17 de julio de 2013

“Librados de la trampa del mundo que narcotiza nuestra fe, respondamos con generosidad al “¡Vayan, yo los envío!”

En el texto del evangelio de hoy (Lc. 10, 1-12.17-20), Jesús que se dirige a Jerusalén para realizar la voluntad del Padre, designa 72 discípulos, constituyendo un cuerpo distinto al de los doce apóstoles, los envía de dos en dos a evangelizar y convoquen a todos los que de buena voluntad escuchan el mensaje de salvación, a seguirlo.
 Les dice que la cosecha es abundante, que han de estar despojados de toda seguridad humana, con la confianza puesta en quien los envía.
Con el “¡Vayan, yo los envío!” se dirige no sólo a los 72 discípulos, sino también a todos los bautizados. El que ha conocido a Cristo y ha ingresado en su misma vida, comprendiendo que esto le da pleno sentido a su vida, debe sentirse motivado a dirigirse a la sociedad en la que estamos insertos para hacerlo presente a Él. Si estamos convencidos que Jesús es motivo de la felicidad más profunda, lo damos a conocer. Si estamos convencidos que su enseñanza es de capital importancia para todos por su verdad, salimos al encuentro del hombre de hoy para hacer conocer su Palabra.
Y el Señor nos envía dándonos precisiones sobre cómo llevar a cabo la misión. Ir al encuentro de cada persona con la que estamos relacionados para decirle “el Reino de Dios está cerca de ustedes”.
En algún momento se pensó que este anuncio manifestaba la inminencia del fin del mundo, lo cual es verdad, pero no en un sentido de consumación, sino que concluía una manera de concebir el mundo sin Dios, sin su Creador.
En efecto, la falta del sentido sobrenatural de nuestra inserción en el mismo concluye, para dar lugar a la venida de Jesús con quien comienza una nueva concepción el mundo y de nuestra misión a lo largo de la historia humana.
Termina el mundo vigente porque ingresa en nuestra cultura y nuestra vida, la presencia salvadora del mismo Jesús, cuya persona y enseñanza nos interpela y compromete a una existencia nueva, a una nueva forma de concebir la vida humana en su relación con el Creador, consigo misma y con los demás.
Ante esta nueva forma de pensar acerca de nuestra realidad como seres inteligentes y nuestra relación con el Dios Creador, Salvador y Santificador, la respuesta del hombre es totalmente libre, con la posibilidad siempre presente del rechazo al misterio ofrecido, con las consecuencias previsibles a tal decisión.
De allí se explican las palabras contundentes del Señor cuando recomienda que ante la falta del compromiso humano, los enviados hayan de sacudir el polvo adherido a su calzado, anunciando “El Reino de Dios está cerca de ustedes”.
Este anuncio, a pesar de la negativa quizás recibida, tiene su explicación y fundamento en las palabras del profeta Ezequiel al decir, “sea que te escuchen, sea que no te escuchen sabrán que hay un profeta en Israel” (Ezeq. 2, 2-5).
En efecto, el enviado de Cristo lleva la palabra y hace presente la persona divina del Hijo hecho hombre y no obliga a nadie a dar su respuesta afirmativa al anuncio proclamado y a Jesús. Él siempre invita a una vida nueva pero no fuerza voluntades, pero cada uno debe hacerse cargo de su respuesta.
La respuesta afirmativa muestra la responsabilidad y madurez del que así responde y, su disposición a una vida de grandeza en medio de las dificultades y persecuciones que siempre acarrea el seguimiento, ya que somos enviados, como se nos advierte, “como a ovejas en medio de lobos”.
De hecho, comprobamos a menudo que aún quienes nos rodean, familiares o amigos huyen de nosotros porque no quieren saber nada de Jesús, o directamente somos perseguidos por ellos, ya que “no vine a traer la paz sobre la tierra. No vine a traer la paz, sino la espada. Porque he venido a enfrentar al hijo con su padre, a la hija con su madre y a la nuera con su suegra; y así, el hombre tendrá como enemigos a los de su propia casa” (Mateo 10, 34).
