3 de diciembre de 2011

“La segunda venida del Señor, realidad anunciada y esperada en la fidelidad”


Comenzamos este domingo un nuevo año litúrgico, el tiempo de Adviento. Cada uno de nosotros tiene experiencia del transcurrir de los días, semanas y años. Vamos envejeciendo en el suceder de nuestra existencia.
Experiencia que se puede vivir desde la fe o como un mero devenir del tiempo.
Cuando no se vive de la fe este acontecer de cada persona y del mundo temporal, llegamos al final a un callejón sin salida, el del sin sentido de nuestra vida, ya que sólo vivimos y morimos.
Desde la fe, en cambio, estos hechos alcanzan un sentido nuevo. Conocemos que no sólo es un caminar en el tiempo, sino vivir siempre un presente y continuo Kairós, el momento particular de gracia que permite unirnos a nuestro Dios, realizar su providencia según nuestra vocación particular, abiertos también a los hermanos, orientándonos siempre a la meta de la Vida eterna con Dios.
El año litúrgico precisamente trata de darle un sentido nuevo al transcurso de días, semanas y años, no como mera repetición de hechos del pasado como si fuera un eterno retorno, sino invitándonos a tener “memoria” cada año actualizando los misterios que refieren a la salvación del hombre.
Habíamos verificado el domingo pasado en la fiesta de Cristo Rey, que Él es alfa y omega, principio y fin, en la historia humana, en virtud de su humanidad. Como Hijo, en cambio, es presencia siempre viva en la eternidad trinitaria. Nosotros también comenzamos nuestro existir en el alfa -aunque estamos presentes desde siempre en el pensamiento del Dios providente- y nos orientamos al encuentro definitivo con quien es Omega.
El tiempo de adviento permite remitirnos al comienzo de la historia humana que en la promesa de un Salvador nos recobrará de la postración del pecado de los orígenes, y en su nacimiento actualizado de cada Navidad, nos proyecta a su segunda venida que es ya realidad en esperanza.
Por eso en la primera parte del tiempo litúrgico que comenzamos, la idea fuerte toca a la realidad anunciada, pero por realizar, de la segunda venida, a la que debemos prepararnos con espíritu vigilante ya que no conocemos ni el día ni la hora de su acontecer como recuerda el evangelio de este día.
Ya cercanos a la Navidad – en cambio- actualizaremos lo que se anuncia en la primera lectura (Is. 63,16b-17.19b; 64,2-7) cuando el pueblo de Israel reclamaba la venida del Mesías previendo la salvación de la misma historia.
El texto de Isaías manifiesta el reproche dirigido a Dios ya que se pensaba que había abandonado a su pueblo endureciéndole incluso hasta el corazón.
De hecho la Sagrada escritura habla de este endurecimiento, por ejemplo, refiriéndose al Faraón que se obstina en no dejar salir a los israelitas de Egipto o el hecho de que Dios deja a su suerte a los que no lo reconocen presente en las realidades creadas (Rom. 1, 18). En realidad, ante el rechazo obstinado de Dios por parte del hombre, muchas veces queda éste librado a su suerte, víctima de su propia elección, revestida de autosuficiencia.
Es entonces cuando descubre el ser humano sus errores y, arrepentido, se dirige a su Creador para que se abran los cielos y se derrame la salvación.
La respuesta de Dios será la de venir a nuestro encuentro porque su gracia misericordiosa supera la presencia del pecado humano.
El tiempo de Adviento, en fin, nos prepara a dar cumplimiento lo vivido el domingo pasado, el triunfo de Cristo como rey de todo lo creado.
Esto es así porque el nacimiento en carne del Hijo de Dios vence la envidia del demonio que nos hizo caer, mostrándonos que el ser pequeños como el Niño de Belén, nos eleva nuevamente a la dignidad de hijos adoptivos y, porque su segunda venida, manifiesta que todo es devuelto al Padre una vez que es puesto a los pies del Señor.
De allí la importancia de mirar desde el presente la segunda venida del Señor. Ese señor que se fue de viaje –como señala el evangelio- que ha dejado su casa, que es la humanidad, la Iglesia o la comunidad misma, a nuestro cuidado, dándonos tareas concretas a cada uno y advirtiendo al mismo tiempo, “¡tengan cuidado! ¡Estén prevenidos! ¡No se duerman!”
¿Por qué ésta exhortación? Porque cuando nos acostumbramos a vivir en el tiempo, en lo mundano de cada día, concluimos viviendo como si Dios no existiera y lo eternal no aparece en el horizonte del que se dice creyente. Las preocupaciones de cada día, las costumbres, las modas y las ideologías de turno, acaban con arrebatarnos la mirada y pensamiento en lo eterno como meta de nuestro caminar, adormeciéndonos con los pasatiempos del presente sin esperar con gozo la venida del que siempre está viniendo.
No creer, por tanto, que por ignorar el momento de su venida y comprobar su tardanza estamos libres de que llegue de improviso y nos sorprenda.
La exigencia será siempre la de la vigilancia, de quien espera su retorno. Hemos de preguntarnos acerca de cómo estoy viviendo cada día, ya que nosotros también hoy volvemos a sentir la experiencia que señala el profeta, el sentirnos agobiados por el pecado, mientras el Señor nos responde con palabras del apóstol San Pablo (1 Cor. 1,3-9) diciéndonos “Dios es fiel”. Nosotros que somos tan sensibles ante la infidelidad y el engaño de la persona que amamos, sensibles ante la mentira de quien nos esconde algo de suma importancia recordar que “¡Dios es fiel”, no se desdice de sus promesas, de lo que ha pensado desde toda la eternidad y, por eso nos llama también a la fidelidad para con Él, viviendo en comunión permanente con su Hijo hecho hombre –como lo recuerda el apóstol.
Se anuncia, por lo tanto, el que vivamos en comunión con Jesús mientras dure nuestra misión de “porteros” o “servidores” de su casa, de la humanidad, de la Iglesia y de la comunidad (Mc. 13, 33-37).
Para esta tarea muchas veces difícil no estamos solos, porque precisamente para vivir la fidelidad nos ha colmado de sus dones, regalándonos con lo mejor de Sí mismo. Como diciéndonos, no tienen excusa si ustedes no son fieles, ya que esto no es porque Dios falle, sino porque no sabemos responder a tanto amor recibido.
El no responder a ese amor del que es fiel hace que vivamos confundidos, de allí que el ser humano no sepa muchas veces en el tiempo presente cómo obrar en lo que ha de ser un anticipo de la eternidad.
Cuando no se camina por la vida en unión con el Señor, este transitar por el mundo pierde también su sentido.
Por eso hermanos, vivamos este adviento con esperanza, como lo significamos con el verde de la corona de adviento, signo de la vida nueva que se nos ofrece. Cada cirio encendido cada domingo de este tiempo litúrgico irá mostrando que a medida que caminamos en la esperanza, somos iluminados cada vez más sobre el sentido de la vida hasta llegar a la Luz plena de la Navidad donde recibiremos al Salvador prometido.
Vivamos cada día intensamente, iluminados por la luz de la fe de modo que no sea un mero transcurrir de horas, días, meses y años, sino que sea una actualización siempre viva de los misterios santos que nos han salvado y nos encaminan a la Casa del Padre común de todos.

Padre Ricardo B. Mazza, Cura Párroco de la parroquia “San Juan Bautista” de Santa Fe de la Vera Cruz, en Argentina. Homilía en el domingo I° de Adviento, ciclo “B”. 27 de Noviembre de 2011.



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