10 de enero de 2013

“Busquemos y recibamos confiados la Luz divina que nos manifiesta al Salvador”

Celebramos este domingo la solemnidad de la Epifanía del Señor. Esta palabra significa “manifestación”, o sea, el darse a conocer de Cristo a los paganos o gentiles.

La Navidad, en cambio, podemos decir que celebra la “manifestación” del Señor a los judíos, al pueblo elegido representado en la persona de los pastores.
La Epifanía o manifestación de Jesús es un llamado a todos los hombres del mundo para que entren en comunión con Dios.
El pueblo de Israel tiene conciencia clara de ser el “elegido”, pero como Dios “quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (1 Tim. 2, 4), convoca también a todas las razas y pueblos de la tierra para constituir un único pueblo guiado por un solo pastor.
Y esto es así en razón de que fuimos creados para la comunión con Dios en la vida eterna, y esto no se lograría si no existiera un llamado universal a la santidad y la gracia necesaria para que alcancemos esa meta de salvación.
Este llamado universal se concreta cuando en la plenitud de los tiempos el Hijo de Dios hecho hombre, ingresa a nuestra historia para ser instrumento de nuestro encuentro definitivo con el Padre.
San Pablo en la segunda lectura de hoy (Ef.3,2-6) dice que a él por una revelación se le ha dado a conocer un misterio, un secreto, que se fue develando en el transcurso del tiempo, y que refiere a la salvación universal.
En efecto “Este misterio consiste en que también los paganos participan de una misma herencia, son miembros de un mismo Cuerpo y beneficiarios de la misma promesa de Cristo Jesús, por medio del Evangelio”.
En virtud de este designio divino, será san Pablo el elegido como apóstol de los gentiles, de los paganos, de los que no provienen del judaísmo, para anunciar este misterio del llamado universal.
En el Antiguo Testamento ya encontramos indicios de este llamado universal, que se devela totalmente a la luz de las enseñanzas del evangelio, en el texto de Isaías que acabamos de proclamar (Isaías 60,1-6).
El profeta anuncia que hacia la Jerusalén resplandeciente de la luz y la gloria del Señor se dirigen en caravanas, no sólo los israelitas, sino también los distintos pueblos de la tierra existentes en aquél momento.
Hasta ese momento las naciones viven y caminan por el mundo en tinieblas –decíamos en la misa de nochebuena-, pero con la venida del Mesías se hace la luz para todos, vislumbrando la existencia humana de un modo nuevo.
Con todas las naciones orientadas a la Nueva Jerusalén, la celestial, se busca constituir un único pueblo, llamado en el evangelio el Reino, con un solo Pastor, el Señor, para proclamar siempre las alabanzas de Dios.
Esto refleja lo que recordábamos días pasados cuando san Juan nos decía “miren cómo nos amó el Padre” (I Jn. 3, 1-2) de manera que nadie queda excluido –salvo por propia voluntad- de llegar a la comunión con Dios.
Mientras en el mundo el número de los excluidos es cada vez mayor en razón de su pobreza, religión, enfermedad o incapacidades de todo tipo, para Dios todos somos sus hijos, verdad esta que Él quiere que asimilemos para que desde la fe aprendamos a no excluir a nadie de nuestra vida.
Esta “inclusión” nuestra en la Providencia divina, por cierto, requiere que la libertad de la cual estamos investidos haga ofrenda de sí al Dios que nos ama con un amor sin medida y desde esta respuesta, aprendamos a amar igualmente a quienes como nosotros son también hijos del Padre.
El evangelio (Mt. 2, 1-12) nos habla de estos hombres oriundos de Oriente que “vieron la estrella”, no los únicos, aunque fueron sólo ellos los que supieron encontrarle sentido a esa luz que los guiaba.
En la actualidad, Cristo, la luz que ingresa en nuestra historia para mostrarnos el camino de la salvación, es “visto” por muchos, pero no todos “miran” desde la fe, lo cual hace imposible entrar en comunión con el Salvador.
De allí la necesidad de la apertura del corazón -como lo hicieron estos sabios- para saber escuchar lo que Dios quiere decirnos a cada uno de nosotros.
Benedicto XVI en su libro sobre la infancia de Jesús señala que estos hombres no sólo se dedicaban a la astronomía, sino que era sabios por su búsqueda de la verdad. Verdaderos filósofos que no se conformaron con lo descubierto por la sabiduría griega, sino que buscaron la verdad plena hasta que por su docilidad fueron conducidos al encuentro de la misma.
Estos tres hombres, continúa Benedicto XVI, representan a toda la humanidad, más aún a todas las religiones que de una manera u otra caminan buscando la verdad. A pesar de las dificultades en el camino, ellos, porque buscaban la verdad, no se dieron por vencidos en el seguimiento de la “estrella” de la fe que es Cristo.
En definitiva, cada hombre en cada tiempo histórico, se siente movido hacia la verdad, ya que fuimos creados para encontrarnos y vivir en y con ella.
Pero cuando no caminamos hacia la Luz verdadera guiados por la fe, deambulamos por este mundo sin paz ni sosiego, ya que como decía san Agustín “nuestro corazón está inquieto hasta que descansemos en Ti”.
No olvidemos, por otra parte, que existe una “epifanía personal”, ya que Cristo quiere manifestarse a cada uno interiormente haciéndonos partícipes de su divinidad, en lo que sea posible en este mundo y en nuestra condición humana, para iluminarnos, como lo quiere hacer en cada Eucaristía.
Por eso es importante saber descubrir la Luz que proviene del Señor en cada momento del día, en medio de los acontecimientos de nuestra vida, llevarlo a nuestros hogares y trabajos para que Él nos indique de modo permanente cuál es la voluntad de Dios para cada uno de nosotros.
Cuando concluye la misa dominical hemos de llevar a Jesús en nuestro corazón, como compañero del caminar diario y preguntarle siempre qué debo hacer, cómo dar testimonio de mi fe en lo cotidiano.
Pidamos humildemente al Señor que nos siga manifestando su Luz, especialmente en la liturgia eucarística. Recordemos a los discípulos de Emaus que reconocieron a Jesús resucitado – se les manifestó plenamente- en el partir el pan.
Es en la Eucaristía donde la divinidad se esconde pero se manifiesta si recibimos al Señor con fe sincera, convencidos que puede transformar nuestra existencia, dándonos respuesta a tantos interrogantes que nos inquietan y que sólo la luz divina puede responder con la Verdad que proviene de Él.


Padre Ricardo B. Mazza. Párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz, Argentina. Homilía en la fiesta de la Epifanía del Señor. 06 de enero de 2013. http://ricardomazza.blogspot.com; ribamazza@gmail.com.-







No hay comentarios: