A medida que vamos penetrando más y más en el evangelio descubrimos que Jesús muchas veces utiliza imágenes de la vida cotidiana para llevarnos a comprender los misterios más profundos. Dirá de sí mismo que es la luz, el camino, la verdad, la vida, la vid o el buen pastor, y muchas otras comparaciones que nos permiten penetrar en su propio misterio que supera la realidad de la imagen con la que se compara.
Hoy se nos presenta como el Buen Pastor, figura ya conocida por nosotros, que nos permite superar el hecho de no estar inmersos en un ambiente pastoril, y reconociendo que por el sacramento del bautismo formamos parte de su rebaño, que es la Iglesia.
Rebaño no constituido por un grupo esclavo bajo un mandón, sino una comunidad que añora el encuentro definitivo con el Padre, bajo la guía del Señor Jesús, como lo expresábamos en la primera oración de esta misa al suplicar a Dios que "tu rebaño, a pesar de su debilidad, llegue a la gloria que le alcanzó la fortaleza de Jesucristo, su pastor".
La figura del Buen Pastor es muy rica y, aparece ya en el Antiguo Testamento encarnada por el mismo Dios que guía a su pueblo hacia la tierra prometida, anticipo de la Patria Celestial.
En el Nuevo Testamento (Juan 10,27-30), es Jesús quien encarna la figura del Buen Pastor, y es quien nos conduce a los pastos eternos.
Él va en busca de la oveja herida, olvidada o perdida, y nos deja la misión como Iglesia, -al decir del papa Francisco- de ir al encuentro del hombre de hoy para curarle sus heridas y permitirle vivir una vida digna, acorde con el hecho de haber sido creado a imagen y semejanza de Dios.
Cristo como Buen Pastor al querer que todos estén en el rebaño, no busca aprovecharse de las ovejas, no pretende despojarlas de la lana para enriquecerse, sino que desea que cada uno descubra la vida nueva que la gracia de Dios le ofrece permanentemente.
De allí que Jesús diga de sí mismo que es la puerta que nos conduce a la Vida que no tiene fin, y que a su vez espera que escuchemos su voz, ya que es propio de los seguidores de Cristo escucharla siempre.
"Yo las conozco" dice Jesús de sus ovejas que somos nosotros, pero no siempre conocemos de verdad al Señor, o habiéndolo conocido lo dejamos de lado, siempre preocupados por ocuparnos de las cosas de este mundo pasajero e incierto, que valoramos más que al mismo Dios.
Somos tentados con frecuencia por otras voces que buscan separarnos de Cristo, aturdirnos con la inmediatez y olvidando lo eterno.
El mundo del placer, del poder, del dinero y las promesas que nos hacen de una vida feliz, nos conquistan el corazón con falsas promesas de bienestar, que al final dejan nuestro corazón cada vez más árido y solitario.
Fácilmente vamos detrás de las promesas de los "falsos pastores" de la sociedad en el orden político, social y económico, creyendo que allí está nuestra "salvación" como personas, y así nos encontramos con quienes sólo pretenden quedarse con la esquila de nuestra vida, o que les interesa usarnos para crecer en el poder o en el dinero, que no buscan en definitiva nuestro bien ni dan la vida por nadie como lo hizo Cristo, y que llevan irremediablemente al fracaso más amargo. Sin embargo, a pesar de ello, no escarmentamos, caminantes siempre detrás de ilusiones
De allí que la mirada debe estar puesta en el Señor, ya que cuando Él nos guía y en su Persona confiamos, aún en medio de los fracasos y dolores de este mundo, sabemos que nos dirigimos a la meta segura que es Él mismo.
Ahora bien, el pastoreo de Cristo ha de prolongarse en el nuestro propio, como lo hicieran Pablo y Bernabé, tal como lo proclamamos recién en el libro de los Hechos de los Apóstoles (13, 14.43-52)
Los apóstoles han escuchado la voz de Cristo y por eso con entusiasmo lo hacen presente en medio de la sociedad de entonces, buscando a las ovejas perdidas que no escucharon a Cristo, como los judíos, o a quienes no han llegado a conocerlo por la fe.
Pablo y Bernabé predican con tanta alegría y seguridad, que muchos escuchan con gozo el mensaje, dispuestos a convertirse, ser bautizados y así formar parte de la Iglesia naciente, aunque simultáneamente se granjeen el desprecio y el odio de aquellos que no quieren escuchar la verdad.
Sin embargo, siguen ofreciendo testimonio de las maravillas vividas por ellos, en especial la de la muerte y resurrección de Jesús.
En nuestros días, dentro de los ambientes en los que nos movemos, tenemos múltiples oportunidades de ejercer el "pastoreo", dándolo a conocer al Señor, curando las heridas de tantos que se encuentran quebrados por la soledad, el pecado, o la impotencia ante el mal cada vez más invasivo, olvidados por una sociedad que no piensa más que en gozar y en la que no ingresan los que con sus limitaciones, carencias y dolores pueden aguar su felicidad de por sí ya precaria.
Por el sacramento del bautismo todos somos pastores, llamados a guiar a otros al encuentro de Cristo, pero además, el sacramento del Orden Sagrado marca a algunos con un pastoreo nuevo, el de Cristo Cabeza de su Iglesia.
La condición de pastor, -para todos- incluye la disposición a padecer por la causa de Cristo, si así Él lo dispone, de manera que como señala el libro del Apocalipsis (7,9.14b-17), hoy proclamado, lleguemos algún día al estado de aquellos que lavaron sus vestiduras con la sangre del Cordero, para eternamente dar gloria al Dios de todos, guiados por el Pastor Resucitado, que secará toda lágrima de nuestros ojos.
El seguir, en cambio, a otros pseudo pastores, políticos o sociales, como lo experimentamos cada día, nos conduce a encontrarnos también invadidos por las lágrimas de la desesperación sin que nadie las seque.
Sólo el seguimiento de Cristo desde la fe nos permite llegar a la meta de compartir la misma vida de Dios.
Pidamos con confianza esta gracia para que se nos la conceda en abundancia.
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