20 de diciembre de 2013

La venida intermedia del Señor, sólo la ven los elegidos en sí mismos, y gracias a ella reciben la salvación.


San Bernardo en uno de sus sermones para el tiempo de Adviento nos enseña que “conocemos tres venidas del Señor. Además de la primera y de la última, hay una venida intermedia. Aquéllas son visibles, pero ésta no.
En la primera el Señor se manifestó en la tierra y vivió entre los hombres,  cuando –como él mismo dice- lo vieron y lo odiaron. En la última contemplarán todos la salvación que Dios nos envía y mirarán a quien traspasaron. La venida intermedia es oculta, sólo la ven los elegidos, en sí mismos, y gracias a ella reciben la salvación. En la primera el Señor vino revestido de la debilidad de la carne; en esta venida intermedia viene espiritualmente, manifestando la fuerza de su gracia; en la última vendrá en el esplendor de su gloria” (1).
Cristo, por lo tanto, viene permanentemente para encontrase con cada persona que viene a este mundo como hijo del Padre común de todos. 
De esta manera, mientras miramos hacia el futuro final afirmados en la actualización y memoria de la primera venida en carne humana, nos preparamos para este encuentro personal con el Salvador. 
Este hecho nos interpela a cada momento a concretar una profunda conversión para que el corazón de cada uno se encuentre dignamente preparado para recibirlo, al igual que María, según meditamos el domingo pasado, que ofreciéndose totalmente a la Providencia divina se transformó en digna morada para dar espacio en su interior al Salvador.
La Palabra de Dios nos ilumina y prepara para entender esto, tal como lo hace el profeta Isaías (35, 1-6ª.10) al anunciar la proximidad  de la venganza y represalia de Dios para confortar a los deportados de Israel “Llega la venganza, la represalia de Dios: Él mismo viene a salvarlos. Entonces se abrirán los ojos de los ciegos y se destaparán los oídos de los sordos, entonces el tullido saltará como un ciervo y la lengua de los mudos gritará de júbilo”. Esta salvación no se realiza únicamente en la primera venida del Señor en su paso por este mundo, sino que a lo largo de los siglos, con su venida intermedia, Jesús continúa su obra de salvación.
Esta salvación se  manifiesta a través de los signos que describe Isaías y que retoma Jesús al responder a los enviados de Juan el Bautista (Mt. 11, 2-11).  Que los ciegos ven, testimonia que el mismo Señor es la verdadera Luz que permite ver de un modo nuevo, desde la perspectiva de la fe; que los paralíticos caminan supone la superación de todos los obstáculos que impiden avanzar al encuentro de la salvación; que los sordos oigan supone la capacidad para oír el llamado e interpelación que nos hace a cada uno, evitando hacernos los sordos ante la vida nueva prometida; anunciar a los pobres la salvación supone que nadie está imposibilitado, sea cual sea su limitación humana, de conocer la verdad, reconocer su esplendor y adherirse a ella con una existencia consecuente con la gracia recibida.
Con este mensaje bíblico, el evangelio de hoy nos asegura que Jesús sana a la humanidad en la raíz misma de su ser limitado, dando sentido a la predicación urgida de Juan el Bautista de preparar los caminos al Señor.
Vivir el adviento en nuestros días supone estar abiertos a recibir la gracia que se nos ofrece en abundancia en esta tercera venida salvadora que potencia cada momento histórico abriéndola a la presencia divina que colma el corazón humano, caminando al encuentro de Jesús, escuchando su palabra, decididos a imitarle en todo momento de nuestro caminar cotidiano, trabajando siempre para realizar el bien.
Vivir de este modo nos permitirá ser enviados al mundo como Juan el Bautista, convirtiéndonos en nuevos precursores que preparan la renovada proximidad del salvador, mereciendo las palabras de “les aseguro que….. el más pequeño en el Reino de los Cielos es más grande que él” con la grandeza adquirida por la disponibilidad siempre generosa ante Dios.
Ahora bien, este mensaje de Adviento debe ayudarnos a iluminar desde la fe cada momento histórico que nos toca vivir, por más desagradable que éste sea, ya que la Palabra salvadora de Dios debe encarnarse en cada momento de nuestra vida.
Y así, por ejemplo, iluminar los días vividos esta semana en los que padecimos momentos penosos en nuestra Patria. Salió a la luz el quiebre social en el que estamos insertos, con desprecio de la vida y bienes de los demás, días en que todo valía al parecer sin límite alguno, ante tanta violencia. Han aparecido miserias muy profundas que han puesto en evidencia que son muchos los que piensan que tiene derecho a despojar a los demás de lo que tienen, como si la enseñanza de los que despojan desde el poder desde hace años hubiera calado hondo en la gente considerándose  cada uno con derecho  a hacer lo mismo.
Esto hace ver cuán lejos estamos de considerarnos hermanos ya que al perder la “religio” con el Padre de todos, no vemos al otro como hijo igual que nosotros mismos.
Por eso el tiempo de adviento nos invita a buscar a Cristo en nuestro corazón y desde allí trabajar incansablemente para cambiar, cada uno desde el lugar que ocupamos en la sociedad, todo aquello que nos aleja del Señor y de nuestros hermanos. Cada uno de nosotros conoce perfectamente desde una mirada iluminada por la presencia de Jesús, lo que no es digno de la persona humana en medio de la sociedad y que debe conducirnos a transformar nuestro vivir cotidiano desde lo económico, social, político, laboral y familiar. Debemos sentirnos convocados a desalojar de nuestra vida lo que nos aleja de una auténtica vida de fe, contando siempre con la luz, gracia y fuerza de lo Alto.
No podemos solucionar todos los problemas ni resolver todas las injusticias existentes, pero sí podemos poner amor donde hay odio, paz donde existen luchas fratricidas, honestidad donde existe corrupción, verdad cuando impera la mentira, buen trato cuando cunde el desprecio por el otro, solidaridad donde impera el egoísmo, sin dejarnos vencer por las soluciones fáciles que sugiere siempre el maligno, contribuyendo con nuestro obrar para que el Señor tenga lugar en el corazón de todos.
Jesús se presenta como Salvador de un modo sencillo y humilde, no prepotente o como queriendo dominar al hombre, sino como quien consuela a quien se siente pobre, pequeño, enfermo y necesitado de salvación. 
Si nos sentimos incapaces de liberarnos de tantos males y limitaciones, supliquemos ¡Ven Señor Jesús! Teniendo paciencia “porque la Venida del Señor está próxima” “como el fruto precioso” (St. 5, 7-10) para que cuando llegue transforme nuestra existencia. 


(1) Oficio de lecturas del miércoles primero de Adviento.

Imagen: Juan Bautista en la cárcel.  Mosaico del Baptisterio de Florencia.



Padre Ricardo B. Mazza, Cura Párroco de la parroquia “San Juan Bautista” de Santa Fe de la Vera Cruz, en Argentina. Homilía en el 3er domingo de Adviento, ciclo “A”. 15 de diciembre de 2013.

ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com

No hay comentarios: