7 de junio de 2013

“Con la Eucaristía, nos alimentamos con el pan vivo del Cuerpo del Señor que nos sustenta, y con el vino de su Sangre que nos llena de gozo”

En la religiosidad de los pueblos de la antigüedad se acostumbraba a ofrecer a Dios los frutos de la cosecha como una forma de agradecer por lo que habían recibido y, al mismo tiempo con esa disposición de corazón buscaban que la divinidad se encontrara con ellos y pudieran compartir juntos.
Esto lo vemos concretamente, entre nosotros, en la institución de la Eucaristía.
Jesús entendiendo el corazón del hombre, ha querido hacerse presente entre nosotros a través de las especies eucarísticas de pan y vino, que consagrados se convierten en su Cuerpo y en su Sangre. Y así entonces, como hacemos en cada misa, el pan, signo de alimento, y el vino signo de la alegría, se convierten en presencia divina, que entregándose a sí misma, comparte su grandeza con nosotros.
Por eso, san Pablo (I Cor. 11, 23-26), al transmitir el hecho de la institución de la Eucaristía, veinte años después que sucediera, nos deja hermosas precisiones de este misterio. Jesús entregó su Cuerpo diciendo “es mi Cuerpo que se entrega a ustedes, hagan esto en memoria mía” y, tomando la copa afirma “esta copa es la Nueva Alianza que se sella con mi sangre. Siempre que la beban, háganlo en memoria mía”.
Y así, en medio de esta sencillez, nos recuerda que el Cuerpo que recibimos en comunión es el mismo que se entregara en la Cruz por nuestra salvación, y la sangre que bajo la especie de vino bebemos, en la sangre con la que Jesús ha hecho Alianza Nueva con su pueblo, dejándonos una indicación muy valiosa al reclamar “hagan esto en memoria mía”.
La memoria indica para nosotros el guardar en nuestro corazón aquellos recuerdos buenos o malos que se remontan incluso hasta nuestra niñez; y así, los grandes acontecimientos felices o tristes de nuestra existencia, quedan protegidos por ese sagrario que es la memoria.
Pero desde esta memoria nuestra no podemos volver al pasado real que existió, sólo son recuerdos, imposible hacerlos hoy presentes.
Por el contrario, en la Eucaristía, cuando Jesús afirma “háganlo en memoria mía”, refiere no sólo al pasado, sino que afirma su presencia a lo largo de la historia humana.
Por lo tanto, la Eucaristía celebrada cada día, no sólo es memoria como recuerdo de lo que aconteció en un momento de nuestra historia humana, sino también actualización viviente de una presencia divina, la del Hijo hecho carne, en medio de nosotros.
Participando comunitariamente en la misa dominical estamos ante la presencia viva del Señor que supera otros modos posibles de vivir junto a Él.
¡Qué importante resulta comenzar cada semana habiéndonos encontrado ante la presencia viva de Jesús, alimentarnos con el pan eucarístico que sustenta y con el vino de su sangre que nos llena de gozo!
Esta tarde, como cada domingo, venimos a participar de la presencia viva del Señor, y lo hacemos con la fe firme que le da sentido a nuestro diario existir en medio de las alegrías y de las dificultades del humano caminar.
Pero además, como lo atestigua san Pablo, “siempre que coman este pan y beban esta copa, proclamarán la muerte del Señor hasta que Él vuelva”, es decir, que los creyentes, al mismo tiempo que nos nutrimos de la presencia del Señor, tenemos la certeza de que vendrá por segunda vez, nos preparamos desde el tiempo a vivir ese acontecimiento salvador, anunciamos al mundo su segunda venida, dispuestos a ser conducidos por Él al encuentro definitivo del Dios Uno y Trino, que contemplaremos tal como Es.
La presencia viva de Jesús entre nosotros no sólo es un don inapreciable y único, sino que implica también una tarea, tal como lo dice el texto del evangelio según san Lucas (9,11b-17) “denles de comer ustedes mismos” a la multitud hambrienta y sedienta de todos los tiempos.
Como en la época de Jesús, nos sucede percibir la imposibilidad de cumplir con esto como aconteciera con los apóstoles mismos, atentos a la pobreza de los medios con que contamos muchas veces, no sólo en los bienes temporales sino también en los espirituales.
