El pueblo elegido (Isaías 49,14-15) se siente en el exilio abandonado de Dios. Sin tierra, sin rey, sin poder rendir culto en el templo, sufre en su corazón la ausencia de Dios, como si ya no estuviera con ellos. Sin embargo, Dios responde a través del profeta Isaías, que Él es como una madre que no se olvida de su hijo. Más aún, aunque ésta se olvidara de su hijo, “yo no me olvidaré” de ustedes.
Queda así patente la fidelidad de Dios para con el hombre, y su paternidad, se manifiesta como la ternura de una madre.
Podríamos decir que estos rasgos maternales de Dios se expresan sabiamente en el plan de salvación a través de aquella mujer que fue elegida desde toda la eternidad como madre del Salvador y nuestra, María Santísima. Ella también se muestra al creyente como la que vela siempre por cada uno de nosotros, sus hijos en el Hijo.
En la liturgia de este domingo sigue insistiendo la Sagrada Escritura en la presencia de Dios como refugio de la debilidad del hombre.
Y así en el salmo responsorial (61, 2-3.6-9), un hombre justo clama a Dios en medio de las persecuciones y encuentra la respuesta a su angustia repitiendo confiadamente “sólo en Dios descansa mi alma”, "Él es mi roca, en Él está mi refugio, ¿qué debo temer?”. La actitud de este hombre es la de aquellos que se abandonan en la Providencia de Dios. Que no es un pensar que todo tiene que resolverlo Dios, sino el saber que en el Creador está la respuesta a los interrogantes más profundos del hombre.
Al respecto es bueno recordar los dichos de san Ignacio de Loyola en el sentido de que el hombre cuando ora debe hacerlo como si todo dependiera de Dios pero ha de trabajar como si todo dependiera de él. En efecto, es el Señor quien cuida de nosotros y ama tanto que nos previene acerca del camino ha recorrer para la perfección evangélica.
Camino que puede ser difícil o no, según nuestra capacidad de entrega y abandono total en las manos del Señor con una actitud de servicio.
El abandono en Dios no es meramente descansar en Él sino estar a su servicio y al de nuestros hermanos.
Jesús nos plantea hoy algo que es crucial en la vida del hombre (Mateo 6,24-34): “Nadie puede servir a dos señores”. No se puede servir simultáneamente a Dios y al dinero. Y Jesús que nos transmite la ternura de Dios Padre, reclama el que no nos inquietemos por nuestra vida pensando sobre qué comeremos, beberemos o vestiremos.
Si bien no son las únicas preocupaciones del hombre allí están presentes sus necesidades más elementales. De allí la necesidad de no angustiarnos ni inquietarnos como si no tuviéramos fe y esperanza.
Mensaje que nos viene bien a nosotros hoy siempre angustiados, inquietos, a las corridas, sin saber muchas veces a donde ir o qué hacer o cómo enfrentar los dilemas diarios que se presentan por doquier. Siempre detrás de los problemas cuando en realidad deberíamos ir delante de ellos con la confianza que nos da el refugiarnos en el Señor nuestra fuerza. Ese Dios que es providente, “el que ve de lejos”, y por eso sale en ayuda del hombre de manera que de nada carezca.
Si los lirios del campo se visten con tanto esplendor, si los pájaros del cielo tienen qué comer, ¿cómo el Padre providente no se ha de ocupar de nosotros que somos sus hijos dilectos? Y lo somos de tal manera que a pesar del pecado nos envía a su Hijo para que hecho hombre nos salve y redima en el árbol de la cruz.
Y dice “no se puede servir a Dios y al dinero”, como si dijera mírenme a mí, no busquen acumular en este mundo, sino acopien en el corazón todo lo que refiere a la amistad con el Creador.
Es cierto que más de una vez nos preguntamos ¿cómo es posible que si Dios cuida de nosotros, de cada uno que viene a este mundo, exista tanta pobreza, tanta miseria, tanta injusticia? ¿Por qué los lirios del campo se visten mejor que tantas personas revestidas sólo de harapos? ¿Por qué tantos han de buscar comida en los tachos de basura mientras los pájaros tienen su comida? Si Dios es providente, ¿cómo es posible que en la tierra del pan como es nuestra Patria tantos niños mueran por desnutrición?
Jesús nos da la respuesta que quizás hasta puede pasar desapercibida para nosotros, “busquen primero el Reino de Dios y su justicia y todo lo demás se les dará por añadidura”.
El ser humano busca primero la añadidura, es decir, qué comer, qué beber, con qué vestirse. Jesús, en cambio, nos dice “busquen primero el reino de Dios y su justicia” ya que la añadidura vendrá después.
