Cantábamos recién “Grandes cosas hizo el Señor por nosotros”. Es probable que los israelitas vueltos a su patria cantaran llenos de gozo en estos términos. Llorando fueron al destierro pero van de regreso cantando (salmo 125).
Se realiza en ellos la salvación prometida por el Señor por medio del profeta Jeremías (31, 7-9) y, por ellos son invitadas las naciones del mundo para encontrarse con el único Dios y constituir un único pueblo.
Jeremías afirma que “el Señor ha salvado a su pueblo, al “resto de Israel”, es decir, a los que han permanecido fieles a la alianza a pesar de las dificultades y persecuciones vividas, y por ellos son convocados todos de manera que “¡es una gran asamblea la que vuelve aquí!”, a la tierra de promisión.
En nuestros días, “el resto de Israel” está formado por todos los bautizados que permanecen fieles al Señor a pesar de la indiferencia o alejamiento total de quienes en otro tiempo pertenecían al cuerpo de la Iglesia. También hoy y, a la vista de la fidelidad de este pequeño “resto”, la Iglesia inaugura la Nueva Evangelización de los alejados para que se reencuentren nuevamente con Jesús.
El texto del evangelio de hoy (Mc. 10, 46-52), con la curación del ciego, ilumina esta perspectiva nueva de la evangelización que iniciara la Iglesia en estos días al inaugurar el Año de la Fe.
Arrojado al costado del camino mendiga su sustento material, pero buscando el sentido profundo de la vida, clama al pasar Cristo que de Jericó se dirige a Jerusalén para celebrar Su Pascua, “Hijo de David ten piedad de mí”. Benedicto XVI, hoy, en la homilía de la clausura del Sínodo, recordando la interpretación que hace del hecho san Agustín, dirá que este hombre más que haber disminuido en su nivel de vida –tal la explicación de san Agustín- pierde la riqueza de la fe quedando ciego. Ha perdido la luz de la fe quedando sumergido en la oscuridad de una vida sin sentido.
Este hombre, por lo tanto, representa a tantos creyentes que en el decurso del tiempo han perdido el rumbo al declinar o perder la fe que le daba sustento.
El caminar junto a Jesús del “resto de Israel” –los discípulos y la gente que comienza a creer en Él-, sirve de mediación para que en este hombre despierte –quizás sin saberlo con claridad-, la esperanza de ser también salvado. El hombre indiferente o alejado de Dios en el mundo actual debe ser ayudado por el “resto de Israel”, es decir, por quienes nos mantenemos fieles, a recuperar la esperanza en el encuentro comprometido con Jesús.
De allí que la conversión continua de cada uno de nosotros y el compromiso con una evangelización nueva, ha de posibilitar la cercanía de quienes somos Iglesia con tantos hermanos nuestros, que quizás sin saberlo, desean volver pero no saben cómo.
Es posible que el llamado de un mundo cada vez más materialista que pone su seguridad en la riqueza, en la vida fácil, o en un estilo de vida cada vez más efímero, haya llevado a muchos,-encandilados por falsas grandezas-, a alejarse del Señor.
También la falta de compromiso por una vida de grandeza cristiana, observada con frecuencia en los bautizados, pudo llevar a la convicción de la inutilidad de la presencia de Cristo y su mensaje del reino en la vida de cada uno. Nuestro compromiso con el hombre de hoy debe ayudar a que salga del corazón de tantos alejados del Señor, el grito esperanzador de “Hijo de David, ten piedad de mí”. Súplica mendicante de la gracia de Dios que el hombre no puede alcanzar por sí mismo, pero que sabe que sólo Él puede otorgársela.
“Llámenlo” –dice Jesús en referencia al ciego y a tantos incrédulos de hoy-.
Y quienes antes lo reprendían, como nosotros a tantos de hoy, le comunican, “¡Ánimo, levántate! Él te llama”, haciendo que este hombre, y el hombre sin fe de todos los tiempos, dejado su manto, busquen la seguridad nueva que intuye en el llamado del Señor, pegando el salto de la disponibilidad de corazón.
Y Jesús, que camina junto al hombre de hoy, como lo hizo en todos los tiempos, dirá “¿Qué quieres que haga por ti?”, escuchando de este hombre y de tantos otros que no encuentran sentido a su vida, “Maestro, que yo pueda ver”. “Vete, tu fe te ha salvado” responde Jesús, enseñando que recupera la visión que da la fe permitiéndole ver la vida y sus acontecimientos de una manera nueva.
La vida de este hombre, como la de tantos que recuperan la fe, comienza a tener un sentido nuevo, de allí que sea apremiante el seguirlo por el camino, orientados a Jerusalén, y por lo tanto a la Cruz que realiza la salvación de todos los que lo buscan.
En este Año de la Fe, el seguimiento de este hombre ha de motivar el nuestro propio, convencidos que tras los pasos del Señor se encuentra la verdadera grandeza del hombre. Seguimiento que significa el compromiso de cada uno por proclamar con alegría el encuentro de fe que hemos realizado con el Señor. Encuentro que merece ser conocido y ofrecido a quienes aún no le han encontrado un sentido verdadero a sus existencias.
¡Cómo seríamos examinados de diferente modo si al vernos felices testimoniamos que se debe al encuentro personal con el Señor!
Qué distinta sería la imagen del creyente si en medio de las persecuciones o incomprensiones sufridas por nuestro compromiso profundo con el Señor, sabemos manifestar con gozo que sólo tiene sentido nuestra condición humana cuando se vive en el servicio de Cristo y de los hermanos creyentes!
Queridos hermanos, la Eucaristía que celebramos nutre nuestra vida y nos prepara, reafirmando nuestra fe, para ser ministros de la nueva evangelización de los que se han apartado, pero en el fondo siguen buscando al Salvador.
Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el domingo XXX del tiempo ordinario, ciclo “B” 28 de octubre de 2012. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com
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