza suya.
Luego de este despliegue de amor por parte del Señor, inmediatamente se nos remite a la noche oscura de la creación que consistió en que el hombre se rebeló y se separó de Dios por el pecado, el pecado de los orígenes.
Y allí entendemos cómo la historia de la humanidad siempre desde el comienzo hasta su fin, estará debatiéndose en la doble faceta de la gracia y del pecado, la lucha permanente entre el bien y el mal.
Este mal que no es algo etéreo o que anda revoloteando sobre nuestro mundo, sino que el texto sagrado lo presenta como un ser concreto, espíritu puro, sin materia alguna en su composición. Se lo describe como serpiente, según la vigencia idolátrica de los pueblos vecinos, que encandilaba también a Israel, como una deidad astuta que representa al espíritu del mal que a través de la sugestión despoja al corazón del hombre de la confianza en Dios, su Creador.
El demonio, pues, instala en el corazón de Adán y Eva la supuesta realidad de un Dios mentiroso, cuando por el contrario, es el mismo diablo el padre de la mentira, el mentiroso desde el principio, incitándolos a “ser dioses” comiendo del árbol prohibido.
En realidad al prohibir comer de todo, Dios le está indicando al hombre que tiene límites en su relación con el orden creado, que no debe desconocer la soberanía absoluta de Dios sobre todo lo creado y que el no comer del árbol del conocimiento del bien y del mal es indicarle que no puede decidir por sí mismo lo bueno o lo malo, sino que eso le es dado por su Creador.
La raíz del pecado original, esto es, la pretensión de ser dioses, se repite siempre cada vez que el hombre comete pecados personales, ya que en ellos se erige él en dueño de la verdad e interpela a Dios diciéndole con palabras o con hechos, no te serviré.
El ser dios, supone para el hombre el poder decidir lo que es bueno o malo, pretensión ésta que se da siempre en el hombre cuando sólo quiere seguir su antojo y pasión considerando esto como algo apropiado a su pretendida reivindicación de querer ser como dios.
Esto ha llevado por cierto, a que en nuestros días el hombre haya perdido el sentido del pecado, pensando que este no es un rechazo a Dios sino sólo una infracción que no tiene mucha relevancia en nuestra vida. No se piensa en el pecado como un acto libre por el que hombre se opone al Plan de su Creador, para erigirse a sí mismo como dueño de todo.
Tenemos experiencia acabada a dónde nos lleva la pretensión humana de decidir lo que es bueno o malo según el subjetivismo propio que no reconoce verdad absoluta que provenga del Señor del hombre y de la creación toda. Cuando los mandamientos de Dios son rechazados y quebrantados acontece que esa maldad desatada se vuelva contra el mismo hombre. Y así las muertes, crímenes, adulterios, robos, mentiras, odios y espíritu de venganza degradan al hombre alejándolo de aquella perfección creatural de la que gozaba al principio.
Esto se especifica cuando después del pecado el texto bíblico afirma que descubrieron que estaban desnudos, habían perdido la gracia que les posibilitaba la intimidad con Dios.
Se quedan desnudos porque pierden aquello que les daba sentido de pertenencia y dependencia con el Creador. Esto lleva en nuestros días a cierta facilidad para caer en otras desnudeces porque el hombre al dilapidar su amistad con el Creador, pierde también el sentido de pertenencia de si mismo exponiéndose totalmente –desnudándose interior y físicamente- ante los ojos de los demás. Es decir que el no “pertenecer” ya a Dios, lo lleva a no pertenecerse más a sí mismo, a no tener señorío sobre su vida, cuerpo e interioridad quedando atrapado por el mundo de las exterioridades que lo vacían de sí mismo.
San Pablo, en la segunda lectura (Rom. 5,12-19) sigue esta línea del libro del génesis, pero mostrando el regreso al plan de Dios, y dirá que por un hombre entró el pecado en el mundo en referencia a Adán, y por otro hombre, apuntando a Jesús, entra la salvación, por el misterio de la Cruz y de la resurrección.
