27 de julio de 2013

“Recibiendo a Jesús en nuestra vida terrenal, preparémonos para entrar en su Casa”

Las lecturas bíblicas de este domingo se relacionan entre sí con una pregunta que nos hicimos recién al cantar la antífona del salmo responsorial “Señor, ¿quién entrará en tu casa?” (Sal. 14,2-5).
Las estrofas del salmo respondían describiendo que entrará en la casa de Dios el hombre que procede rectamente, practica la justicia, no hace mal a su prójimo, no calumnia a su prójimo, no es usurero ni se deja sobornar, el que honra a los que temen al Señor y que no estima a quien Dios reprueba.
Entrar a la Casa de Dios después de la muerte, implica que antes lo hemos dejado entrar a Él con las obras buenas mientras vivimos en este mundo.
La primera lectura tomada del libro del Génesis (18, 1-10ª) nos muestra a Abraham con esa actitud de recibir a Dios en la persona de estos tres hombres que se le presentan imprevistamente. La hospitalidad que él tiene para con ellos dándoles lugar para que descansen, comida para sustentarse, constituye un modo concreto de dejar entrar a Dios en su casa y en su vida.
Tal respuesta alcanza como resultado que Dios, que no se deja ganar en generosidad, prometa por medio de uno de estos hombres el don de un hijo.
En el texto del evangelio que proclamamos (Lucas 10, 38-42), aparece también la actitud de recibir a Jesús en su casa, por parte de Marta y María, que junto con su hermano Lázaro, que no se menciona en el texto, vivían en Betania y, que al parecer recibían con frecuencia al Señor.
Marta lo recibió en su casa, pero María lo recibió además en su corazón, ya que mientras la primera se ocupaba de los quehaceres domésticos para homenajearlo, María descansaba a sus pies escuchando su palabra.
Ante la disponibilidad de María, Jesús abre la fuente inagotable de su sabiduría para transmitírsela a quien con confianza le ha abierto su corazón.
En actitud superadora de las costumbres de la época que impedían a un rabí el enseñar a una mujer, Jesús comunica la verdad eterna a su dócil oyente.
Estando en este clima de reposo y sosiego espiritual, irrumpe Marta quejándose ante el huésped divino que su hermana no colabore ante tanto trabajo por realizar, reprochando al mismo tiempo, -¡insólito trato para con un invitado!-, que Él nada haga ante este aparente desinterés de María.
A veces nos sucede lo mismo en nuestro trato con Jesús, ya que lo invitamos a entrar en nuestra vida, a nuestra casa, pero lo dejamos solo, continuando con nuestras ocupaciones que muchas veces no nos permiten unirnos más plenamente al Señor, aunque no sean en sí mismas malas.
De allí que Jesús le dice a Marta, y con ella a nosotros, “te inquietas y te agitas, y sin embargo, una sola cosa es necesaria. María eligió la mejor parte, que no le será quitada”. De este modo, Jesús quiere hacernos comprender que inquietarnos con actividades todo el día, aunque éstas sean buenas o necesarias, pueden hacernos olvidar lo que verdaderamente es importante, esto es, el trato cordial con Él, escuchándolo y aprendiendo respecto a cómo debe trascurrir nuestra existencia en este mundo.
La ausencia de esta actitud de escucha y de meditar lo que se nos transmite, puede llevarnos a que ya no tenga un sentido pleno la vida misma.
La escucha confiada del Señor que habla al corazón permite, en cambio, comprender aún aquello que por su complejidad, nos cuesta entender.
El obrar de Marta no es malo en sí mismo, pero le falta el aprendizaje y la visión diferente que sólo se obtiene cuando se elige “la mejor parte”.
Cuántas veces ante las vicisitudes de la vida no sabemos cómo actuar, nos abruman y nos llevan a pensar que lo único que importa es poder solucionarlas, cuando en realidad al enmarcarlas dentro de la visión de fe que se adquiere en la actitud contemplativa de María, descubrimos su poca importancia, que no merecen incluso el prestarles atención alguna.
Cada día vivimos esta experiencia de angustiarnos por todo, de correr tras las cosas como si éstas tuvieran valor por sí mismas, perdiéndonos en los detalles, olvidándonos de lo necesario para la salvación, sin encontrar el genuino descanso que sólo otorga la intimidad con Jesús.
Señor, ¿quién entrará en tu casa?, cantábamos hace unos minutos, ¿quién llegará a tu morada eternal?: solamente quien se ocupa de sus obligaciones temporales, como lo hace Marta, pero asumiendo al mismo tiempo la actitud de escucha y de oración que caracteriza a María de Betania.
Quien haya recibido previamente al Señor en su corazón, en su vida, en sus ocupaciones y obrado rectamente, se prepara en el tiempo para entrar en la eternidad, en su Casa de salvación.
“La mejor parte” que corresponde a María, no le será quitada porque siempre desea el Señor otorgarla y porque quien la ha recibido y comprendido en toda su profundidad, no la dejará perder nunca.
Ahora bien, mientras vivimos en la temporalidad tenemos experiencias muchas veces abrumadoras, como el dolor, la enfermedad, la incomprensión o la persecución por causa de nuestra fe, al igual que soportara y sobrellevara el mismo apóstol Pablo.
En el texto que acabamos de proclamar tomado de la carta a los colosenses (1,24-2), el apóstol nos descubre el verdadero significado de esto diciéndonos: “me alegro de poder sufrir por ustedes, y completo en mi carne lo que falta a los padecimientos de Cristo, para bien de su Cuerpo, que es la Iglesia”.
¿Qué significa esta afirmación paulina? Que los sufrimientos de Cristo son suficientes para obrar la salvación humana, pero su anuncio, su acogida por todos y, el constante testimonio de vida manifestando lo que creemos, esperamos y amamos, implican a su vez para los creyentes, símiles padecimientos, que Pablo considera como un complemento de la pasión.
Esto nos lleva a concluir que dejar a Jesús ingresar a nuestra casa, a nuestra vida, significa permitir la entrada del Cristo sufriente y, de esa manera “completamos”, identificándonos con Él, su única pasión salvadora.
Esta incorporación al Cristo sufriente hace posible que como Pablo, podamos anunciar “el misterio que estuvo oculto desde toda la eternidad y que ahora Dios quiso manifestar a sus santos”, para el bien de la Iglesia.
De hecho, la muerte martirial de muchos cristianos, también hoy, nos señala la prolongación en el tiempo del misterio de la crucifixión de Cristo siempre presente en aquellos que lo dejaron ingresar a su casa, y que por ello se ofrecen generosamente para la salvación del mundo, haciéndose acreedores de la entrada última en la Casa del Señor.
Queridos hermanos: pidamos la gracia necesaria para disponer nuestro corazón de tal manera que seamos capaces de recibir a Jesús en nuestras vidas, escuchándolo y haciéndolo presente en medio de un mundo que necesita cada vez más de su presencia, preparando así el camino para caminar con gozo a la casa del Cielo.

Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la Misa del domingo XVI del tiempo Ordinario. Ciclo “C”. 21 de julio de 2013. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com


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