24 de noviembre de 2012

“La felicidad plena y duradera consiste en servirte a Ti, fuente y origen de todo bien”.

Estamos concluyendo el año litúrgico. El próximo domingo celebraremos a Cristo rey del universo y posteriormente con el primer domingo de adviento daremos inicio un nuevo año actualizando los misterios de nuestra fe católica. De allí que en estos últimos días la atención de la liturgia está puesta en lo que la teología denomina Escatología, es decir, los últimos acontecimientos de la vida del hombre y de su historia terrena.
Esto nos interpela no a vivir dramáticamente estos hechos, sino que con espíritu vigilante esperemos la consumación de todo y el comienzo de los “nuevos cielos y la nueva tierra”.
En la primera oración de esta misa dirigida a Dios pedíamos nos conceda “vivir siempre con alegría bajo tu mirada, ya que la felicidad plena y duradera consiste en servirte a ti, fuente y origen de todo bien”.
Felicidad plena, es decir, aquella que todo ser humano añora y desea en su corazón, porque hemos sido creados para poseerla, y que se alcanza en el servicio permanente al Creador. Felicidad duradera porque comienza en este mundo imperfectamente, y se perpetúa en la vida eterna con Dios.
En los santos, especialmente en los mártires, comprobamos esta doble faceta de la felicidad en el servicio, aún en medio de las pruebas y cruces, -que se han de soportar siempre con grandeza de espíritu- y que dilata y orienta el corazón a lo que es perfección del ser humano.
Esto lo vemos reflejado también en los textos bíblicos de este domingo. Y así, en la primera lectura, tomada de la profecía de Daniel (12,1-3), se nos dice que “en aquél tiempo, se alzará Miguel, el gran Príncipe, que está de pie junto a los hijos de tu pueblo. Será un tiempo de tribulación, como no lo hubo jamás, desde que existe una nación hasta el tiempo presente”.
El profeta parte de un hecho histórico, la cruel persecución del rey Antíoco contra el reino de Judá, en la que mataba a todo aquél que se oponía a su proyecto de paganizar al pueblo elegido. Se enfrentan al rey inicuo los Macabeos, que al vivir con alegría bajo la mirada de Dios, decidieron oponerse con las armas al enemigo, ya que ellos concebían la verdadera felicidad, plena y duradera, en servir al Dios de la Alianza (I Macab 2-5).
Esta forma auténtica de vivir la fe de sus padres les llevaba a confiar en el poder de Dios más que en las armas y los ejércitos, de modo que disminuidos en número y en pertrechos bélicos, obtenían resonantes triunfos sobre sus enemigos.
Antíoco, deprimido y con remordimiento por sus maldades, sabe que su derrota es obra del Dios verdadero y muere abrumado por sus pecados (I Mac. 6,1-17).
Esta lectura de fe que hacemos de los acontecimientos históricos nos debe ayudar a comprender que Dios es el Señor de la historia humana, que nada escapa a sus designios de salvación, y que toda vez que alguna nación o poderoso de este mundo, pretendieron oponerse y combatir a Dios, terminan destruidos y sepultados en el oprobio y olvido.
Enseñanza constante de la Sagrada Escritura, corroborada siguiendo las vicisitudes históricas de la humanidad, es que quien realiza el mal culmina siendo víctima de sus propios pecados y soberbias.
El profeta Daniel anunciando la liberación del pueblo oprimido en un contexto histórico determinado, profetiza la segunda venida de Cristo y la suerte futura de la humanidad, ya que “muchos de los que duermen en el suelo polvoriento se despertarán, unos para la vida eterna y otros para la ignominia, para el horror eterno. Los hombres prudentes resplandecerán como el resplandor del firmamento, y los que hayan enseñado a muchos la justicia brillarán como las estrellas, por los siglos de los siglos”.
