Cristo ante Pilato afirmará que ha venido al mundo “para dar testimonio de la verdad. El que es de la verdad escucha mi voz” (Pasión según san Juan 18, 1-19,42).
Desde el misterio mismo de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, hasta el fin de los tiempos, estamos llamados a vivir en la verdad ya que fuimos creados a imagen y semejanza de Aquél que es la verdad misma.
Verdad que testimonia Cristo no sólo con su palabra y enseñanzas, sino también con su vida misma, particularmente por medio de su pasión y muerte en la Cruz.
Hoy mas que nunca resulta necesario hablar y testimoniar la verdad, habida cuenta que son muchos, que al igual que Pilato preguntan, -y no siempre a Dios-, “¿Qué es la Verdad?” para, sin escuchar la respuesta, seguir con sus ocupaciones habituales, despreocupados por aquello en lo que está en juego la misma vida.
El mal de nuestro tiempo es el relativismo de la verdad, de modo que no se adecua el pensamiento a la cosa en sí, sino que la cosa se subordina a la mirada subjetiva de cada uno, que considera que poseyendo “su verdad”, ya avanza por el camino correcto.
Esto hace que el ser humano divague y acepte como “verdades” los disparates más grandes, y así, por ejemplo, se niega que la sexualidad nos sea dada desde nuestra generación, y se inventa por el contrario, la libre elección del sexo que deseemos.
El hombre de nuestros días con frecuencia se siente contagiado por el padre de la mentira, el demonio, engañador del hombre no sólo en sus orígenes sino también a lo largo de la historia humana, y deja de lado el testimonio de quien es veraz desde el principio.
Es cierto que quienes carecen de fe pueden decir “yo no tengo por qué escuchar a Cristo, pero sigo buscando la verdad”. Estos, si obran rectamente, contarán con la ayuda de Dios para encontrarla y seguirla.
Resulta preocupante, eso sí, el comprobar que dentro de la Iglesia Católica misma no son pocos los que preguntan qué es la verdad, -porque no les basta Cristo-, y la someten a las condiciones cambiantes del mundo, o dejándose llevar por la modas de una sociedad que ignora o se olvida de Cristo, llegan a plegarse a las “verdades” mentirosas que defienden el aborto, el “matrimonio” homosexual, la comunidad de “parejas” sin casarse, la clonación humana, la experimentación con embriones que hieren profundamente la misma dignidad humana. Llegan incluso a considerar como verdad “revelada” la que promueven los poderes de este mundo en todos los ámbitos de la vida, o la que transmiten los medios de difusión, propagadores no pocas veces de mentira y mediocridad, o aquella que la ciencia canoniza como verdad porque es posible realizar, pero a espaldas del marco de la fe y la moral.
Todo esto provoca que se expanda la mentalidad perniciosa de que no existe una verdad perenne, y que por lo tanto, ésta es originada por el hombre en su subjetividad, debiéndose cada uno adaptarse a los criterios y visiones, “siempre nuevos y cambiantes” sobre el ser del hombre y su existencia en este mundo, sin trascendencia alguna.
La caída de la verdad introduce también la negación del bien y de lo bello, confundiéndose todo en un amasijo amorfo.
En estos días con la elección del nuevo papa Francisco, retomaron su virulencia a través del “cuarto poder”, las versiones de “posibles cambios” en verdades defendidas y manifestadas por la Iglesia respecto a la anticoncepción, el aborto, la familia, el sacerdocio femenino, entre otras ilusiones. En rigor, este “clamor”, no hace más que poner en evidencia la vigencia, -aún entre los creyentes-, de la deletérea concepción del relativismo de la verdad y por tanto de la fe, y su proyección en la vida moral de cada uno.
Son muchos los que esperan y se ilusionan con que la Iglesia, como si fuera un mercachifle de feria, vaya ofreciendo sus productos al mejor postor, y llegado el caso, regatee los precios –o sea, flexibilice las exigencias de la verdad-, para evitar el drenaje de sus “clientes”.
La Iglesia tiene en claro que no debe regatear con nadie para ser aceptada, sino que debe exponer sencillamente la verdad enseñada por Cristo, aunque con ello pierda seguidores o las persecuciones se hagan más feroces. No ha de ser esclava de opiniones o ideologías pasajeras que entusiasman al hombre por un tiempo, pero que necesitan seguir cambiando porque no satisfacen su corazón.
La Iglesia si predicara lo contrario de lo recibido desde antiguo, estaría traicionando su misión y su deber ser en este mundo.Estas fantasías de “cambio” de lo que es fundamental, -incluso entre los creyentes-, no son más que veleidades y deseos que provienen de pretender que la Verdad, que tiene su fundamento en el Señor, se acomode a nosotros, en lugar de rendir nosotros la obediencia del entendimiento y la voluntad a lo que Dios nos manifiesta.
Cristo, ante este desajuste en el corazón del hombre de hoy que rinde culto a “su verdad” y no a la Verdad percibida por la luz de la razón y elevada por el don de la fe, es presentado a la humanidad como el “Ecce homo” -dice Pilato, “He aquí el hombre”.
En ese momento todos se encuentran ante lo que había anunciado el profeta Isaías (52,13-53,12) acerca de Jesús: “así como muchos quedaron horrorizados a causa de él, porque estaba tan desfigurado que su aspecto no era el de un hombre y su apariencia no era más la de un ser humano”. El profeta describe con crudeza la apariencia del varón de dolores, sometido a los ultrajes por la salvación del hombre.
Pero este “Ecce homo” es también cada uno de nosotros, sometido por el pecado, por la resistencia a vivir de y en la verdad que es el Hijo de Dios. Es la imagen que se refleja en el espejo que es el mismo Cristo, con la salvedad que Jesús es quien carga con todos los males para salvar y elevar a la humanidad toda a la dignidad perdida.
De allí que el profeta afirme que los mismos que se horrorizan por la imagen sangrante de Cristo, verán su exaltación:”Sí, mi servidor será exaltado y elevado a una altura muy grande” y “él asombrará a muchas naciones, y ante él los reyes cerrarán la boca, porque verán lo que nunca se les había contado y comprenderán algo que nunca habían oído”. Exaltación será la cruz, continuando con la gloria de la resurrección y el reinado junto al Padre en la eternidad.
Es por eso que quienes al ver a Cristo desfigurado piensen que lo han vencido para siempre, no saldrán del asombro y el desconcierto que los abrumará con su resurrección y ascensión al Cielo.
Igualmente, el “ecce homo” que es la humanidad, desfigurada por el misterio de la iniquidad y el pecado, puede alcanzar su propio enaltecimiento si se consagra a buscar y a guardar a Aquél que es la Verdad, apoyándose en la gracia transformante del misterio pascual.
Hermanos: pidamos al Señor que viene a dar testimonio de la Verdad del misterio de Dios Uno y Trino, nos ilumine y fortalezca para no caer en el error de relativizar la verdad divina, de manera que en este Año de la Fe podamos aumentarla con creces y testimoniarla con firmeza a toda persona de buena voluntad que busque al Señor Verdadero.
Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el Viernes Santo. 29 de marzo de 2013. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com
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