28 de diciembre de 2012

“Por la oblación del cuerpo de Jesús, hecha de una vez para siempre, quedamos santificados”.


El pueblo de Judá está desconsolado ya que los asirios lo hostigan y reyes sucesores de David gobiernan pensando únicamente en ellos y no en el pueblo. Se encuentran defraudados, desalentados, como si la mano de Dios ya no se ocupara de ellos.
 El profeta Miqueas (5,1-4ª), contemporáneo de Isaías, consuela al pueblo alimentando la esperanza de algo nuevo. Para ello, el profeta insiste en retornar al origen humilde del pueblo elegido caracterizado por la figura de David, el último de su familia pero elegido por Dios, nacido en Belén. Esta ciudad “tan pequeña entre los clanes de Judá” verá nacer al “que debe gobernar a Israel: sus orígenes se remontan al pasado, a un tiempo inmemorial”, que va más allá de David, del principio del mundo, llegando al principio sin principio de la eternidad de Dios.
Pero antes “que dé a luz la que debe ser madre” el pueblo será purificado por el abandono temporal de Dios en manos extranjeras, buscando solamente que vuelvan todos a la fidelidad ya que “el resto de sus hermanos volverá junto a los israelitas”.
Una vez transformados quienes antes eran infieles, recibirán a quien “se mantendrá de pie y los apacentará con la fuerza del Señor, con la majestad del nombre del Señor, su Dios”. Y esta presencia en el mundo del Mesías anunciado llevará a que todos habiten tranquilos, ya que “Él será grande hasta los confines de la tierra. ¡Y Él mismo será la paz!”.
La necesidad del retorno a los orígenes humildes que Dios enaltece con su poder, se vislumbra en este tiempo de Adviento con la presencia de figuras sencillas como Juan Bautista, María Santísima, José esposo de María, Isabel y hasta el mismo Zacarías a pesar de su incredulidad. Ellos confiando en el poder divino más que en sus propias fuerzas colaboran en el plan de Dios para que se realice únicamente su voluntad salvífica.
Y esto se realiza así, ya que Dios, en efecto, desecha a quienes se creen poderosos y los derrumba de sus tronos, como recuerda el Magníficat.
El mismo Hijo de Dios nacerá en la humildad de la carne e ingresará al mundo como el Cristo Salvador de sus hermanos.
La grandeza del ser humano se comprueba cuando reconociéndose nada e inútil, permite que Dios actúe a través suyo para traernos su misericordia.
En el texto del Evangelio (Lucas 1, 39-45) de hoy nos encontramos con estas dos figuras de la humildad y sencillez evangélica que son María Santísima y su prima Isabel. María que sabe de su embarazo parte sin demora para visitar a Isabel que también espera a un niño. No es una visita meramente social, sino un encuentro de anuncio de la salvación.
María que ha creído en la palabra de Dios, la creyente de los anuncios mesiánicos, va al encuentro de su prima para dar testimonio de su fe.
La fe conduce siempre a la misión, es decir, a anunciar la alegría que proviene del encuentro con el Señor, a aquellos que todavía no conocen al Salvador, o lo conocen a medias o que conociéndolo se han apartado de Él.
Isabel reconoce su pequeñez y al mismo tiempo testimonia su fe en el Salvador que está por llegar, exclamando “¿Quién soy yo para que la madre de mi Señor venga a visitarme?”
Pero, al mismo tiempo, ante la presencia de María y la proclamación de fe de su madre, Juan Bautista que se forma en Isabel, da saltos de alegría, evocando de ese modo a David que ante el Arca de la Alianza, que contiene las tablas de la Ley, signo de la presencia de Dios, danza con gozo.
De hecho María es proclamada Arca de la Alianza porque en ella habita el mismo Dios hecho hombre para la salvación de todos.
Más aún, Juan representa al pueblo de la antigua alianza que da saltos de júbilo porque se ha cumplido la esperanza vivida durante siglos, e Isabel, anciana y estéril sintetiza los deseos y sufrimientos de una humanidad que es consolada por la presencia del quien viene a salvar.
Ahora bien, en el misterio de la Encarnación del Hijo de Dios y su posterior nacimiento en Belén, se encuentra presente ya su muerte y resurrección, formando un todo en la providencia salvadora de Dios.
En efecto, así lo recuerda ya la primera oración de esta misa en la que pedíamos la gracia abundante de Dios para que habiendo conocido por el ángel la encarnación de su Hijo seamos conducidos por su Pasión y su Cruz a la gloria de la resurrección.
Es más, como fortaleciendo esta interpretación de los hechos salvíficos, la carta a los Hebreos (10, 5-10) nos dice en la segunda lectura recién proclamada, que Jesús entra al mundo para cumplir con la voluntad del Padre, ya que no ha “mirado con agrado los sacrificios, los holocaustos, ni los sacrificios expiatorios, a pesar de que están prescriptos por la ley”.
Decidido a cumplir la voluntad del Padre, Jesús “declara abolido el primer régimen para establecer el segundo”, que se realiza con la entrega generosa de su cuerpo al sacrificio de la muerte en Cruz, para la que como Él mismo dice, “me has dado un cuerpo”, convirtiéndose esto en gracia para nosotros ya que “en virtud de esta voluntad quedamos santificados por la oblación del cuerpo de Jesucristo, hecha de una vez para siempre”.
Vemos así, que ya el misterio del nacimiento nos proyecta a la Pascua, dejando en claro la unidad que encierra el plan de salvación, el proyecto divino de nuestra elevación para participar de la misma divinidad que se esconde en la pequeñez de la carne de un niño.
Pero Jesús ya ha nacido entre nosotros y, actualizando cada año este acontecimiento se nos interpela para renovar de la misma manera nuestro compromiso bautismal, ya que nada puede hacer Dios en nuestro corazón si no nos convertimos dando nuestra respuesta generosa de conocerlo, amarlo y servirlo, yendo al mismo tiempo al encuentro del hombre de hoy para anunciar la alegría, desde una fe fortalecida, de la venida salvadora del Hijo de Dios.
Pidamos al Señor nos ilumine para descubrir lo que hemos de creer y vivir en el hoy de la Providencia que nos toca vivir.


Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el cuarto domingo de Adviento, ciclo “C”. 23 de diciembre de 2012.
http://ricardomazza.blogspot.com; ribamazza@gmail.com.-








No hay comentarios: