El encuentro de Jesús con los discípulos que se dirigen a Emaus (Lucas 24, 13-35), nos evoca el itinerario permanente de cada uno de nosotros hacia la casa del Padre y nos reclama, por lo tanto, el volver una y otra vez a poner nuestra atención en Jesús nuestro Salvador.
Al igual que estos discípulos, muchas veces nosotros vamos camino a Emaus, alejándonos de Jerusalén, cuando en realidad es el orientarse hacia allí donde nos encontraremos con Cristo muerto y resucitado anclando en un sentido nuevo para nuestra vida.
Como estos dos hombres, nosotros en cambio, muchas veces deambulamos por la vida alejándonos de la otra meta y es por eso que ante las vicisitudes de la vida, ante los acontecimientos que muchas veces nos golpean, nos sentimos abrumados por la tristeza y el desánimo.
“Nosotros esperábamos otra cosa”, dicen estos dos discípulos del Señor. También nosotros lo decimos, esperando que Cristo se nos presente de otra manera en el transcurso de nuestra vida.
Quizás también como ellos esperamos que Jesús “libre a Israel”, es decir, que nos emancipe de toda esclavitud, de toda atadura en la que vivimos en este mundo, que nos libere de toda opresión política, económica o social.
Y como estos discípulos muchas veces hacemos una lectura del evangelio totalmente diferente a la que podemos hacer desde la fe.
Por eso es necesario que Jesús se ponga a caminar junto a nosotros.
De hecho camina siempre a nuestro lado, aunque muchas veces no lo reconozcamos, porque lo hace no según nuestro querer sino de acuerdo a nuestro bien, ya sea en el dolor, en el fracaso, en el éxito o en los gozos de nuestra vida. Y Jesús se interesa por nosotros porque conoce de qué estamos hablando, o de qué estamos conmovidos o abrumados. Pero quiere escucharnos a nosotros, como si dijera ¿qué les pasa?, ¿de qué están hablando en el camino de la vida? ¿De qué se preocupan? Y así, en el momento en que se descubre el corazón del hombre, se da la ocasión para que Jesús comience a enseñarnos a leer los acontecimientos de la vida cotidiana desde la fe.
En el texto de Lucas nos encontramos con un dato muy revelador. Jesús les dice a los dos caminantes “¿No era necesario que el Mesías soportara esos sufrimientos para entrar en su gloria?” Les menciona lo que es fundamental en la fe del cristiano, su muerte y resurrección para la salvación del mundo.
Eso mismo proclamaban los apóstoles como escuchamos en la primera lectura de boca del apóstol Pedro (Hechos 2,14ª.22-33). Ellos anunciaban al mundo aquello de lo que eran testigos, la muerte y resurrección del Señor para obtener la libertad de hijos de Dios.
Y mientras Cristo habla sentimos que va ardiendo nuestro corazón como los caminantes a Emaus.
Es en la lectura y reflexión de la Palabra de Dios desde la fe cuando comienza a arder el corazón del cristiano, ya que podemos leer la Palabra de Dios como quien lee una novela o un libro interesante o buscando algo que nos agrade y no llega a nuestro corazón. Solamente cuando la leemos desde la fe, sabiendo que es el mismo Señor quien habla, comienza a arder nuestro corazón en el deseo de un encuentro más profundo con el Misterio.
De allí la necesidad de decirle a Jesús, “Señor quédate con nosotros porque ya anochece”, “mi vida está en penumbras o puede estarlo si Tú no estás conmigo, caminando a mi lado, enseñándome a conocerte mejor”.
Jesús se queda con los dos discípulos para la fracción del pan compartido; se detiene en aquello que es fundamental en la vida de las primeras comunidades, como reflexionábamos el domingo pasado y, es en ese momento que lo reconocen tal cual es.
Es la Eucaristía la que abre los ojos del entendimiento del creyente de una manera total. Por eso no ha de admirar el que mucha gente que se dice católica siga estando ciega bajo el punto de vista de la fe, porque al no participar de la Eucaristía dominical, al no dejarse instruir por Cristo, no encuentra la luz interior que les permite ver el sentido de la existencia humana.
La Eucaristía es la que abre los ojos de estos hombres y se dan cuenta que tienen que volver a Jerusalén y encontrarse con los apóstoles que ya han tenido la experiencia del Cristo resucitado, el de la fe, por medio de algunos de ellos -Pedro y Juan- y algunas mujeres María Magdalena y María de Cleofás-, y contarles su propia experiencia.
De regreso a Jerusalén comienzan la nueva tarea de sentirse enviados a llevar el único mensaje de salvación cual es el de Cristo muerto y resucitado.
El relato que acabamos de proclamar y meditar se asemeja a lo que acontece cada domingo en la misa. Venimos a la misa semanal cargados con problemas, dificultades, preguntas a flor de labios, agobiados y quizás con una visión parcializada sobre la persona de Cristo y de su ingerencia o no en nuestra jornada cotidiana.
A medida que escuchamos la palabra de Dios, sentimos que nuestro corazón va ardiendo y, al introducirnos más y más en la liturgia hasta llegar a la fracción del pan, se nos van abriendo los ojos, nuestra mirada interior y, caemos en la cuenta que el Señor es el único Salvador que puede fortalecer nuestro espíritu.
Una vez concluida la misa, felices por haber compartido el pan en comunidad, salimos a encontrarnos con la sociedad en la que estamos insertos, a la Jerusalén moderna que nos espera, para que le entreguemos el mensaje del resucitado.
Este mensaje consiste en decirle al mundo que no fuimos rescatados como dice San Pedro en la segunda lectura (1 Pedro 1,17-21), con bienes efímeros como el oro y la plata, sino con la sangre de Cristo el Cordero sin mancha, derramada por nuestra salvación.
¿Por qué no decirle a quien está cerca de nosotros pero alejado de Dios, te has dado cuenta que fuiste rescatado por la sangre de Cristo? ¿No sabes cuánto le costaste al Señor para que tú sigas en la vaciedad de una vida de pecado? Reconcíliate con Él, vuélvete a Él nuevamente.
Concluyamos pidiendo a María de Guadalupe, patrona de Santa Fe en el día de su fiesta, que nos guíe al encuentro de su Hijo resucitado para que afirmando nuestra fe en Jesús podamos mirar la vida de cada uno y el mundo en el que vivimos, con la mirada del salvador.
Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el III° domingo de PASCUA. Ciclo “A”. 08 de mayo de 2011. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com
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