20 de diciembre de 2012

“Él exulta de alegría a causa de ti, te renueva con su amor y lanza por ti gritos de alegría, como en los días de fiesta”

El profeta Sofonías (3, 14-18ª) invita a Israel a reconocer el amor de Dios por su pueblo, y a vivir la alegría que implica la presencia del mismo en medio suyo.
 Por eso repite “El rey de Israel, el Señor está en medio de ti: ya no temerás ningún mal”.
Este mensaje se actualiza también en nuestros días cuando caminamos por la historia del mundo, fieles al Salvador, hacia el encuentro del Padre, ya que “Señor está en medio de nosotros”.
Continúa el profeta afirmando que “¡El Señor, tu Dios, está en medio de ti, es un guerrero victorioso!”, anuncio que se cumple también hoy en la historia humana ya que Él lucha por nuestra salvación, destruyendo lo que impide u obstaculiza nuestro crecimiento como hijos de Dios.
“Él exulta de alegría a causa de ti, te renueva con su amor y lanza por ti gritos de alegría, como en los días de fiesta”-continúa el profeta- .
¡Cómo conmueve profundamente el percibir la alegría de Dios por sus creaturas junto a la promesa de renovarnos y rejuvenecernos con su amor!
¡Esto sólo sería suficiente para que volvamos a Él cada día para ser santos!
Precisamente, el Adviento que transitamos, nos prepara para la plenitud de los tiempos, la “hora” en que Dios renueva su primer amor –el de la creación- para con la humanidad, entregándonos a su Hijo hecho carne en el seno de María.
En la liturgia de este día se nos presenta la figura de Juan Bautista, precursor de Jesús, que enseña y predica sabiendo que “el Rey de Israel está en medio de su pueblo”, aunque no sea todavía conocido por todos.
Juan Bautista que escucha la voz de Dios en el silencio del desierto y de su corazón, sin distraerse por lo pasajero de este mundo, sino sólo buscando ser fiel a la vocación recibida, comienza a anunciar al Mesías y la necesidad de la conversión para el encuentro con Él (Lc. 3,2b-3.10-18).
De allí que la gente que ha recibido el bautismo de “conversión” exclame: “¿Qué debemos hacer entonces?”, es decir, ¿qué hacer para que el bautismo recibido lleve a un cambio del corazón? A lo que Juan responde “Yo los bautizo con agua, pero viene uno que es más poderoso que yo,..Él los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego”.
Juan, pues, orienta y prepara los corazones para la salvación, y Jesús perfecciona lo comenzado otorgándola por el agua y el Espíritu Santo.
En esta misión que se le ha encomendado, Juan no reclama que se lo imite a él, tras los pasos de la austeridad y de la renuncia de sí mismo, sino que cada uno debe revisar su vida concreta, la vocación que ha recibido para dar gloria a Dios y contribuir al bien de los hermanos.
El seguimiento debe ser tras los pasos de Jesús a quien “yo no soy digno de desatar la correa de sus sandalias”, enfatiza el precursor.
Los tres tipos de personas que interrogan a Juan, no agotan todas las posibilidades de respuestas humanas, son sólo un ejemplo.
A los publicanos o cobradores de impuestos, a los soldados o fuerzas de seguridad, diríamos hoy, y a quienes poseen muchos bienes, les dirá, no se enriquezcan a costa de los demás; no extorsionen a nadie, -no coimeen en lenguaje actual-; compartan lo que tienen –no sean egoístas pensando sólo en su bien personal. Cualquiera de nosotros puede preguntar a Juan, ¿qué debo hacer entonces? Y cada uno recibirá su respuesta, según la profesión, actividad, trabajo o tarea honesta que desempeñemos en la sociedad.
Y así, si soy docente, empresario, sacerdote, gobernante, comerciante, casado o soltero, padre o madre, hijo o hija, he de puntualizar lo que Dios quiere de mi y disponer mi corazón a una sincera rectificación de rumbo si me he desviado, o a profundizar el mismo si voy por el buen camino, y así vivir a fondo lo que implica la venida del Mesías.
Ya a las puertas de la Navidad, la liturgia nos apremia a preparar nuestro corazón para salir al encuentro del Señor. Y así, cuando el cristiano encuentra a Cristo abriéndole el corazón, y busca seguirlo e imitarlo, aún en medio de las debilidades propias del ser humano herido por el pecado, pero con la decisión de seguir creciendo en el amor a su Persona y enseñanzas, nos embarga una profunda alegría.
San Pablo (Fil. 4, 4-7) nos dice precisamente en este día “alégrense siempre en el Señor”. Alegría que no proviene del jolgorio, de una vida frívola, de la diversión, que siempre es pasajera y no sacia al ser humano, sino la alegría en el Señor que produce el equilibrio interior que aunque no lo advirtamos buscamos siempre y vivimos en la paz del corazón.
Esa paz definida por san Agustín como “la tranquilidad en el orden”, que no se identifica con quietismo, sino con la orientación permanente hacia los verdaderos bienes que se encuentran en Dios y en todo lo que refiere a Él.
Continúa san Pablo que por el encuentro con Cristo nuestra bondad sea conocida por todos. ¡Qué bello el que podamos ser conocidos por nuestra dulzura, por el espíritu de pacificación, por la comprensión hacia todos los que nos rodean, por nuestra vida honesta, por las costumbres que nos enaltecen, ya que ello pondrá de manifiesto que estamos en verdad participando de la bondad misma de Dios!
Esta vivencia de lo que es bueno transforma nuestra vida, de tal manera que “el no se angustien por nada” que recomienda el apóstol, se hace realidad, ya que aunque sometidos muchas veces a sinsabores y dificultades en la vida cotidiana, tenemos una mirada que partiendo de la fe nos hace poner total confianza en la fuerza de Dios y no en la debilidad humana.
Por eso continúa el consejo diciendo “en cualquier circunstancia recurran a la oración y la súplica, acompañada por la acción de gracias” por todo lo que recibimos de parte de nuestro Salvador.
Hermanos, tenemos una semana por delante para continuar purificando el corazón, para reflexionar sobre nuestra vida y proponernos la debida transformación, especialmente por medio de los sacramentos de la reconciliación y la eucaristía, y recibir así gozosamente al Señor que viene a salvarnos.
Pidamos al Señor nos ilumine para descubrirnos de veras, para no hacernos trampa pensando que todo está bien, no sea que el Señor pase a nuestro lado y el corazón no se abra, -como no se abrieron los hogares en Belén- para recibirlo en plenitud.

Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el tercer domingo de Adviento, ciclo “C”. 16 de diciembre de 2012. http://ricardomazza.blogspot.com; ribamazza@gmail.com.-











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