31 de diciembre de 2013

“Recibamos la familia como designio divino para nuestro crecimiento personal”


Dentro del júbilo propio del tiempo de Navidad, celebramos hoy la Fiesta de la sagrada Familia, que responde al modo de manifestarse por parte de Dios, que no sólo lo hace con su palabra en las Sagradas Escrituras, sino también a través de hechos e instituciones profundamente humanos. 

En la presencia de Jesús, María y José, advertimos que la familia pertenece al designio salvador  de quien nos ha creado a su imagen y semejanza, ya que el Hijo de Dios, presente en la intimidad de la vida trinitaria, ingresa a la vida familiar, propia del hombre, quedando sujeto, aún siendo Dios, a la ordenación de la misma.
El designio divino se comunica en los hechos mismos, y así, advertimos que el matrimonio de María y José, es entre un varón y una mujer. Es decir, que más allá de que el Niño es engendrado en María por obra del Espíritu Santo que la cubrió con su sombra, la providencia quiso que fuera un varón, José, el custodio de Jesús y su Madre, continuando así el proyecto único sobre el matrimonio diseñado en el comienzo de la historia humana. 
Partiendo de la Sagrada Familia y penetrando en su misterio silencioso y elocuente a la vez, la Iglesia en su enseñanza constante nos ha mostrado que cada vida que viene a este mundo reclama pertenecer a una familia, cuyo fundamento se establece en el matrimonio, al que prolonga en el tiempo.
Los textos bíblicos de hoy señalan como idea fuerza la necesidad de centrar la vida familiar en la relación con Dios, de manera tal que cuando la unión con el Creador es estrecha, también lo será el intercambio de voluntades y sentimientos de cada uno de los miembros de la familia con los demás.
La “religión” o  unión entre padres e hijos, e hijos entre sí, se alimenta y madura en la “religión” o unión con Dios, ya que al ser creados por Él, llevamos en nuestro ser la posibilidad de convertirnos cada uno en “don” para los demás, especialmente con quienes nos une la misma procedencia natural.
Precisamente el libro del Eclesiástico (3,3-7.14-17) insiste en que toda falta o desprecio por los padres, sobre todo, si son ancianos, es desprecio y olvido del mismo Dios, y que éste no dejará de lado el bien realizado por ellos, cubriendo con múltiples bendiciones a los buenos hijos, ya que con el buen obrar sirven “como a sus dueños a quienes le dieron la vida”.
En este aspecto, el papa Francisco recordaba hoy que se ha de acoger con amor a los ancianos junto con los niños siempre. Pienso que tal admonición tiene en cuenta la necesidad de cuidar a quien es origen de la familia –el anciano-, y  a quien es la continuidad –el niño-.
La presencia de una familia modélica, requerida por el cristianismo para la formación integral de la persona humana, lo comprobamos a menudo en la vida de los santos o de aquellos que se destacaron por su honestidad de vida. 
En ellos descubrimos el marco referencial de una familia que se alimentaba desde la fe, no sólo para la transmisión de las verdades, sino de los valores que configuran la fisonomía de cada persona. 
Más aún, incluso en aquellos que quizás se alejan de la fe en algún momento de su vida y por mucho tiempo, la experiencia vivida en su familia renace en el momento menos pensado para incentivar el retorno a la Casa del Padre, como aconteció en el pasado y se reaviva hoy con no pocas conversiones.
Esto nos hace percibir que la enseñanza recibida en el seno de la familia, aunque parezca lo contrario, nunca cae en saco roto. Para recordar un testimonio conocido, sabemos del poder del ejemplo y la oración, en santa Mónica, que lograron la conversión de su esposo y de su hijo Agustín.
Hoy más que nunca hemos de acudir a las enseñanzas de la Sagrada Familia y centrar la de cada uno de nosotros en Dios Nuestro Señor, habida cuenta que la tentación actual es reducir su “identidad y vitalidad” a una visión meramente de bienestar material, en la búsqueda del éxito en todos los campos descuidando el hecho de que la familia es formadora de personas, en la dignidad de hijos de Dios que posee cada uno.
En esta línea de pensamiento, hace cincuenta años (7 de enero de 1964), el papa Pablo VI visitando Nazaret pronuncia una alocución donde invita a descubrir en la Sagrada Familia de Nazaret aquellas virtudes domésticas que deben formar parte de la vida familiar, diciendo “¡Cómo quisiéramos ser otra vez niños y volver a esta humilde pero sublime escuela de Nazaret! ¡Cómo quisiéramos volver a empezar, junto a María, nuestra iniciación a la verdadera ciencia de la vida y a la más alta sabiduría de la verdad divina!”.
Prosigue el pontífice rescatando tres lecciones del hogar de Nazaret, siendo la primera el  amor al silencio, al recogimiento y a la interioridad, nosotros que estamos aturdidos por tanto ruido, para disponernos a escuchar las buenas inspiraciones de la gracia y de tantos maestros de la vida interior, al estudio y a la meditación intensa en la oración personal.
Se nos exhorta, además, a asumir la lección de la vida familiar, de manera tal que “Nazaret nos enseñe el significado de la familia, su comunión de amor, su sencilla y austera belleza” en el marco de cordialidad y caridad que nos marca hoy san Pablo (Col. 3, 12-21), profundizando la función de la familia bien constituida en el plano social, es decir, en la relación con las demás familias y la sociedad toda.
Estamos llamados, por último, a asimilar la lección del trabajo que dignifica, que no es un fin en sí mismo, que no se reduce a conseguir los medios económicos, sino que también nos encauza hacia fines más nobles.
Hermanos: busquemos, si la hemos perdido o flaquea, esa unión fundamental con Dios en el seno de la familia, para mirar los acontecimientos de nuestra vida, por negativos que sean, a la luz de la fe en la Providencia de Dios. 
Para comprender esto, contemplemos hoy el texto del evangelio (Mt. 2, 13-15.19-23), en el que se relata cómo el ángel, por tres veces, orienta a José sobre los pasos a seguir, descubriendo así que el custodio de Jesús y María, están siempre atentos a lo que la Providencia de Dios les mostraba. 
Ellos no discuten el exilio en Egipto, ni piden protección especial para el Niño, sino que obedecen lo que se les pide, porque saben que el Padre no ha querido exceptuar a su Hijo de las vicisitudes propias de toda familia humana.
En efecto, si el Hijo de Dios ha entrado al mundo perteneciendo a una familia concreta, debía pasar por los mismos sinsabores de toda persona que viene a este mundo, soportando su misma suerte, menos el pecado, instruyéndonos que aún en medio de los conflictos y peligros, estamos llamados a escuchar la voz del Señor y seguir su voluntad en esta vida temporal, confiados en que su Providencia divina dispone todo para nuestro bien.
Hermanos: dejémonos iluminar por los ejemplos de la Sagrada Familia, haciendo acopio en nuestros hogares de aquellas virtudes que nos perfeccionan como creyentes.


Padre Ricardo B. Mazza, Cura Párroco de la parroquia “San Juan Bautista” de Santa Fe de la Vera Cruz, en Argentina. Homilía en la Fiesta de la Sagrada Familia de Nazaret. 29 de diciembre de 2013. 
ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com




































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