5 de enero de 2013

“La familia cristiana, de la cultura del olvido a la cultura de la memoria”

El papa Benedicto XVI decía en estos días que “la cultura de lo humano, de la que ella (la Iglesia) se hace valedora, ha nacido y se ha desarrollado a partir del encuentro entre la revelación de Dios y la existencia humana. La Iglesia representa la memoria de ser hombres ante una cultura del olvido, que ya sólo conoce a sí misma y su propio criterio de medida”.
Se trata del olvido de Dios y de la dignidad de la persona humana ya que “la libertad de hacer se convierte en libertad de hacerse por uno mismo”, llegándose “necesariamente a negar al Creador mismo y, con ello, también el hombre como criatura de Dios, como imagen de Dios, queda finalmente degradado en la esencia de su ser” (“La lucha por lo que significa ser persona”, Benedicto XVI a la Curia romana, 21 de diciembre de 2012).

Ante esto, la Iglesia ha de empeñarse en ser “memoria” de aquello que es esencial para la vida del hombre. En esta “memoria” está el verdadero servicio de la Iglesia a la humanidad en una cultura en la que prima el relativismo de la verdad con sus consecuencias nefastas, en el que impera el cambio por el cambio estando el corazón humano atraído por la novedad, por lo que impacta sus sentidos, pero que en definitiva lo dejan desequilibrado perdiendo el rumbo que posee como hijo de Dios.

Muchas veces nos encontramos en una encrucijada cuando ante situaciones diversas que se nos presentan, contrarias al evangelio, alguien nos dice para que las aceptemos, “abre tu mente”, o “la Iglesia se ha quedado en la Edad Media”, no se ha acomodado a las distintas modalidades de vida que se aparecen en la sociedad.

Respecto a la familia se nos dice a cada momento que además de la familia tradicional, a la que se mira con cierta lástima, existen “en la realidad” las familias ensambladas; se nos recalca que el matrimonio indisoluble es cosa del pasado; que además del matrimonio constituido por un varón y una mujer, existen los que forman personas del mismo sexo; que no es necesario casarse para tener hijos, ni siquiera tener relaciones íntimas, porque la fecundación “in vitro” soluciona todo; que la fidelidad es propia de los que no se animan a probar otras experiencias, y así podríamos seguir con esta larga letanía de falsedades que pululan en el consciente social.

Ante estos planteos tan frecuentes, no pocos católicos, incluso los que han recibido una formación apropiada, optan por otros rumbos en sus pensamientos. Más aún, hay quienes, siendo “practicantes” y de comunión dominical, transitan en una continua contradicción entre la fe recibida y la vida concreta que llevan haciendo caso omiso a lo que la Iglesia les enseña.

Muchos sedicentes católicos hacen coro con el criterio de que lo importante es la felicidad de la persona, y ya que ésta es precaria –como decían los antiguos griegos-, no es de extrañar el pretender “rehacer” la vida con otra persona –a lo que se dice tener derecho-, o lanzarse al cambio sucesivo de “pareja” ya que el corazón no encuentra dónde afincarse.

Sucede no pocas veces que quien abandona su hogar se exime incluso del trato con sus hijos, incluso pequeños, como una especie de “borrón y cuenta nueva”, dejando al desnudo su abismal egoísmo e incapacidad para la fidelidad en la gratuidad del amor que debe a quienes ha engendrado.

Es verdad que hay quienes jamás debieron casarse y cuyo matrimonio –en realidad, aparente-, resulta un fracaso y, para los cuales la Iglesia ofrece su mano de Madre, viendo qué se puede hacer en cada caso.

No estoy pensando ahora en el marco de esta homilía, en esas situaciones que se dan a menudo, sino en la mentalidad que subyace muchas veces incluso antes de contraer matrimonio y que de alguna manera minan la misma vida matrimonial y familiar.

Ante todo esto hemos de advertir la importancia de “tener memoria” –como nos dice Benedicto XVI-, de aquello que es permanente, de la verdad. Precisamente, la Iglesia Católica es atacada con frecuencia, -con la excusa de los escandaletes de siempre-, porque presenta la verdad recibida desde sus orígenes y no se deja atrapar por los vaivenes y veleidades de la humanidad.

El apóstol san Juan nos dice (I Jn. 3, 1-2.21-24) “¡Miren cómo nos amó el Padre!”, lo cual se manifiesta en la encarnación de su Hijo, viniendo al mundo y por medio de su muerte y resurrección nos devolvió la vida divina y nuestra orientación hacia el Creador como meta de toda la existencia.

Continúa san Juan afirmando que “Quiso que nos llamáramos hijos de Dios, y nosotros lo somos realmente. Si el mundo no nos reconoce, es porque no lo ha reconocido a Él”. Encontramos en esta afirmación la clave de algo fundamental para la vida del hombre: el no reconocimiento de su dignidad de hijo de Dios es una consecuencia del no reconocimiento del Creador de quien procedemos, que nos amó siempre.

Por eso es importante retornar a nuestros orígenes y fundarnos seriamente en el hecho de que somos hijos de Dios y, Él es nuestro Padre. Eso hace que cualquier cosa que nos incumbe debe tener presente al Padre de quien procedemos y a cada uno de nosotros como hijos suyos.

