14 de septiembre de 2013

“Encontremos la verdadera libertad en el seguimiento generoso de la persona de Jesús”.



Cuando leemos en el evangelio lo que Jesús enseña, nos queda  con frecuencia la sensación de que hace todo lo posible para espantar a sus oyentes. El texto de hoy (Lc. 14, 25-33) es un ejemplo de esto. Se nos muestra a Jesús camino a Jerusalén, meta final de su predicación y misión en este mundo ya que se dirige a su pasión, muerte y resurrección.

En este caminar se observa que “junto a Jesús iba un gran gentío”, no sólo los discípulos o un grupo de amigos que podían entender más fácilmente las enseñanzas que escuchaban. En este “gran gentío” se encuentran personas movidas por distintos intereses, como sucede a menudo en cualquier concentración religiosa. Habrá quienes están movidos por su fe sincera en la divinidad de Jesús, otros que se acercan por curiosidad para poder contar luego su experiencia, un grupo de personas acompaña al Señor con la intención de acusarlo a los jefes judíos según sea su obrar concreto, o quienes esperan que por algún hecho milagroso se convenzan de quién es Jesús.  
En este marco de referencia, Jesús dándose vuelta se dirige a todos y les dice que para ser discípulos suyos es necesario amarlo a Él más que a los padres, hermanos, esposa e hijos y hasta su propia vida. 
Ante esta afirmación, es probable que más de uno de los presentes se alejara inmediatamente de la escena, o que como narra san Juan (cap. 6) ante el discurso del pan de vida, alguien haya repetido “duras son estas palabras, ¿quién podrá escucharlo?”. 
Cristo será siempre signo de contradicción como en esta oportunidad, y continúa afirmando ante sus oyentes, a través de dos ejemplos de la vida cotidiana, que es necesario contar con los medios adecuados para llegar a la meta a la que se aspira. Por lo tanto, quien quiera ser discípulo suyo en esta vida temporal, ha de renunciar a sí mismo, como vuelve a insistir en el final del texto que proclamamos.
El encuentro con Cristo es por tanto, inclusivo, ya que lo acoge a Él como el  más importante en nuestro diario caminar, y es exclusivo en cuanto excluye todo lo que impide  esa intimidad con su persona, y esto porque sólo el Señor le da sentido pleno a la vida humana, haciéndonos partícipes de la verdadera sabiduría del Espíritu, que no adquiere el hombre por la sola experiencia o por haber “sabido” vivir  según el conocimiento personal acerca de las cosas de este mundo.
Así lo entendió Salomón (Sab. 9,13-18) quien antes de comenzar a reinar, conocedor de su inexperiencia profunda, acude por medio de la oración a la súplica confiada a Dios, confiando recibir el don de la sabiduría para saber gobernarse a sí mismo y a su pueblo según la voluntad del Creador. 
Oración expresada con humildad, reconociendo abiertamente que al hombre le está vedada la posibilidad de conocer  según los designios de Dios lo que refiere a la vida del hombre, del mundo o de Dios mismo, y que es en el contacto con la divinidad donde se descubre la verdad que nos hace libres.
Cuando el papa Francisco ayer realizó la vigilia de oración y ayuno pidiendo por la paz en Siria, en medio Oriente y en todo el mundo e insistió a los poderosos de este mundo que no se atrevan a iniciar una nueva guerra, está enseñando que es necesario cumplir con la voluntad de Dios, que hay que dejar de lado los propios proyectos de poder y ambición, que no se infle el ser humano creyendo que es cosa alguna, que es necesario como Salomón buscar la verdadera sabiduría que consiste en someterse a la voluntad del Creador y no al poder del dinero o vanidad de este mundo.
La verdadera actitud del sabio es buscar la paz, la justicia instalada en todo el mundo, la realización constante de todo lo que permite el crecimiento del hombre en dignidad, en definitiva, el sabio no sólo busca vivir en su vida la voluntad de Dios, sino que esto sea una realidad en el resto de la sociedad. 
El seguimiento de Cristo supone esta experiencia de vivir en el marco de la sabiduría divina, ya que se intenta en serio ver cómo podemos unirnos cada vez más a Él, cada uno dentro del kairós o del momento propicio que pone ante nosotros el mismo Dios, como aconteció entre otros, con el mismo san Pablo y su nuevo discípulo Onésimo.
En efecto, el apóstol san Pablo, presentado como el que sigue a Cristo entre cadenas, le escribe a Filemón (9b-10.12-17) que reciba nuevamente a su esclavo Onésimo, que se había apartado de su “dueño” robándole y, que perseguido por la justicia había buscado refugio en la compañía de Pablo, prisionero en Roma. Éste le acompañará en el proceso de conversión, lo bautizará y testimoniará a través de la comunicación de la fe que a pesar de las cadenas por causa de Cristo es totalmente libre. Por lo tanto, de la misma manera Filemón ha de aceptar a Onésimo, no ya como su esclavo, sino como hermano en la fe, “como esclavo de Cristo” y libre.
La enseñanza entonces será que a pesar de ser “esclavo” una persona puede ser totalmente libre si sigue al Señor, mientras que quien se considera “libre” de toda coacción, si no está unido al Señor, será a la postre esclavo de cualquier realidad temporal ajena a Dios.
En definitiva, es el evangelio quien convierte los corazones y va penetrando las realidades humanas transformándolas en ocasiones de salvación, como aconteció con el gentío que seguía a Jesús, con Onésimo que siguió a Pablo y con éste que siguió a Cristo.
Hermanos: hagamos de cuenta que estamos en medio del gentío que acompaña a Jesús, dejémonos interpelar por Él para descubrir el modo de seguirlo con una disponibilidad y entrega generosa.


(1) pintura: Filemón recibe carta de Pablo sobre Onésimo.



Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la Misa del domingo XXIII del tiempo Ordinario. Ciclo “C”. 08 de septiembre de 2013. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com






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