23 de diciembre de 2013

“Escuchemos los latidos de Jesús en el seno virginal de María, marcando la marcha del tiempo hacia el encuentro con la Eternidad”


José se vio asaltado de dudas y sospechas ante el hecho del embarazo de María con quien estaba comprometido, ya que no se le había revelado lo que iba a suceder en Ella. María tampoco le dio a conocer el anuncio del misterio de la Encarnación del Hijo de Dios en su seno virginal.
Lo puso todo en manos de la Providencia de Dios al decir al ángel que era la servidora del Señor y que se hiciera Su voluntad. El Padre Omnipotente que la eligió para que su Hijo ingresara en la historia humana, la conduciría por los caminos de su Sabiduría infinita para el bien de toda la humanidad. Esta duda de José probablemente se repitió muchas veces en la historia de la salvación en el corazón de muchas personas que han contemplado el misterio de la Encarnación, hasta el punto de que hubo quienes negaron la divinidad de Cristo y afirmaron que sólo era un hombre, aunque perfecto. 
Nosotros, sin embargo, como muchos a lo largo de la historia de la Iglesia, hemos permanecido fieles a la verdad tantas veces enseñada de que el Niño nacido en Belén es verdadero Dios y verdadero hombre, obra del Espíritu Santo, aunque nacido de mujer como profetiza Isaías (7, 10-14) y repite el Evangelio (Mt. 1, 18-24), llamado el Dios con nosotros, el Emanuel, ya que su nombre es Jesús que significa Salvador porque “Él salvará a su Pueblo de todos sus pecados”.
¡Qué mejor signo de que Dios está con nosotros cuando nos salva de nuestros pecados por medio del misterio de su nacimiento, muerte y resurrección, retornando a la amistad con el Padre que siempre nos ofrece gracias a su Hijo hecho hombre!
Queridos hermanos, en estos pocos días que anteceden al nacimiento de Jesús, los invito a imitar a José, el cual al despertar “hizo lo que el Ángel del Señor le había ordenado: llevó a María a su casa”. 
Por designio amoroso de Dios tenemos entre nosotros para la veneración, la imagen de María en el misterio de su “dulce espera”, en la expectación del Hijo de Dios, hecho hombre en su seno virginal y santificado. 
La contemplamos con la Sagrada Escritura entre sus manos, para significar que la Palabra de Dios que Ella esperó como los profetas, se hace hombre en su vientre.
Aprovechemos para llevarla con nosotros, como José, a nuestros hogares, al corazón de cada uno, que nos permita con su ayuda poder vivir la Natividad del Niño de Belén de un modo nuevo, ya que reiteradamente da sentido a nuestro existir, otorga nuevas esperanzas en este mundo, que a pesar de sus males y pecados ya ha sido salvado una vez para siempre y aguarda de nosotros el completar la obra salvadora ya iniciada.
El Hijo de Dios asume la naturaleza humana en María para ingresar en nuestra historia y darle un sentido nuevo, de manera que del Señor anunciado por los profetas y esperado durante siglos, lleguemos al Dios encontrado, para hallarnos a su vez con Él,  plenos de confianza en las promesas recibidas desde antiguo.
Esto nos debe llevar a cambiar nuestra mentalidad acerca de la celebración de la Navidad, ya que mientras la cultura de nuestro tiempo, pagana y sin Dios, adora al anciano barbado vestido de invierno y en trineo, nosotros hemos de acudir con fe al Niño recién nacido, signo de la Vida Nueva que se nos ofrece en medio de un mundo envejecido por las mañas del pecado.
Está bien que celebremos con alegría y en familia este acontecimiento, pero recordemos que el motivo que nos convoca es el gozo del nacimiento de Jesús que nos interpela también a nosotros para vivir una vida nueva.
Sería vacío y sin sentido desear ¡feliz Navidad! a todo el mundo si a su vez no respondemos a la gracia transformante que proviene del Salvador, que se hace hombre para que lleguemos a participar de su divinidad.
¡No nos dejemos confundir y lavar nuestra conciencia de creyentes: vamos al encuentro del que salvará a su pueblo de sus muchos pecados!
Papá Noel no nos redime, y aunque pareciera que nos colma de regalos y golosinas, no nos da lo más preciado que esperamos, la filiación divina en el Hijo único de Dios Padre. 
Llevemos a los niños en su inocencia al encuentro de la Virgen en su dulce espera, que valoren ya desde pequeños el don de la vida humana que ha de ser cuidada desde sus orígenes, como lo hizo María con Jesús, y busquen en Él al amigo inseparable que nos quiere acompañar a lo largo de nuestra existencia en este mundo.
Este mensaje que exalta al verdadero Salvador hemos de llevarlo a todos los hombres de buena voluntad, sintiéndonos como san Pablo (Rom. 1,1-7) enviados  a anunciar al prometido por los profetas, a aquél que “fue constituido Hijo de Dios con poder según el espíritu santificador”, siendo los destinatarios del mensaje los paganos que nunca creyeron, como aquellos que dejaron de creer, para conducirlos a la “obediencia de la fe, para gloria de su Nombre”, es decir, a abrir los oídos del corazón ante la Palabra anunciada y llegada, para acoger con fe sincera su Persona divina que se prolongue en el compromiso con su vida.
Queridos hermanos: colmados de alegría por el Advenimiento del Salvador, recojámonos en el silencio de nuestro corazón para escuchar los latidos de Jesús en el seno virginal de María, que van marcando la marcha del tiempo que se acerca cada vez más al encuentro de la eternidad presente en el Eterno que nacerá en nuestra temporalidad.




Padre Ricardo B. Mazza, Cura Párroco de la parroquia “San Juan Bautista” de Santa Fe de la Vera Cruz, en Argentina. Homilía en el 4to domingo de Adviento, ciclo “A”. 22 de diciembre de 2013. 

ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com




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