En el texto del evangelio, anunciando Jesús su segunda venida (Marcos 13,24-32) dice “Él enviará a los ángeles para que congreguen a sus elegidos desde los cuatro puntos cardinales, de un extremo al otro del horizonte”. Estos elegidos, -a quienes menciona ya la profecía de Daniel-, ciertamente son quienes por haber servido fielmente al Señor alcanzarán la felicidad plena y duradera a la que refiere la primera oración de esta misa.
A nosotros nos resulta conflictiva la presencia de los malos y de quien los dirige astutamente, el demonio. Cada vez más la influencia del mal se hace notoria a nuestra mirada, incluso en nuestra Patria.
Sin embargo, esto no debe angustiarnos ni hacernos caer en el pesimismo extremo que nos lleve a pensar que nada puede hacerse.
La confianza en el Señor de la historia y el conocimiento de la historia humana nos hacen descubrir que el mal nunca tiene la última palabra, y que se mantiene vivo el hecho de que Jesús ya venció al demonio y al mundo que responde a él. Sólo falta el tiempo, por nosotros desconocido, en que Jesús se nos manifestará en todo su esplendor como rey del universo.
Siguiendo con la lectura de la realidad en la que estamos insertos, hemos de reconocer que el estado de corrupción en que estamos sumergidos, en nuestro caso como argentinos, es fruto de nuestra propia desidia por defender los valores que forjaron nuestra identidad como cristianos. Si hemos dejado hace ya tiempo la ley de Dios no sólo individualmente, sino también tolerando la aprobación de leyes inicuas que avergüenza a todo aquél que todavía razona, no podemos quejarnos el vivir en una sociedad donde impera la anarquía más feroz y donde cada uno se autoproclama con derecho de hacer lo que quiere, cómo y cuándo lo desee.
Todo esto nos debe llevar a pensar qué es lo que Dios nos está diciendo a nosotros, argentinos del siglo XXI. Descubriríamos que nos interpela y nos reclama que volvamos a Él por medio de la fidelidad a su palabra. A veces nos preguntamos por qué Dios nos ha abandonado, cuando en realidad fuimos nosotros como pueblo, -aunque haya mucha gente que obra el bien, por cierto-, los que nos apartamos de su presencia, por lo que Dios nos ha dejado a nuestra propia suerte ya que damos a entender que no lo necesitamos.
Los santafesinos, por ejemplo, toleramos que en la provincia el ministro de salud alardee de los abortos “legales” que se realizan, mientras nosotros callamos.
Todo esto, sin duda, se vuelve contra nosotros mismos de modo que ya nadie es respetado como persona y vivimos sujetos a la injusta agresión constante de tantos delincuentes que hacen lo que quieren ante la inoperancia de quienes debieran poner freno a estos desmanes.
Sólo regresando a Dios y observando la realidad con ojos de fe estaremos iluminados de manera que podamos rechazar sin temor lo que nos degrada.
Los textos bíblicos de este domingo no sólo apuntan al hecho de la segunda venida de Cristo de la que no sabemos ni el día ni la hora, sino que son una invitación a una fidelidad más sincera en el hoy que nos toca vivir, realizando el bien y poniendo nuestro empeño para que el mal no siga prosperando y llevándose todo por delante.
Si bien es cierto la parábola del trigo y la cizaña (Mt. 13, 24-30) proféticamente nos dice que la separación de unos y de otros se hará en el momento de la cosecha, esto es, al fin del mundo, hemos de trabajar para minimizar al menos los efectos del maligno y sus seguidores.
Pidamos a Jesús que ha venido a salvarnos y nos da el poder de redención para el tiempo que vivimos, y que está a la derecha del Padre hasta que sus enemigos sean derrotados –como lo dice el libro de los Hebreos (10, 11-14.18)- que nos ilumine para conocer qué es lo que quiere de nosotros en el presente, y nos fortalezca para obrar en consecuencia.

Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el domingo XXXIII del tiempo ordinario, ciclo “B” 18 de noviembre de 2012. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com

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