Cuanto más se reconozca la filiación divina del hombre, más es lo que podemos hacer en bien del mismo y de la sociedad toda, porque en cualquier ámbito de la vida humana se tendrá en cuenta su dignidad.

Precisamente la Sagrada Familia que hoy la liturgia sitúa ante nosotros, descuella por el reconocimiento supremo de la paternidad de Dios y la filiación divina de la que fuimos investidos los hombres.

Es verdad que se puede decir que es una familia muy singular, sin embargo, en sus referencias a la grandeza de Dios y del hombre, descubrimos notas que califican a toda familia que desea vivir según la providencia divina.

Si tomamos el texto del primer libro de Samuel (1,20-22.24-28) comprobamos que la referencia a Dios es muy clara cuando en su misericordia les concede a Elcaná y a Ana la dicha de un hijo. Ese hijo luego es entregado a Dios porque tienen conciencia que el mismo no es propiedad privada de los padres, sino del Señor, dejando como enseñanza a todo padre y madre, que sus hijos han de orientar sus vidas al Creador.

Este reconocimiento de que cada hijo es en primer lugar hijo de Dios, hace que sus padres biológicos lo respeten y apoyen cuando su primer amor y dedicación están puestos en servir al Señor, en el camino que han elegido conforme al beneplácito divino.

¡Cuántas veces los hijos son mirados como si fueran raros si se entregan de corazón a Dios y encuadran todas sus actividades desde esa mirada que les otorga la fe! Pero también, ¡Cuántos padres creyentes y fervorosos son menospreciados por sus hijos que se creen “modernos” y viven sin referencia a Dios!

La centralidad de Dios aparece a su vez en el texto del evangelio (Lc. 2,41-52). Jesús encontrado en el templo de Jerusalén responde a sus padres “¿Por qué me buscaban? ¿No sabían que Yo debo ocuparme de los asuntos de mi Padre?”Ellos no entendieron lo que les decía” ya que mientras el Niño se da a conocer, simultáneamente queda oculta la realidad del significado de “ocuparse de las cosas del Padre”.

No implican estas palabras una falta de reconocimiento acerca de la misión de María y José, ya que “Él regresó con sus padres a Nazaret y vivía sujeto a ellos”. Y para indicar cómo el Niño se va desarrollando en cuanto hombre, en el ámbito de una familia centrada en Dios, Lucas continúa diciendo que “Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia delante de Dios y de los hombres”.

En el hoy de nuestra historia muchos niños y jóvenes no encuentran un ámbito apropiado en sus familias para desarrollarse plenamente como hijos de Dios. Dejados a la deriva de sus impulsos, ignorando el contenido mínimo de la fe, no pocas veces desconocen su dignidad y de lo que esto significa. Cuando los padres, en cambio, imitan en su relación con los hijos a la Sagrada Familia, crecerán muy diferentes y, aunque esto no sucediera por decisión de ellos, al menos han sido fieles a su vocación de padres.

En este ámbito de la familia es muy importante el aporte de los padres en la formación de sus hijos cuando se preparan al matrimonio. Es verdad que el peligro está en meterse demasiado los padres o el no querer escuchar consejo alguno los hijos. Pero siempre se puede hacer algo al respecto.

En este sentido es primordial la referencia a Dios por parte de ambos novios, ya que cuando uno de los dos es indiferente o negador de su relación con el Padre no es posible alcanzar la comunión plena que requiere el matrimonio y se pone en peligro la formación futura en la fe de los mismos hijos. No hay que pensar fácilmente al respecto que el matrimonio puede cambiar las cosas, ya que por lo general se sigue en la misma línea de vida que en el noviazgo, salvo aquellos que deseando encontrarse con el Señor están madurando su compromiso futuro.

¿Por qué es tan importante esta comunión en la misma fe entre los esposos? Porque como Dios es Amor, si falta su presencia en alguno de los cónyuges, no se vive ese mismo amor en plenitud al no comprender lo que nos decía san Juan “¡Miren cómo nos amó el Padre!” y, no resulta comprensible lo que significa en profundidad que su mandamiento es “que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo, y nos amemos los unos a los otros”.

Es importante también que el noviazgo se viva en armonía, sin el proceso continuo de peleas y reconciliaciones, de modo de asegurarla en el futuro. Es verdad que como el corazón humano es tan voluble, un noviazgo perfecto no augura necesariamente un matrimonio ejemplar, pero de nuestra parte siempre hemos de seguir el camino de cultivarlo desde sus orígenes.

Concluyendo, recordemos siempre las palabras de Benedicto XVI, y tengamos “memoria” acerca de las enseñanzas recibidas del matrimonio y de la familia, para permanecer unidos y orientados a Aquél que nos ha hecho sus hijos. Pidamos esta gracia y la fuerza para responderle con gozo.





Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la fiesta de la Sagrada Familia de Nazaret, ciclo “C”. 30 de diciembre de 2012. http://ricardomazza.blogspot.com; ribamazza@gmail.com.-





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