22 de noviembre de 2013

“Vivamos con alegría bajo la mirada divina, para encontrar la felicidad plena y duradera sirviéndolo a Él”.


Pedíamos a Dios en la primera oración de esta liturgia “concédenos vivir siempre con alegría bajo tu mirada, ya que la felicidad plena y duradera consiste en servirte a ti, fuente y origen de todo bien”.
Esta súplica señala lo que ha de ser central en la vida del creyente, vivir en la presencia de Dios, sentir que como Padre nos ama y se alegra cuando realizamos  el bien, como imagen y semejanza suya, y se entristece cuando obramos el mal, no porque Él se sienta perjudicado, sino porque lo malo realizado se vuelve contra nosotros mismos.
Vivir con alegría bajo la mirada divina, implica orientar nuestro quehacer diario a la alabanza del creador, que nos ha salvado del pecado y de la muerte por el sacrificio en la Cruz de su Hijo hecho hombre, Jesucristo, comprendiendo cada vez más que la felicidad  plena y duradera consiste en servir a quien es fuente y origen de todo bien. 
Seguramente que si hemos vivido alguna vez bajo la mirada de Dios y, consecuentemente obramos para agradarle, hemos sido plenamente felices, realidad que no hemos experimentado toda vez que desordenadamente corremos tras las cosas mundanas, ya que no está la felicidad en la búsqueda de lo transitorio, que seduce a menudo, sino en servir al Creador.
Y cuando transitamos este mundo sirviendo a Dios, a pesar de las persecuciones y el desaliento que nos provoca el aparente triunfo de los malos, se cumple lo anunciado por el profeta (Malaquías 3, 19-20ª): “para ustedes los que temen mi Nombre, brillará el sol de justicia que trae la salud en sus rayos”, mientras que “todos los arrogantes y los que hacen el mal serán como paja; el Día que llega los consumirá, dice el Señor de los ejércitos, hasta no dejarles raíz ni rama”.
En esta perspectiva futura anunciada, no es que Dios se niegue a perdonar al que se arrepiente de corazón, sino porque los hacedores del mal, “todos los arrogantes” –dice el texto-, se cierran de tal modo sobre sí mismos que sucumben en su pecado, incapaces de arrepentirse y obtener el perdón.
El anuncio del castigo del mal o de la retribución del bien, no debe vivirse trágicamente, ya que implicaría –al decir de san Agustín- que no estamos convencidos que ha de esperarse con gozo la definitiva venida del Señor.
La esperanza y seguridad en la venida futura del Señor, hace que quien obra habitualmente el bien, busque, aunque caiga, regresar siempre al Dios de las misericordias y, existir así con alegría bajo su presencia.
Es este modo de vivir en el trascurso de la vida temporal, lo que permite que los signos aparentemente temibles, anunciadores de la venida del Señor, sean percibidos siempre como un camino de purificación.
Dentro de esta óptica han de ser consideradas las persecuciones que abrumarán a los elegidos antes del Día final, y que ciertamente hace ya tiempo han comenzado y poco a poco se recrudecen.
En efecto, el evangelio (Lc. 21, 5-19) advierte sobre cómo serán tratados por odio a Cristo, no sólo sus contemporáneos, sino todos los que a través del tiempo, se mantendrán fieles a su persona y a sus enseñanzas de vida.
La segunda venida del Señor anunciada, pues,  nos debe llevar a profundizar lo que significa vivir con alegría bajo la mirada de Dios, experimentando así que la verdadera felicidad está en servirle e Él, origen y meta de todo bien.
Convencidos de esto sentiremos transformada nuestra vida, ya que a pesar de los problemas cotidianos, persecuciones y dolores, no caeremos en la angustia o en la duda de la protección de Dios, sino que confiaremos siempre en que nos acompaña  desde el principio, orientándonos a la meta de su intimidad, porque como recordamos el domingo pasado, Él es fiel.
Hasta el trabajo mismo cotidiano (2 Tes. 3, 6-12) se vislumbra como modo de servir al Señor y a nuestros hermanos, confiados en que el cumplimiento de la voluntad de Dios nos prepara para recibirlo al fin de los tiempos.
Hermanos: pidamos al Señor nos ayude a vivir siempre con alegría bajo su mirada, preguntándonos cada día si en nuestro pensamiento y obra lo buscamos a Él fuente y cumbre de todo bien. 

   Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San 
   Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía
   en la Misa del domingo XXXIII del tiempo Ordinario. Ciclo “C”. 
  17 de noviembre de 2013. 
   ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com

















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