27 de noviembre de 2013

Jesús, el Señor Dios te ha dicho: “Tú apacentarás a mi pueblo Israel y tú serás el jefe de Israel”.

Pedíamos a Dios en la primera oración de esta misa que ya “que quisiste restaurar todas las cosas por tu amado Hijo, Rey del Universo, que la creación entera, liberada de la esclavitud del pecado, te sirva y te alabe eternamente”, entrando nosotros como hijos adoptivos del Padre en su gloria, haciendo realidad lo que cantábamos en el salmo interleccional (121, 1-2.4-5):“Que alegría cuando me dijeron vamos a la Casa de Dios”.


Para alcanzar esta meta,  al inicio de esta solemnidad, invocamos también la intercesión de  los santos en el clima de alegría que implica la pertenencia a Cristo Nuestro Señor, como Rey del Universo. 
La realeza de Cristo no es una realeza mundana, propia de los poderes pasajeros de este mundo, sino que es un señorío divino porque Él existe desde el principio y “en Él fueron creadas todas las cosas tanto en el cielo como en la tierra” (Col. 1, 12-20),  y es un señorío por derecho de conquista ya que fuimos rescatados del pecado y de la muerte por el misterio de la Cruz salvadora,  y esto porque  el Padre “nos libró del poder de las tinieblas y nos hizo entrar en el Reino de su Hijo muy querido, en quien tenemos la redención y el perdón de los pecados”.
El signo de la Cruz, desde donde Él reina, ignominia para los paganos y escándalo para los judíos, se convierte para nosotros en signo de salvación.
A lo largo de los siglos, Cristo crucificado ha querido entrar y permanecer en nuestros corazones y recordarnos que solamente pasando por el misterio de la cruz y de la resurrección llegamos a ser hijos de Dios por el bautismo. 
El apóstol san Pablo en el texto proclamado refiere quién es Jesús, el Primogénito del Padre, el que existe antes de la creación, el que nos redime y conduce al encuentro definitivo con el Padre, el alfa y la omega al decir del Apocalipsis, o sea principio y fin de todo lo que existe, bajo quien ha sido puesta toda la creación.
Esta verdad de fe debe calar hondo en nuestros corazones ya que vivimos tiempos en los que se quiere desdibujarla de nuestras mentes y corazones. 
En nuestros días se busca expulsar a Dios y a su Hijo Jesucristo, de todos los ámbitos de la vida humana, de modo que lo que ya llamamos Cristofobia es común y corriente, incluso hasta en  las familias que se suponía eran creyentes. 
En Mendoza, por ejemplo, hay quienes proponen quitar todo signo católico de los lugares públicos, con la excusa de la “laicidad del Estado” o que se debe respetar otras creencias quitando la presencia de “signos religiosos”. 
En la ciudad de San Juan, en estos días, mujeres denominadas autoconvocadas, como cada año en diversas ciudades del país, discutieron sobre el pretendido derecho al asesinato de niños no nacidos, y desfilarán, como broche de oro, insultando y agrediendo a la Iglesia Católica, ya en los lugares sacros o contra toda persona que defienda los mismos. 
Excusas más o menos, el objetivo es herir a la Iglesia, lograr agudizar el complejo católico de que nada debe hacerse, dejando que todos tiren la piedra mientras nosotros la recibimos impasibles.
En los últimos días se han repetido en varios lugares de nuestra Patria ataques a Iglesias con la sustracción de hostias consagradas o la decapitación de la imagen de María Santísima. Quien roba hostias consagradas actúa bajo la instigación del demonio con fines sacrílegos, y no soporta la presencia de Cristo Rey del mundo.
La fe católica es perseguida cada vez más, la verdad y el mensaje del evangelio provoca el odio y rechazo de los incrédulos, lo cual no ha de desanimarnos, ya que seguimos a un Rey crucificado y no hemos de esperar una suerte mejor que la de Él. Y no es para menos lo que hemos de soportar, ya que la Iglesia católica con su verdad luminosa es la única que sigue defendiendo los valores que dignifican al hombre en medio de una sociedad en crisis sumergida en la mentira.
La persecución a la Iglesia católica se desata en China, mientras grupos de musulmanes no cesan en su odio visceral hacia los cristianos, y así podríamos seguir abundando en situaciones repetidas y similares.
Esto nos lleva a advertir que el misterio de la cruz se continúa en todos los que reconocemos y seguimos a Jesús como Rey de nuestras vidas y de la creación toda, y que si queremos entrar en la gloria de su Reino, hemos de estar dispuestos a padecer lo que Él soportó en su paso por este mundo.
¿Y qué significa que Cristo ha de reinar en la sociedad? Que todos los ámbitos de la vida estén orientados a alabar a Dios y a servir a los hermanos. El mundo de la economía nada quiere saber de Cristo, sino sólo seguir enriqueciendo a unos pocos con el aplastamiento de tantos que se debaten en la miseria más atroz, porque el servir a Cristo rey implica poner el dinero al servicio del crecimiento del hombre en su conjunto. El ámbito de la justicia, que debiera ser una prolongación en el mundo de la justicia divina, lamentablemente en no pocos de sus miembros se ha transformado en servicio de los poderosos. El poder y la política se han convertido muchas veces en medios para el provecho personal con el descuido y olvido del bien común al que debiera servirse incansablemente.
¡Hasta nosotros mismos tenemos la tentación de olvidarnos de Cristo sin permitirle que nos muestre el camino de la verdad, la justicia, el amor y el respeto incondicional de la vida humana!
¡Cuántos creyentes descartan la participación en la misa dominical pensando que nada le deben al Señor que los ha redimido, preocupados únicamente por el pasatismo de la diversión, “descansando” de la memoria de su sacrificio redentor! Desagradecidos ante tantos dones, muchos cristianos van perdiendo hasta la gratuidad de seguir recibiéndolos.
Nos quejamos de los tantos males que padecemos en nuestros días: inseguridad, injusticia, miseria, falta de trabajo, corrupción, la mentira institucionalizada, el desprecio por la dignidad del hombre, sin caer en la cuenta que cuando se pierde la referencia a Dios en los distintos ámbitos de la vida, el hombre termina transformándose en verdugo de los demás.
Como nunca el hombre busca el placer por el placer mismo, sin embargo no estamos pletóricos de felicidad, sino  cada vez más vacíos y angustiados ante tantos problemas que nos aquejan.
La solemnidad de Cristo Rey del Universo ha de constituir para nosotros un desafío, de manera que así como las tribus de Israel fueron al encuentro del rey David figura de Cristo (2 Sam. 5, 1-3) para decirle “¡Nosotros somos de tu misma sangre!......el Señor te ha dicho: “Tú apacentarás a mi pueblo Israel y tú serás el jefe de Israel”, vayamos al encuentro de Cristo y digámosle “queremos que reines sobre nosotros y nos guíes por el camino que conduce al Padre”. 
De ese modo, así como David reunió a los hijos de Israel dispersos para guiarlos, así también Cristo nos reúna en un solo rebaño bajo su pastoreo, y nos guíe por el camino de la verdad hacia los bienes que no caducan.
Así guiados, en medio de nuestras caídas y resurgimientos en la gracia, podremos cantar “Qué alegría cuando me dijeron vamos a la Casa del Señor”, como respuesta a la promesa del “Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso” (Lc. 23, 35-43).



Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la Solemnidad de Jesucristo Rey del Universo Ciclo “C”. 24 de noviembre de 2013. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com



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