5 de noviembre de 2013

“Sólo el que quiere conocer quién es Jesús, se convierte e ingresa a la vida plena”





En la primera oración de esta misa pedíamos por medio de Jesucristo Nuestro Señor en la unidad del Espíritu Santo: “Dios omnipotente y lleno de misericordia, que concedes a tus fieles celebrar dignamente esta liturgia de alabanza; te pedimos  que nos ayudes a caminar sin tropiezos hacia los bienes prometidos”.

Súplica ésta elevada en la liturgia terrenal por la que ofrecemos, en el día del Señor, el sacrificio Salvador de Jesús, que alimenta nuestra fe y nutre nuestra existencia en este mundo, como un anticipo de la Liturgia Celestial que nos permitirá cantar eternamente “las misericordias del Señor”. 
Ahora bien, la grandeza de hijos de Dios de la que estamos revestidos en el hoy de nuestra historia, y que nos permite esperar los bienes futuros, nos ha de conducir a tomar conciencia de nuestra realidad como creaturas llamadas a la participación de aquella vida que nos supera totalmente y que manifiesta la gratuidad divina.
El libro de la Sabiduría (11,22-12,2) nos llama a ser “sabios”, no como lo dispone el mundo en la exaltación fatua del aparente esplendor humano, sino en la contemplación de la pequeñez del mundo y de cada persona.
El mensaje del texto bíblico nos alecciona haciéndonos descubrir que la existencia de todo lo creado es fruto del amor divino, ya que “si hubieras odiado algo, no lo habrías creado”. La creación de los seres y su subsistencia por medio de la Providencia, es fruto del querer de Dios que, a su vez, hace partícipes a los hombres de su inefable gratuidad y bondad.
En esta providencia divina que conserva y perfecciona lo creado,  Dios todo lo puede, de manera que aparta “los ojos de los pecados de los hombres para que ellos se conviertan”. 
Ante la realidad del pecado humano, fruto de la libertad mal utilizada, Dios reacciona, podríamos decir, con ternura, hasta es posible que sonría ante nuestra impericia y tontería personal, por la que pretendemos vivir a espaldas de su bondad.
Porque ciertamente el hombre es presumido cuando cree que alcanza su señorío como hijo de Dios cuando de Él se aparta, como engreído aparece cuando piensa que el mundo que nos cobija es autosuficiente siendo que la realidad nos enseña que “es delante de ti como un grano de polvo que apenas inclina la balanza, como una gota de rocío matinal que cae sobre la tierra”.
La experiencia de que el mundo es ante Dios como un grano de polvo y de que nosotros somos amados como hijos suyos, más la certeza de que “reprendes poco a poco a los que caen, y los amonestas recordándoles sus pecados, para que se aparten del mal y crean en ti, Señor”, nos permiten vencer la tentación de la autosuficiencia a la que la sociedad está acostumbrada y, participar como verdaderos sabios de esta liturgia terrenal aspirando a celebrar algún día la eterna.
Esta experiencia de nuestra nada presente y de la plenitud futura que se nos regala como don, hace que como señala san Pablo (2 Tes. 1,11-2,2), nos hagamos dignos de la llamada de Dios y adquiramos la certeza de que Él lleva a término en nosotros con su poder, “todo buen propósito y toda acción inspirada en la fe”, siendo así glorificado en nosotros el Nombre de Jesús y nosotros en Él conforme a la gracia recibida.
Y ya ni siquiera el pecado es un obstáculo para continuar siendo los preferidos del amor de Dios, porque como Zaqueo (Lc. 19,1-10), podemos subir a las alturas de la santidad si miramos con confianza al Señor esperando el llamado consolador  de “baja pronto, porque hoy tengo que alojarme en tu casa”, con el que se nos presenta una oportunidad nueva para volver a caminar en santidad.
En efecto, Zaqueo no quería ver a Jesús meramente, sino que “él quería ver quién era Jesús”, es decir, entrar en la identidad del Señor, en su divinidad, que era precisamente la que ejercía una atracción especial sobre él.
Y para descubrir quién era Jesús cayó en la cuenta que debía separarse de la multitud, sobre todo de la multitud de intereses que ocupaban su corazón y, como era de baja estatura moral debía intentar ascender para poder ver con más claridad el futuro que le estaba reservado.
Conquistado ya por el Señor, acude presuroso a su llamado y recibe con alegría al Salvador en su casa interior y en el hogar de su familia.
Nada narra el texto bíblico sobre lo que ocurrió en ese encuentro, lo intuimos por la actitud posterior de Zaqueo, quien arrepentido de los pecados cometidos contra el prójimo, resuelve decididamente reparar los daños causados, o sea, obrar en justicia, e ir más allá, viviendo la caridad. 
La conversión profunda obrada en Zaqueo, con el arrepentimiento sincero y reparación posterior de sus pecados, sólo se entiende porque se encontró con la divinidad del Señor, es decir, le fue posible descubrir con la fe que se le diera gratuitamente y que recibiera de corazón, quién era Jesús.
Esto nos permite confesar que la fe con la que se acepta al  Hijo de Dios hecho hombre, es la que conduce a la plenitud de vida en el amor a Dios y a los hermanos, hijos también del Padre común.    
Corrobora Jesús el cambio operado en el interior de Zaqueo, exclamando “Hoy ha llegado la salvación a esta casa”, descubriendo al mismo tiempo la razón de su venida entre nosotros: “el Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que estaba perdido”.
Si el Hijo de Dios vino a buscar y a salvar lo que estaba perdido, nunca podemos desesperar de la salvación de persona alguna y de nosotros mismos, ya que siempre tenemos la puerta de la salvación abierta, con tal que con mirada de fe convirtamos el corazón y nos transformemos en seguidores de Jesús que imitan su vida, aún con limitaciones, y practican su palabra.
Queridos Hermanos: conscientes de la siempre presente misericordia divina, celebremos con gozo esta liturgia de acción de gracias, convencidos que el misterio  de la cruz que actualizamos de modo incruento cada domingo, es fuente y garantía de salvación para cada uno de nosotros, hoy y cada día de nuestra vida.


   Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San 
   Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía
   en la Misa del domingo XXXI del tiempo Ordinario. Ciclo “C”. 
   02 de noviembre de 2013. 
   ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com




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