La muerte de los mártires es una señal evidente de este envío en medio de lobos. Martirio que se continúa aún en nuestro tiempo cuando son asesinados miles de cristianos por odio a la fe en Cristo, particularmente en países musulmanes, con el silencio cómplice de los medios de difusión y la actitud indiferente de los países occidentales que en otro tiempo se los consideraba cristianos.
En estos días, por ejemplo, comenzó a circular un video que muestra cómo son decapitados tres cristianos, un sacerdote entre ellos, por odio a la fe en Siria, en manos de terroristas del Islam, llegando hasta mostrar las cabezas sangrantes como trofeo de la crueldad. ¡Ni qué decir de los niños y adultos quemados o masacrados por odio a la fe en diferentes regiones del mundo!
Los exterminados por causa de Cristo son miles a lo largo de la historia de la Iglesia, dando testimonio con alegría, a pesar de su debilidad, de cuánto aman al Señor que primero entregó su vida por ellos, sabiendo que su sangre no es derramada en vano, sino que fecunda la tierra de la fe con nuevas vocaciones para el anuncio y la entrega por el evangelio.
Todo esto nos debe llevar a recordar cuánta gente muere dando testimonio de su fidelidad a Cristo, mientras muchas veces, por el contrario, innumerables católicos de países sin persecución cruenta están tranquilos, amodorrados en sus proyectos de frivolidad y mentalidad consumista, dejando con facilidad el culto divino, trampeando su fidelidad al Señor, indiferentes ante tantos que mueren por la fe, pensando sólo en su pasajera y hueca felicidad.
¡Cuántos católicos mistongos, presentes en nuestra sociedad, que se dice occidental y cristiana, han dejado ya de pertenecer al Señor!
¿Cómo responderían tales tibios creyentes en caso de tener que dar testimonio de su fe? De hecho, ¿cuántos están dispuestos a defender su fe, -si es que alguna vez la tuvieron-, cuando se muestran indiferentes ante la imposición de leyes degradantes de la dignidad de la persona humana y contrarias al orden natural?
¿Cuántos son los católicos que a pesar de proclamarse tales no dudan en señalar que lo hacen con reservas si está en juego su comodidad o su fidelidad a un partido político o una ideología?
La Palabra de Dios nos interpela y nos convoca una vez más a decidirnos a seguir al Señor, fortaleciendo nuestra voluntad para tener el coraje de hacerlo presente en la sociedad de hoy y con una proyección permanente al servicio del hermano.
Jesús nos convoca a tener el compromiso que da la fe para hacerlo presente en el mundo. Al respecto, el apóstol Pablo (Gál. 6, 14-18) nos alienta con su testimonio al afirmar que “Yo sólo me gloriaré en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo está crucificado para mí, como yo lo estoy para el mundo”.
Palabras estas que manifiestan su voluntad de no dejarse atrapar por la mentalidad de la sociedad divorciada de su Creador, y seguir buscando cada vez más crecer en la fidelidad al Salvador del mundo, lo cual le permite tomar la vida con seriedad, sin dejarse llevar por zonzeras y discordias, distinguiendo lo importante a vivir de lo superficial a desechar.
Cristo quiere entrar en la sociedad, transformándonos en primer lugar a nosotros, que aunque débiles y pecadores, queremos vivir nuestra realidad de bautizados, de manera que nuestro testimonio toque el corazón de muchos que están tibios y se decidan a volver a la Iglesia a la que nunca debieron abandonar.
Pidamos esta gracia con confianza en el Año de la fe para que podamos vivirla con profundidad y compromiso evangelizador.


Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la Misa del domingo XIV del tiempo Ordinario. Ciclo “C”. 07 de julio de 2013. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com




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