En la primera lectura (I Reyes 17,8-16), leemos que el profeta Elías se encuentra en Sarepta, enviado por Dios, en momentos en que el reino de Israel había caído en la idolatría, por el culto a Baal como religión oficial, bajo el influjo de la fenicia reina Jezabel, esposa del rey Acab.
Dios había “desafiado” dramáticamente al dios de las tormentas declarando, por medio de su profeta Elías, que no habría más rocío ni lluvia (1 Rey. 17,1), marchitándose Israel bajo la devastadora sequía.
Dios había “desafiado” dramáticamente al dios de las tormentas declarando, por medio de su profeta Elías, que no habría más rocío ni lluvia (1 Rey. 17,1), marchitándose Israel bajo la devastadora sequía.
Ahora bien, en aquellos tiempos, se pensaba que los dioses pertenecían a una región específica, por lo que Sarepta, situada fuera de Israel, parecía estar lejos del área de influencia del Dios de la Alianza. Sin embargo, nunca alguien está fuera del alcance de Dios. Allí, en el mismo centro de la adoración a Baal, Dios hizo conocer su presencia y su poder.
En efecto, Dios usa la necesidad del profeta para llegar a una mujer pagana. No necesitamos cubrir nuestros problemas o pretender que no tenemos necesidades, porque todos sabemos que esto no es cierto. Como cristianos, sufrimos y sentimos dolor, y también necesitamos obtener alivio y ayudar a otros, que pueden profesar otra fe diferente de la nuestra, o ninguna.
El encuentro con la viuda pobre permite reflexionar en el hecho del poder de la fe para cambiar la realidad al prolongarse en la caridad.
Confiando en la palabra de Dios transmitida por el profeta Elías, esta mujer pospone su propia subsistencia para darle de comer al hombre de Dios, y recibe en abundancia el premio prometido a los que son fieles ya que “el jarro de harina no se agotó ni se vació el frasco de aceite conforme a la palabra que había pronunciado el Señor por medio de Elías”.
Esta mujer pagana se despoja de lo único que tiene para servir a otro y, mientras se vacía de sí misma se colma de la fe en el Dios de la Alianza. Como contrapartida, muchos israelitas, formados en el espíritu de la Alianza son seducidos por los cultos paganos y dejan al Dios verdadero. Esto de alguna manera es como un anticipo de lo que sucede a menudo entre nosotros los católicos, cuando muchos que recibieron el bautismo, seducidos por los ídolos del dinero y del consumismo se han olvidado de su Dios y ponen su confianza en lo pasajero y efímero.
Pero, al mismo tiempo, como esta viuda pobre, hay quienes a pesar de haber crecido sin fe están abiertos a todo lo que es bueno y verdadero y por lo tanto, aún sin saberlo, se acercan a Cristo el Salvador, y culminan confiando en la Palabra de Dios por encima de todo.
En el texto del evangelio proclamado (Mc. 12, 38-44) nos encontramos con un cuadro similar. Una mujer viuda y pobre atrae la atención de Jesús que está observando cómo se entregan donaciones al tesoro del templo.
Llama a los discípulos y les dice “Esta mujer ha entregado al tesoro del templo más de lo que han puesto los otros”. Y explica que mientras los demás han dado lo que les sobra, ella ha dado todo de sí, lo que tenía para su propia subsistencia, como lo había hecho la viuda que alimentó e Elías.
Con ese gesto ha manifestado su total disponibilidad ante Dios, no se ha guardado nada para sí, ni siquiera su vida, la cual agradece dándola a su Creador por medio de la ofrenda de las monedas.
El texto no dice que la mujer haya sido favorecida como lo fue la viuda en tiempo de Elías con abundancia de harina y aceite, pero seguramente su obra no fue olvidada por Dios que mira con agrado toda obra buena y que no se deja ganar en generosidad, ya que más tarde o más temprano, retribuye con creces nuestra benevolencia hacia Él y hacia el prójimo.
Por eso cada uno de nosotros es interpelado para entregar lo mejor de sí al Creador. Esto se traduce no sólo en la entrega del dinero sino en la disponibilidad permanente de realizar el bien.
¡Cuántas veces le negamos a Dios el culto dominical, la oración de adoración que reconoce su grandeza y nuestra debilidad al mismo tiempo, por entretenernos en vivencias pasajeras y frívolas que nos encandilan al momento pero que nos dejan cada vez más vacíos y desamparados! ¡Cuántas veces le damos a Dios lo que sobra en lugar de entregar lo mejor de nosotros mismos apurados siempre en la búsqueda de lo que atrapa nuestros sentidos o nos impacta emocionalmente! ¡Cuántas veces recurrimos a Él solamente cuando las dificultades nos apremian y no encontramos soluciones en aquello en lo que confiamos habitualmente!
Mantenemos muchas veces las actitudes de los escribas de quienes Jesús dice duramente “Cuídense de los escribas a quienes les gusta pasearse con largas vestiduras y ser vistos por la gente”, que se consideran importantes y ocupan los primeros puestos pero “devoran los bienes de las viudas y fingen hacer largas oraciones”.
Los escribas a menudo viven un culto religioso falso ya que expolian a los más pobres abrumándolos con impuestos injustos.
Se trata de un pecado gravísimo, ya que escudándose en una falsa piedad y culto, perjudican sin remordimiento alguno a los más pobres de la comunidad. Mal éste no sólo presente en el tiempo de Jesús sino también en nuestros días.
En efecto, no es infrecuente que el despojo del prójimo se oculta en medio de un culto vano y superficial. Se pretende quedar bien con Dios y con el diablo, en lugar de vivir una religión pura en la que se vivencie un culto verdadero y una justicia profunda.
De hecho, cuántos católicos se enriquecen con el empobrecimiento de muchos hermanos suyos, a quienes se esquilma con procedimientos “legales” pero totalmente ajenos a la justicia evangélica, como la usura.
Por eso, Jesús sigue hablando de la contradicción de estos comportamientos al advertir que “fingen hacer largas oraciones”.
Contrasta esto con el obrar de ambas viudas, que partiendo de su pequeñez, de su humildad ante Dios están abiertas al culto verdadero porque es verdadera también su actitud frente a las necesidades del hermano.
En este Año de la Fe es importante que veamos cómo actualizar y fortalecer la misma por medio de la verdad en nuestras acciones exteriores que han de prolongar lo que sostiene nuestro corazón.
La fe en la Palabra de Dios y su Providencia, hizo que estas mujeres entregarán de sí lo mejor, con la esperanza que tales actitudes caritativas se perfeccionarían en el encuentro definitivo con el Dios de la salvación.
A nosotros, por lo tanto, se nos pide afianzar en nuestras vidas estas mismas vivencias, como un medio necesario para perfeccionar aquel gran don de la fe recibido en el bautismo.
Vayamos con confianza al encuentro de Jesús para que su mirada hacia la entrega cotidiana de nosotros mismos sea de absoluta complacencia y nos fortalezca para continuar progresando en el camino de la verdad y del bien.
Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el domingo XXXII del tiempo ordinario, ciclo “B” 11 de noviembre de 2012. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com
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