7 de septiembre de 2013

"Reconociendo nuestra pequeñez, vivamos en la verdad de la gratuidad de nuestra entrega".

Si consideramos atentamente la Palabra de Dios caemos en la cuenta que siempre nos deja una enseñanza edificante y vital para nuestra vida, que es al mismo tiempo contraria a lo que nos deja la cultura de cada época en el devenir de este mundo.
Es decir, descubrimos cómo los criterios del mundo, de la sociedad, de la gente, de nosotros mismos, están lejos muchas veces de lo que Dios nos sugiere como forma de vida, no solamente para crecer como sus hijos, sino también como medio para agradarle. 
Precisamente los textos de este día nos hablan de la actitud de humildad, de hacerse pequeño, como también del no ensalzarse uno a sí mismo. Jesús (Lucas 14,1.7-14) se refiere a esto mediante una situación concreta que percibe con ocasión de ir a comer en día sábado a la casa de un fariseo. 
La mención del día no es antojadiza, ya que el Señor cura a un enfermo de hidropesía –hecho obviado en el texto litúrgico del día-, señalando que es más importante hacer el bien curando al enfermo que observar el descanso sabático. Mirando a su alrededor, Jesús nos deja una enseñanza muy importante, la necesidad de vivir en la verdad y no en la apariencia. 
La tentación más frecuente del ser humano, en efecto, es vivir aparentando lo que uno quisiera ser pero en realidad no es, ni siquiera lo será posiblemente. Vivir de las apariencias es renunciar a existir conforme a lo que uno es en lo más íntimo de su ser y dejarse atrapar por las luces de lo frívolo y vano. 
Esta situación aparece en el deseo de ocupar los primeros puestos en el banquete, pero que se da también en la vida cotidiana, en la relación con los amigos, en los ámbitos sociales, en el afán de protagonismo que seduce al ser humano. Ante esta situación, Jesús manifiesta la necesidad de vivir en la verdad como camino para no caer en el desasosiego propio de quien está desubicado en medio de este mundo. 
Lo importante es ser, no “parecer”; ser cristiano de veras y no sólo parecer serlo, ya que de hecho no pocas veces en nuestra vivencia de cristianos sólo seguimos aquello que en realidad nos parece importante y a la vez no exige demasiada obligación personal. La respuesta a Cristo supone buscar entablar una amistad profunda en la que procuramos una entrega total de nosotros mismos. Darnos al Señor en forma condicional o en algún aspecto de nuestra vida solamente, implica no vivir en la verdad sino sólo en la apariencia. 
El libro del Eclesiástico (3,17-18.20.28-29) nos dice que cuanto más grandes somos, más hemos de practicar la humildad por la que aparece la grandeza del Creador por encima de nuestra pequeñez. Los santos vivieron esta pequeñez, aún aquellos que por cuna eran importantes en el mundo, porque eran sabios en la consideración de su verdad interior. No busquemos vivir de la apariencia, incluso de aquella que recibe no pocos halagos pasajeros, sino de la verdad que se desprende de nuestra interioridad. El vivir de la apariencia trae como resultado, -lo afirma el texto sagrado-, el desprecio de todos los que conocen nuestra verdad; el vivir, en cambio, en verdad, en actitud de humildad, trae consigo el amor de quienes nos rodean. 
El texto del evangelio además, nos hace un llamado a vivir la gratuidad, ya que la inclinación más frecuente en nuestro interior, después del pecado de los orígenes, es el de no hacer cosa alguna desinteresadamente, el “no dar puntada sin hilo” como se dice habitualmente. 
Vivir el espíritu del evangelio, en cambio, pasa por imitar al máximo las actitudes de Cristo, quien nos da perfecto ejemplo entregándose totalmente a sí mismo por nuestra salvación, sabiendo que no puede esperar de nosotros reconocimiento alguno. Jesús se brinda a todos, especialmente a quienes no pueden retribuir los dones que reciben de Él. Prolongando la vida del mismo Señor, el cristiano ha de brindarse a los demás sin buscar recibir recompensa alguna, cayendo en la cuenta que la verdadera felicidad consiste en hacer el bien a todos, especialmente a quienes no pueden devolver lo que hemos brindado. 
Queridos hermanos, Cristo nos deja la invitación concreta a no dejarnos llevar por las apariencias, a no vivir “según las grandezas” que nos fabricamos, sino según la verdad que poseemos, a no buscar el aplauso de los hombres sino el reconocimiento de Dios, a procurar ser siempre generosos para con los demás, no buscando obrar según nos retribuyan, sino dejándonos conducir por el espíritu de gratuidad que fue lo propio suyo mientras caminaba con nosotros por este mundo. 

Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la Misa del domingo XXII del tiempo Ordinario. Ciclo “C”. 01 de septiembre de 2013. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com

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