En la última cena, Jesús deja su testamento espiritual para la Iglesia que continuará su misión. Testamento para la vida futura, para el crecimiento de los apóstoles y los creyentes como enviados por Él al mundo. El clima de la última Cena está claramente sensibilizado después que el Señor ha hablado de la traición de Judas y de la negación de Pedro (Jn. 14, 1-12). Jesús se conmueve ante la tristeza que embarga a los discípulos y les dice “no se inquieten”, no tengan miedo, no se angustien.
Palabras que están dirigidas también a nosotros cuando pasamos por esta situación de tristeza ante las dificultades que acechan a la Iglesia en su misión.
“Crean en Dios y crean también en mí” –nos dice el Señor-, ya que es la fe la que permite sortear las dificultades e incertidumbres de esta vida. Cuando parece que todo se desploma, que la infidelidad a Dios va cobrando cada vez más bríos, el Señor nos dice “No se inquieten”, Yo soy el dueño de todo lo creado, “crean en Dios y crean también en mí”.
Y les asegura a los discípulos, -y con ellos a nosotros-, que ha de preparar para todos un lugar junto al Padre y, que volverá a encontrarse con los creyentes ya sea cuando a través de la muerte –si hemos muerto en Él- nos encontremos en la Casa Común, ya sea en su segunda venida cuando regrese a recoger los frutos de su predicación como enviado del Padre, y los de la Iglesia como enviada suya.
Jesús continúa diciendo “ya conocen el camino del lugar donde voy”, pero esto sigue sin ser comprendido por mentes que sólo piensan en lo temporal y que serán transformadas por la acción del Espíritu Santo.
Por eso Tomás dice “no sabemos adónde vas, ¿cómo vamos a conocer el camino?”; a lo que Jesús responde “Yo soy el camino, la verdad y la vida”.
No dice soy “un camino”, sino el camino, para enseñarnos que ante la tentación que a veces tenemos de seguir otros caminos, otros rumbos, Jesús es “el Camino”. Cuando en nuestra vida tomamos algún atajo para alejarnos del Señor y seguir nuestros caprichos y antojos, sale el Señor a nuestro encuentro para decirnos “no vayas por allí”, “sígueme, yo soy el camino”. Esto se hace mas necesario en nuestros días porque el mundo busca apartarnos del camino de Cristo señalando otras sendas más fáciles de recorrer, generalmente el pecado y lo tenebroso que se presentan bajo la apariencia de bien, pero que llevan a un callejón sin salida, el de la nada o de la desesperación. Se busca imponer la pluralidad de caminos para llegar a Dios, con frecuencia sin Cristo y terminamos en la nada.
Este camino que es Cristo nos conduce a la verdad y a la vida que están en el Padre y en el Hijo.
En un mundo como el nuestro que vive de y en la mentira, del engaño, que se aterroriza al pensar que se descubra la verdad, tantas veces desechada, en una cultura que declama el relativismo de la verdad, pretendiendo que cada uno la posee según su querer y parecer, Jesús nos dice “Yo soy la verdad”. Y lo repite especialmente hoy ante los creyentes ya que el peligro que atenta a la verdad en nuestros días es el sincretismo religioso, la creación de una “nueva” religión, formada por elementos tomados de diversos cultos que agradan nuestra sensibilidad, querer y pensar.
Jesús viene a iluminar nuestras inteligencias con la verdad eterna que nos saca de las imposiciones mentirosas de cada momento. Si se nos quiere imponer, por ejemplo, una visión del matrimonio distinta a la que conocemos por la razón y la fe, vayamos a Cristo verdad. Si se nos encandila con la seducción de una verdad para cada uno, Cristo nos saca del error, porque Él es la verdad.
La verdad que nos trae el mundo hoy nos sumerge más en el error que antes, ya que es una verdad “creada” por el mismo hombre según su subjetividad y antojo y no percibida desde la existencia de las cosas.
Hoy se nos ofrecen sucedáneos de la vida, cosas que aparentemente parecen vida pero que en definitiva llevan a la muerte. Y así continuamente se nos incita a una vida de satisfacción sensorial, a buscar siempre nuestros gustos, nuestros pareceres, para no llegar más que a la muerte.
En un mundo plagado de violencias, de odios, Jesús dice “Yo soy la vida”. Por Cristo podemos liberarnos de todo eso ya que “nadie va al Padre sino por mí”. Imposible llegar al Padre si no es por Jesús.
Y Felipe, a una con nosotros suplica, “Señor muéstranos al Padre”, logrando la inmediata respuesta del Señor que afirma “Quien me ve a mí, ve al Padre, porque el Padre y yo somos una sola cosa”.
Encontrarse con Cristo camino es encontrar la dirección que nos lleva a la verdad y la vida. De allí la necesidad de orientarnos siempre a Jesús camino, verdad y vida, para no equivocarnos en medio de tanta confusión, de tantos espejismos de felicidad y de éxitos.
Aunque la verdad que nos presenta el Señor sea el asumir cada día en nosotros su misterio de muerte, estamos convencidos que por su resurrección llegamos a la plenitud humana.
Estos pensamientos fueron los que alimentaron a los cristianos de las primeras comunidades cristianas (Hechos 6,1-7).
Acabamos de escuchar cómo el número de los cristianos va en aumento, creciendo también las necesidades, como en este caso, el atender a las viudas y servir a las mesas.
El Espíritu que guía a las comunidades va sugiriendo soluciones concretas, y así, por la imposición de las manos de los apóstoles surgen los siete diáconos que realizarán la tarea de asistencia y servicio, permitiendo a los apóstoles el dedicarse a lo que es más propio de ellos, la predicación.
La segunda lectura (I Pedro 2,4-10) también nos hace ver cómo cada uno de los cristianos, y por lo tanto también nosotros, hemos de vivir como piedras vivas para la edificación de la Iglesia Cuerpo de Cristo.
Pedro hará referencia a la dignidad de la que estamos revestidos por el bautismo. Llamados a ejercer el sacerdocio de Cristo de diversas formas. Los laicos llamados por el sacerdocio común se ofrecen ellos mismos como ofrenda espiritual a Dios, son testigos de la verdad recibida, consagran el mundo y todas las actividades a la gloria de Dios y al bien de los hermanos.
Los revestidos por el sacramento del orden ejercemos el sacerdocio ministerial en la confección de los sacramentos, en la predicación de la palabra y en la conducción del rebaño que se nos confía.
Los frutos que todos, laicos y consagrados, hemos de dar como nación santa, raza elegida, pueblo rescatado de las tinieblas, nos conducirán –como lo imploramos en la primera oración de esta misa- al encuentro del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
Estamos llamados a proclamar las maravillas de aquél que nos ha “llamado de las tinieblas a su luz”.
Es decir, a entrar de lleno en todos los ámbitos de la vida social, política, económica y familiar para llevar a Cristo camino, verdad y vida, dándole un sentido nuevo a todas las cosas, atentos a los signos de los tiempos para poder esclarecer los acontecimientos desde esta realidad que asumimos en el bautismo.
Cristo es la piedra viva, fundamento estable y firme sobre el cual se edifica el templo del Espíritu, cuyas piedras vivas somos cada uno de los bautizados. Cristo tanto ayer como en nuestros días, sigue siendo la piedra viva rechazada por los incrédulos, que se estrellan en Él y, no forman parte de la Iglesia verdadera.
Con humildad pidamos el vivir nuestro ideal de cristianos con la certeza de que asimilados a Cristo, camino, verdad y vida, podremos llevar al mundo la enseñanza de que es posible seguirlo a Él y poder así caminar en la verdad y en la vida de la gracia.
Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el V° domingo de Pascua. Ciclo “A”. 22 de mayo de 2011. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com
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