En efecto, “No tenemos más que cinco panes y dos pescados” fue la respuesta de los discípulos, y seguramente puede ser muchas veces la nuestra, pero el Señor con su palabra “háganlos sentar en grupos de alrededor de cincuenta personas”, certifica que lo poco entregado será siempre fructífero si lo prodigamos de corazón y confiando en su poder.
Lo imposible para los apóstoles y para nosotros, será viable por la acción generosa de Jesús que manifiesta con su gesto la voluntad de alimentar a través del tiempo a toda persona creyente que confía saciar sus hambres más profundas con la presencia viva del Maestro.
Jesús, por tanto quiere actuar a partir de nuestra ofrenda, aunque siempre pequeña para saciar a tantos, convirtiéndonos de la actitud de autosuficientes que muchas veces nos acecha, a la de confiados servidores de su gratuidad.
El pedido del Señor “denles de comer ustedes mismos” implica la apertura de nuestro corazón y vida a la solidaridad que comparte los bienes temporales, pero principalmente también nos ha de disponer a saciar las hambres más profundas del hombre, que son causadas por la ausencia de Dios en tantos corazones confundidos de nuestra sociedad.
Ese es el sentido de la “misión” a la que nos orienta siempre la vocación católica, porque siendo discípulos de Jesús por la participación de su misma vida que es presencia viva como muerto y resucitado, nos dirige a llevar a nuestros hermanos el mensaje de la única y verdadera salvación humana, haciendo realidad su presencia viva en los distintos ambientes en los que nos movemos.
En medio de nuestras familias, amigos, e incluso desconocidos, podemos predicar a Cristo, anunciar su presencia viva en el mundo, ayudar a quien se encuentra separado de Dios por sus pecados para que hallándose con Él por el sacramento de la misericordia, reciba el perdón, prolongando su nueva vida con Jesús a través de la comunión eucarística, manifestando al mundo dicha experiencia salvadora.
Ocasión será para nosotros el aprovechar este día de Corpus para reflexionar si nos preparamos debidamente para recibir a Cristo con un corazón alejado del pecado.
¡Cuántas veces acontece que no pocos católicos comulgan siempre sin confesar nunca sus pecados porque no los consideran tales, imbuidos como están de los criterios del mundo que cada día minimiza más y más el sentido y alcance de lo pecaminoso!
¡Cuántos hay que comulgan meramente “porque lo sienten” aunque su conciencia les dice que deberían arreglar cuentas primero con Jesús!
La importancia que tiene el recibir a Jesús en la Eucaristía requiere profundidad en el analizar nuestra vida primero, ponernos en amistad con Él, para recibirlo luego con devoción.
En realidad, cuanto más se valora lo que implica la amistad con Jesús, más nos sentimos indignos de recibirlo y más procuramos una conversión sincera, para así acercarnos a quien nutre y alegra nuestra existencia temporal, preparándonos para la eterna.
Se banaliza la importancia de recibir la divinidad cuando pensamos que cualquier forma es válida para permitirnos acercarnos a comulgar, pareciéndonos más a la mentalidad protestante que al no poseer el sacramento del Orden, no reciben a Jesús aunque sí coman el pan y beban el vino como un recuerdo de la Cena del Señor, pero careciendo de la presencia viva y real del mismo.
Nosotros, en cambio, desde la fe católica, creemos en la presencia real del Señor, lo cual nos reclama una preparación adecuada a esta verdad no siendo suficiente alegar que comulgamos porque “sentimos la necesidad” de hacerlo, aunque no estemos purificados o no deseemos verdaderamente convertirnos en “otros Cristos” que es a lo que se orienta este sacramento.
La fe no es un sentimiento enseñaba san Pío X, de allí que no es suficiente “sentir la necesidad” de comulgar para hacerlo sin preparación adecuada alguna.
Pidamos al Señor sepamos comprender la grandeza de este sacramento para desearlo de todo corazón y procurar siempre una preparación digna para ser su morada.

Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la Solemnidad del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Ciclo “C”. 02 de junio de 2013. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com











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