9 de julio de 2013

“Señor, Tú eres la parte de mi herencia y me sacias de gozo en Tu presencia”.

Cantábamos en el salmo interleccional “Señor tú eres mi herencia” (salmo 15). Esta afirmación es el eje de los textos bíblicos que la liturgia nos propone este domingo y que hacen referencia al seguimiento del Dios de la Alianza en el Antiguo Testamento, y al de Jesús en el Nuevo.
Claramente aparece la iniciativa de Dios que viene al encuentro del hombre y lo llama a una vida de intimidad con Él y que le encomienda la misión de hacerlo presente en el mundo. 
El llamado y, el seguimiento como respuesta, no se aplica únicamente a quien es convocado a la vida consagrada sino a todo hombre que viene a este mundo, incluye a todo bautizado porque ya desde ese momento cada uno es convocado a seguir a Cristo con corazón generoso. 
De hecho el bautismo no sólo nos incorpora a la Iglesia sino que también nos hace entrar de lleno en el misterio de Cristo, al cual hemos de seguir siempre fielmente. 
En el Antiguo Testamento (I Rey. 19,16b.19-21), vemos un anticipo del llamado de Dios y la respuesta desinteresada del hombre cuando Dios le indica al profeta Elías refiriéndose a Eliseo, “lo ungirás profeta en lugar de ti”, por lo que “Elías pasó cerca de él y le echó encima su manto”. 
Eliseo responde afirmativamente despojándose de lo que tiene, ya que “dejó sus bueyes, corrió detrás de Elías”, para luego tomar la “yunta de bueyes” e inmolarlos como signo de total disponibilidad para la misión que se le encomienda, al punto de dar a sus padres el adiós definitivo. 
El texto del evangelio (Lc. 9,51-62) nos plantea también el llamado a la misión, esta vez, realizado por el mismo Jesús. El contexto de los diferentes llamados lo constituye el hecho de que “Jesús se encaminó decididamente hacia Jerusalén” mostrando así la decisión de seguir hasta lo último la voluntad del Padre, es decir, dirigiéndose a su muerte y resurrección para reconciliar al hombre con su Creador. 
Delante suyo envía mensajeros para reunir a quienes estén decididos a seguirle por este camino hacia Jerusalén, sin dejarse acobardar por los rechazos recibidos, -siempre respeta la libertad humana- , dirigiéndose a otra parte, buscando todavía corazones generosos dispuestos a ir tras Él. 
Por eso, en el camino se encuentra con varias personas que de alguna manera no responden a su llamado, demasiado preocupados por lo que dejan atrás si se deciden a seguirlo. 
De allí que afirme con énfasis al conocer el interior de las personas y, por lo tanto su irresolución a seguirle, “El que ha puesto la mano en el arado” para seguirlo pero “mira hacia atrás, no sirve para el reino de Dios”. 
El llamado del Señor en esta ocasión, como el que nos hace también a nosotros, está relacionado con el seguirlo decididamente a Jerusalén, o sea, está unido a la misión de morir en la cruz para luego resucitar, ya que la vida del cristiano nunca puede separase del misterio pascual, dado que por el bautismo en el que se nos borran los pecados y se recrea nuestra vida interior, ya nos hemos asimilado a la Pascua de Cristo. 
Al respecto, no pocas veces sucede, que después de haberse producido en nosotros la conversión del corazón, nos sintamos tentados a mirar hacia atrás añorando aquellos bienes efímeros que hemos dejado en el mundo. 
Es por eso que el seguimiento incluye además del convencimiento personal y del desprendimiento necesario, la fidelidad que se mantiene en la entrega y en el tiempo, en medio de las dificultades y pecados que soportamos. 
En relación a esto, leía hace unos días el resultado de una encuesta en la que se pregunta qué piensa el argentino de la corrupción, es decir, concretamente respecto al expolio de los bienes de todos por parte de los que detentan el poder. 
Si bien una encuesta no representa a cada uno de los argentinos, resulta doloroso percibir cómo la mayoría se inclinaba a hacer lo mismo, o sea, quedarse con lo ajeno si se le presentaba la ocasión favorable. 
Esta actitud, junto al clima de violencia que se vive con la muerte cada día de argentinos asesinados, con la indiferencia de quienes han de poner coto definitivo a esto, que se ha puesto la mano en el arado, se ha renunciado a seguir a Cristo, añorando en el fondo lo que hemos dejado atrás. 
¿Qué es volver atrás? regresar a las obras de la carne, de lo cual habla hoy san Pablo en la segunda lectura (Gál. 5, 1.13-18), a pesar de que Cristo nos ha dado con su muerte y resurrección la verdadera libertad, que nos orienta siempre a la realización del bien, siendo la elección del mal una defección de esa libertad de hijos de Dios que hemos alcanzado por la redención. 
Pues bien, llamados a vivir en libertad, hemos de comprender que sólo la unión con Cristo nos permite hacerlo de veras, ya que asimilándonos a Él es posible que nos guíe el espíritu de Dios. 
Esto permite que el cristiano no se deje guiar por sus instintos y caprichos, por su parecer, ni por la búsqueda del placer por el placer mismo, sino que busca encontrarse con el Señor, y desde allí iluminar toda su vida. 
Pablo, además, hace hincapié en que hemos de dejar de ser esclavos de aquello que es pecaminoso en nosotros ya que “si ustedes se están mordiendo y devorando mutuamente”, “terminarán destruyéndose los unos a los otros”. 
En la actualidad, estas palabras resultan proféticas para nuestra Patria, ya que lo vemos acontecer cada día de una forma alarmante, anticipando grandes males para la paz social que todos merecemos como hijos de Dios. 
De hecho, como lo señala el mismo apóstol, si nos dejamos llevar por las obras de la carne, el resultado es que “la carne desea contra el espíritu y el espíritu contra la carne” y luchando ambos entre sí nos vemos impedidos de hacer todo el bien que quisiéramos, lo cual no sólo nos destruye en el orden personal, sino también en cuanto sociedad humana. 
No es la honestidad de costumbres, ni el ganarse el pan con el trabajo, ni el vivir en paz realizando la justicia o amando al prójimo, lo que nos acarrea males, sino que es el bien concretado lo que dignifica a las personas. 
Volviendo al principio, es necesario reconocer la urgencia de grabar a fuego en nuestra mente y corazón las palabras del salmo que cantamos: “Señor Tú eres mi herencia, Tú eres mi único bien”, e imitando al Señor de las misericordias caminar por este mundo teniendo bien en alto el ideal de una vida orientada a asimilarnos más y más al Hijo de Dios. Pidamos a Jesús que dilate nuestro corazón y nos haga capaces de amarlo y buscarlo como Aquél que es nuestra verdadera herencia. 


Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la Misa del domingo XIII del tiempo Ordinario. Ciclo “C”. 30 de junio de 2013. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com

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