Por la gracia de Cristo se hace posible nuevamente el que el ser humano pueda dirigirse nuevamente al Padre de los cielos como hijo suyo.
El texto del evangelio que proclamamos (Mat.4, 1-11) nos presenta las tentaciones del Señor que se orientan a recordarnos que por nuestra condición de pecadores, aunque salvados, recorremos el itinerario de la vida bajo la tentación del maligno, que busca nuestra perdición porque fuimos elevados por encima de la naturaleza angélica. Al mismo tiempo Jesús nos enseña el modo cómo vencer al padre de la mentira, que lo fue desde el principio, como escuchamos en el libro del Génesis.
El demonio, en el cual muchos no creen aunque sí se acepta la existencia de los espíritus buenos, o sea la de los ángeles, aparece intentando vencer a Cristo con sus mentiras y deslumbrantes promesas.
Las tentaciones tocan lo que podríamos llamar el mesianismo, aplicado en este caso a la misma persona de Jesús. El demonio duda acerca del Señor, de allí que en las primeras tentaciones pregunta diciendo…”si eres Hijo de Dios”. Lo tienta a través de aquello que era buscado por el pueblo como signo de mesianismo temporal.
En efecto, el pueblo pensaba sobre todo en un Mesías temporal, político social, lo que es aprovechado por el diablo para dirigir sus tentaciones a esos aspectos como ya lo había hecho con el pueblo de Israel.
La primera será “si eres hijo de Dios manda que estas piedras se conviertan en panes” apuntando a la figura de un Mesías que solucione los problemas temporales del pueblo. Recordemos cómo con ocasión de la multiplicación de los panes, los judíos quieren hacerlo rey a Jesús, cuando en realidad con ese hecho el Señor apuntaba al misterio de la Eucaristía. De allí que dirá “no sólo de pan vive el hombre sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”. Como si dijera no esperen que yo resuelva todos los problemas del mundo, especialmente cuando la mayoría de ellos los provoca el mismo hombre. Se trata de reclamar una fe viva que acepte la persona del Mesías como salvador de nuestras miserias y que recrea nuestra condición de hijos de Dios en el Hijo.
La segunda tentación dice el demonio tírate abajo que los ángeles impedirán tu caída. La búsqueda de la espectacularidad a la que es muy sensible la gente. Los escribas y fariseos pedían signos de la divinidad de Cristo pero sólo tendrán el de Jonás, es decir el misterio de la muerte y resurrección redentoras del Señor. Se nos invita a aceptar al Cristo de la fe, rechazando la tentación permanente que tiene el hombre de exigirle cosas maravillosas para aceptarlo sino abrirnos al signo de Jonás.
En la última tentación se le dice “te daré todo esto si te postras para adorarme”. Se trata de la tentación del poder a la que muchos ceden con tal de conseguir dinero, fama y potestad para hacer siempre sus gustos y caprichos. El hombre muchas veces rinde culto al dios poder y para alcanzarlo no dudan en seguir tras el maligno.
Jesús en cambio nos enseña a resistir por medio de una constante actitud de humildad y sencillez buscando servir sólo al Único Dios.
El espíritu del mal puede vencerse entonces con una actitud firme del creyente unido a su Dios renovando y acrecentando sus fuerzas en el ejercicio del bien.
Pidamos al Señor que convirtiéndonos en serio de nuestras particulares visiones sobre la salvación humana, nos abramos a una adhesión cada vez más plena a la persona, vida y enseñanzas de Cristo.
Sólo así encontraremos el camino de la verdad que nos hace libres en Aquél que libremente camina a Jerusalén para realizar la voluntad del Padre y permitirnos encontrarnos con el Creador y nosotros mismos.
Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el domingo I° de Cuaresma ciclo “A”. 13 de Marzo de 2011. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com.
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