27 de diciembre de 2013

“El nacimiento del Salvador nos enseña que el Padre todavía espera en el hombre y su respuesta de amor”.


Encontramos una síntesis acotada y precisa de lo que significa la Navidad en la primera oración de esta liturgia eucarística, en la que pedíamos,“Dios nuestro que admirablemente creaste la naturaleza humana y, de modo aún más admirable, la restauraste; concédenos participar de la vida divina de tu Hijo, como Él compartió nuestra condición humana”. 



En efecto, Dios nos ha creado sin necesidad alguna, sólo por amor, para hacernos partícipes de su misma Vida. 
Caído el hombre en sus orígenes por el pecado, por su rebeldía contra Dios, comienza a caminar por este mundo, como lo señala Isaías (9,1-6), en medio de las tinieblas del corazón, orientándose a una meta imprecisa a causa de su lejanía. 
En medio de esta oscuridad, sin embargo, existe en cada uno la luz del llamado a la comunión con Dios. Por eso el Creador nos restaura, recreándonos de un modo original enviando a su Hijo al mundo, para que tomando la naturaleza humana en María comience a caminar con nosotros. 
Ese niño que nace, que luego será adolescente, joven y adulto, manifiesta de algún modo los tiempos de la humanidad misma, que desde los orígenes va creciendo en la comprensión de lo que significa el misterio de la salvación realizado en la encarnación. Por medio del anuncio de los profetas primero, por la manifestación misma del Salvador después, que hace realidad el cumplimiento de las promesas que fortalecieron siempre la esperanza del pueblo de alguna manera errante y falto de la Luz del Mesías.
El profeta Isaías describe al futuro Salvador diciendo “un niño nos ha nacido un hijo nos ha sido dado. La soberanía reposa sobre sus hombros y se le da por nombre: Consejero maravilloso, Dios fuerte, Padre para siempre, Príncipe de la paz”. Pacifica los corazones estableciendo el derecho y la justicia, ya que adhiriéndose el hombre a su persona y, siguiéndolo sólo a Él, puede vivir un mundo radicalmente nuevo, al vencer todo aquello que muchas veces lo separa de su Dios y de sus hermanos.
Queridos hermanos: el nacimiento de Jesús nos asegura una vez más que fuimos llamados a participar de la misma vida de Dios, de tal modo que podemos afirmar que Dios se humaniza para que el hombre se divinice.
En esta misma línea de argumentación el mismo san Pablo (Tito 2, 11-14) afirma que “la gracia de Dios que es fuente de salvación para todos los hombres se ha manifestado”, elevando al hombre a la dignidad de hijo adoptivo del Creador, interpelándolo a “rechazar la impiedad y los deseos mundanos, para vivir en la vida presente con sobriedad, justicia y piedad, mientras aguardamos la feliz esperanza y la Manifestación de la gloria de nuestro gran Dios y Salvador, Cristo Jesús”. 
De este modo, el mismo apóstol va señalando vías concretas para recorrer la vida temporal luchando para asimilarnos cada vez más a Jesús, llegando así a ser dignos de esa participación divina prometida.
Esto hace que el anuncio de Navidad sea siempre un anuncio cargado de alegría, y que el ángel del Señor (Lc. 2, 1-14) diga a los pastores, “les traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo: Hoy en la ciudad de David, les ha nacido un Salvador; que es el Mesías, el Señor”.
Esta alegría debiera colmar nuestro corazón, tantas veces incapaz de descubrir las grandezas de Dios que se nos despliegan ante nuestros ojos, porque el nacimiento de Jesús nos está diciendo que el Padre misericordioso tiene todavía esperanza en el hombre.
La esperanza teologal hace que el hombre tenga certeza de llegar a la vida eterna si obra en amistad con Cristo, porque Dios previamente espera la  respuesta del hombre a la salvación ofrecida con la conversión de sus pecados. A pesar de las infidelidades constantes, nuestro Padre sigue esperando nuestro regreso a Él por medio de una vida acorde con la dignidad de hijos en su Hijo único.
La celebración anual de la Navidad nos debe llevar a reconocer con más fuerza la paciente espera del Señor por nuestra respuesta de amor y entrega.
Si débiles nos sentimos, hemos de acudir al Niño recién nacido para decirle que en su debilidad nos fortalezca para que podamos ser fieles al don que nos ofrece, desde que nace hasta que muere en la cruz y resucita de entre los muertos.
Y precisamente porque el Hijo participa de nuestra humanidad, menos en la realidad del pecado, conoce lo que significa nuestra naturaleza caída por el pecado de los orígenes y que necesitamos siempre de su presencia y gracia.
Aprendamos de los pastores que van al encuentro del recién nacido. Reciben el anuncio los primeros porque son los desechados de la sociedad, conocen de sus limitaciones y están más dispuestos a recibir el mensaje del nacimiento del Mesías. Son los pobres a los que Jesús viene a evangelizar porque no tienen más apoyo que el que depositan en su Dios.
Los ricos y poderosos de este mundo, en cambio,  confiados en la fuerza de lo que es fugaz, como el dinero, el poder o el placer, difícilmente se abren a la grandeza del anuncio que trae al mundo el recién nacido y por eso lo ignoran desde lo alto de sus seguridades mundanas.
¡Jesús recién nacido nos espera, vayamos a adorarlo en la humildad de la carne!


Pintura: Navidad de Juan de Juanes.  


Padre Ricardo B. Mazza, Cura Párroco de la parroquia “San Juan Bautista” de Santa Fe de la Vera Cruz, en Argentina. Homilía en la Natividad del Señor. 25 de diciembre de 2013. 
ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com



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