Ahora bien, ¿qué es buscar el Reino de Dios y su justicia? Descubrir lo que el Señor nos muestra y enseña constantemente. Cuando afirma que el Padre providente nos entrega todo lo necesario para la vida parte del hecho de que por la creación, el hombre es el preferido de Dios, puesto en el paraíso, signo de todos los dones y de todos los bienes con los que somos protegidos desde el comienzo. La riqueza de la tierra, de los mares y del aire, fue puesta para servir al hombre y permitirle una vida digna de hijo de Dios.
“Busquen el Reino de Dios y su justicia” es dejarlo reinar a Él en el corazón del hombre, de modo que descubramos su designio amoroso para respetarlo y comunicarlo.
Respetamos el designio amoroso del Padre cuando hacemos posible que todos esos bienes puedan llegar a todos. Si muchos padecen miseria, no es porque fracase la providencia de Dios, sino porque el hombre no ha sabido comunicar las riquezas comunes y universales a todos. Es decir, falla la providencia del hombre, de modo que no sabe ver más allá de sus narices y es incapaz de prever el futuro desde el presente y con la experiencia del pasado.
Esta providencia del hombre significa buscar agradar a Dios procurando la felicidad del hombre, del prójimo, de nuestros hermanos. Contribuyo al bien del otro poniendo los medios para que a nadie le falte y a nadie le sobre.
¡Cuántas veces vemos que el dios dinero puede más! ¿Cuántos utilizan el poder político, social, económico o cultural para enriquecerse a costilla de sus hermanos y se arrodillan delante del dinero, del poder, de la vanidad y de la soberbia? Esto trae como nefasta consecuencia que su egoísmo vaya creciendo cada vez más prescindiendo del bien de los hermanos.
En lugar de crear fuentes de trabajo se busca paliar la miseria con dádivas oportunistas que esclavizan más y más las voluntades a un sistema perverso de exclusión. En vez de fomentar la cultura del trabajo para que cada uno se gane dignamente el pan, se oficializa la degradación social, creando supuestos derechos a poseer bienes sin procurar el reconocimiento del deber de procurar obtenerlos con el sudor de la frente.
No se busca favorecer al más débil y necesitado, como lo recuerda la doctrina social de la Iglesia, sino que muchas veces se sigue fomentando el enriquecimiento cada vez más escandaloso de los que más tienen, o se colabora y se promueven impúdicamente desde los factores de poder, los negocios y pillajes de los amigos.
Esto no está en el designio del Padre ya que quiere que se busque el Reino de Dios y su justicia, es decir, que pueda llegar al corazón de todos en un marco de justicia, no de injusticia.
La providencia de Dios no debe ser entendida como algo mágico que resuelve los problemas temporales sin que el hombre mueva un dedo, sino que la sociedad toda y los factores de poder de la misma, han de buscar los caminos para lograr una justa distribución de la riqueza.
De allí que Jesús alerte ante la tentación de servir al dinero, ya que produce desasosiego en el interior del hombre al no saciarse éste en la acumulación de dinero o poder, cerrándose mezquinamente ante las necesidades del otro con el que jamás comparte.
El apóstol san Pablo (I Cor. 4,1-5) dice que “los hombres deben considerarnos como simplemente servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios. Si bien se refiere al ministerio de los apóstoles en la vida de la Iglesia, cabe también a cada uno de nosotros que por el bautismo formamos parte de la Iglesia y estamos llamados a ser siempre servidores, nunca dueños.
La inclinación del hombre muchas veces es la de dominar todo como dueños siendo que somos simples administradores de todo lo que nos confía el Señor, ya de los bienes temporales como de los espirituales. Hasta de los bienes que obtenemos honestamente con nuestro trabajo o cualidades personales somos administradores, ya que los adquirimos en última instancia gracias a la gratuidad permanente del único dueño, el Señor, que nos los entrega para nuestro bien y el del prójimo.
Queridos hermanos concluyamos pidiendo al Dios de las misericordias su ayuda constante para realizar estos ideales.
Y si alguna vez nos desalientan tantos obstáculos de afuera para lograr esto, como la corrupción reinante y la acción de los que obran el mal, recordemos las palabras del apóstol. El nos advierte diciendo “no hagan juicios prematuros, dejen que venga el Señor. Él sacará a la luz lo que está oculto en las tinieblas y manifestará las intenciones secretas de los corazones, entonces cada uno” –de los que realicen el bien- “recibirá de Dios la alabanza que le corresponda”.
Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el 8vo° domingo del tiempo Ordinario ciclo “A”. 27 de Febrero de 2011. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com.
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