6 de abril de 2013

“Cuando se manifieste Cristo, que es la vida de ustedes, entonces ustedes también aparecerán con Él, llenos de gloria”.

San Juan (20,1-9) nos deja este relato sencillo sobre la resurrección del Señor. El primer día de la semana, el domingo, María Magdalena llega al sepulcro encontrando corrida la piedra que lo clausuraba.
A la tristeza de la muerte del Maestro, se agrega la ausencia de su cuerpo. Se dirige al encuentro de Pedro y Juan y dice tristemente “Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto”. Ambos discípulos corren entonces al sepulcro. De ambos se dice que vieron las vendas y el sudario. Cuando Juan ingresa al sepulcro después de Pedro, el texto afirma que “él también vio y creyó”, afirmando, por tanto, que también Pedro había pasado por idéntica experiencia.
¿Qué fue lo que vieron? No sólo los rastros materiales de lo que envolvía el cuerpo del sepultado, sino que vieron su ausencia.
Y ¿qué fue lo creyeron? Que el Señor estaba vivo, presente nuevamente en la tierra de los vivientes. Creyeron que se habían cumplido las palabras de Jesús cuando anunciaba este acontecimiento.
Fue tan grande esta experiencia de ver y creer, no sólo en Pedro y Juan, sino también en los demás discípulos, que después de encontrarse con Jesús resucitado varias veces y de su ascensión, se diseminaron por el mundo entonces conocido testimoniando lo que “vieron y creyeron”, con tal convencimiento, que no dudaron en sellar ese testimonio con la sangre del martirio.
Precisamente Pedro en su catequesis ante los paganos, cuando se encuentra con Cornelio en Cesarea después de haber comprendido que Dios no hace acepción de personas y por lo tanto llama también a la salvación a los gentiles (Hechos 10, 34ª.37-43), hace hincapié en que como acompañantes de Jesús en su ministerio, conociendo lo acontecido desde su bautismo hasta su muerte, son “testigos de todo lo que hizo en el país de los judíos y en Jerusalén”. Y continúa recordando que Jesús resucitado se manifestó, “no a todo el pueblo, sino a testigos elegidos de antemano por Dios: a nosotros, que comimos y bebimos con él después de su resurrección”.
La resurrección de Jesús implica para la humanidad, no permanecer más bajo el yugo del pecado y del maligno y, el recibir la fortaleza necesaria para continuar su obra en este mundo: “Y nos envió a predicar al pueblo, y a atestiguar que él fue constituido por Dios juez de vivos y muertos”. Más aún “todos los profetas dan testimonio de él, declarando que los que creen en él reciben el perdón de los pecados, en virtud de su Nombre”.
Pero también nuestra vida personal ha de sufrir una transformación de raíz como lo atestigua san Pablo (Col. 3, 1-4) diciendo: “Ya que ustedes han resucitado con Cristo, busquen los bienes del cielo donde Cristo está sentado a la derecha de Dios”.
Todos los días percibimos en la sociedad en la que estamos insertos, que comúnmente el que no ha resucitado con Cristo, muriendo al pecado, no busca los bienes del cielo y su mirada abarca solamente lo terreno, lo que está a su mismo nivel.
Quien se ha asimilado a Cristo resucitado, en cambio, advierte que su existencia es otra, levanta su mirada a las alturas, pero no para desentenderse de lo temporal como si esto fuera “todo malo”, sino para observar lo terrenal con una mirada nueva, la del cristiano que está convencido de su “paso” y no de su “estancia” por este mundo, la mirada del que no se esclaviza con nada ni nadie.
Con este mirar nuevo no consideramos como bienes absolutos el dinero, el poder o el placer, sino que comprendemos que todo debe ser usado “tanto cuanto” nos ayude a alcanzar el fin último, que es la Vida Eterna, dándole a las cosas sólo un valor relativo e instrumental para ese futuro nuevo.
Queridos hermanos vayamos a la tumba vacía para descubrir la presencia del Señor y pidamos que sea realidad en nuestras vidas lo afirmado por el apóstol: “Cuando se manifieste Cristo, que es la vida de ustedes, entonces ustedes también aparecerán con él, llenos de gloria”.


Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el Domingo de Resurrección. Ciclo “C”. 31 de marzo de 2013. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com














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