27 de febrero de 2014

“La santidad de Dios nos interpela y convoca a la santidad de vida".

La idea central que nos presentan hoy los textos bíblicos proclamados, refiere a que Dios nos llama a la santidad de vida.
Y así, en el libro del Levítico (19, 1-2.17-18)  el Señor indica a Moisés que diga al pueblo elegido “Ustedes serán santos, porque Yo, el Señor su Dios, soy santo”. 
En el evangelio, Jesús asevera (Mt, 5, 38-48) “Sean perfectos como es perfecto el Padre que está en el cielo”, y el apóstol san Pablo (I Cor. 3, 16-23), indica el dejar la sabiduría del mundo, que ciertamente no lleva a la santidad de vida, para buscar la sabiduría de Dios, considerada como locura por los incrédulos, ya que refiere al misterio de la cruz, fuente y culmen de la santidad del hombre, y esto porque “Todo es de ustedes, pero ustedes son de cristo y Cristo es de Dios”.
Nos preguntamos de nuevo, por lo tanto, si no está clara la enseñanza, ¿ por qué hemos de ser santos? Porque nuestro Creador es llamado tres veces Santo, como lo invocamos al concluir el prefacio de cada misa, y del cual somos imagen y semejanza, siendo lo coherente con este hecho en la vida humana el parecernos cada vez más a Él, en pensamiento y obra.
Este mensaje de la santidad contradice lo que experimentamos con frecuencia en el mundo en el que estamos insertos, ya que la sociedad y cultura de nuestros días, no nos conducen a la santidad de vida, no nos motiva a buscar ser semejantes a Dios.
Para captar esta verdad fundamental para nuestra existencia cotidiana, tanto la Iglesia como el mismo Cristo, aparecen en medio de nosotros como signos de contradicción, ya que provocan el seguimiento de no pocos conversos y de los que tienen fe, por un lado, pero también suscitan el rechazo no sólo de los que no tienen fe sino también de parte de los que siempre se han considerados creyentes.
Con frecuencia hemos tenido la experiencia que en reuniones de amigos o familiares se charla acerca de la Iglesia. Cuántas veces escuchamos “la Iglesia tiene que renovarse”, “debe amoldarse al mundo”, como lo pidió la ONU a principios de este mes, al pretender que la enseñanza católica se adapte al pensamiento único que pretenden imponer los poderosos de este mundo que se jactan de la sabiduría del mundo y que lamentablemente la población va incorporando a su vida paulatinamente, con olvido y hasta desprecio de la verdad revelada.
“La Iglesia no tiene en cuenta la realidad, cierra los ojos ante lo que el mundo piensa y hace de un modo muy diferente a ella misma”, se escucha a menudo. Y es cierto, ya que Cristo tampoco se “amoldó” a lo que llamamos “realidad”, esto es, la proclamación y vivencia frecuente de todo lo que se opone al evangelio.
Jesús no se mimetizó con la existencia de la opresión de los judíos por Roma, no reconoció la esclavitud y el desprecio por la persona humana, no apoyó la avaricia de los publicanos ni la falsedad de los escribas y fariseos, no apañó la prostitución ni a las “trabajadoras sexuales” como se llaman ahora, no aprobó la delincuencia ni la vagancia, sino que proclamó abiertamente el ideal de santidad al que estamos llamados.
Más aún, ¿nos imaginamos qué reacción provocaba con sus enseñanzas? Los judíos oprimidos por Roma, ¿aceptaban que se ha de amar a los perseguidores y enemigos? ¿Estaban de acuerdo con saludar a quienes los trataban mal? ¿Podrían los esclavos amar a sus amos que los consideraban basura? Y así podríamos seguir con esta larga letanía.
Sin embargo, a pesar de saber que su enseñanza se oponía a esta “realidad”, no dejó de proclamar un estilo de vida totalmente diferente, aún sabiendo que suscitaba la disconformidad de muchos porque se oponía a un estilo de vida corrupto en todos los ámbitos de la sociedad. Les presentaba a sus contemporáneos, y ahora a nosotros, la senda que nos conduce a la sabiduría divina que dignifica al hombre elevándolo de sus miserias.
Jesús presentaba y señala hoy, un ideal de vida santa que permita vivir la santidad misma de Dios. Dependerá de nosotros el tomar o dejar el mensaje que sólo busca que seamos en verdad hijos del Padre.
En el transcurso del tiempo, aún en medio de los pecados y miserias de sus miembros, la Iglesia ha buscado siempre ser fiel a Cristo presentándonos la Persona de Cristo y su palabra de vida y sanación interior.
Cuando se afirma en nuestros días que la Iglesia no se adapta a la “realidad” –esto es, a la sabiduría del mundo y la frivolidad de costumbres-o que no habla al hombre de hoy, feliz muchas veces por cuanta depravación se va inventando, hemos de tener en cuenta que Ella sigue siendo fiel a su maestro, que nos habla aún sabiendo que no es escuchada o es rechazada hasta por  no pocos sedicentes católicos, ya que sabe que sigue en pie el mandato de Dios “sean santos como vuestro Padre es santo”.
La Iglesia por tanto habla al hombre de hoy, no a las momias de Egipto, a ese hombre cargado de violencias y odios, egoísmos profundos, avaricia cada vez más difundida, que tiene grabado en su mente y corazón el “ojo por ojo y el diente por diente”. 
Los “sabios de este mundo” –siguiendo el pensamiento de san Pablo- son los que viven maquinando el mal y la opresión de sus hermanos en lo económico, en lo social, con el narcotráfico, con la mercantilización del sexo, con la violencia, fomentando siempre todo tipo de bajezas y no la dignificación del hombre, el enriquecimiento ilícito, destruyendo el templo de Dios que es cada uno de nosotros como imagen y semejanza de Dios que somos. Al respecto señala el apóstol san Pablo (I Cor. 3,16-23) refiriéndose al llamado a la santidad dirigido a cada uno de nosotros, “si alguno destruye el templo de Dios, Dios lo destruirá a él. Porque el templo de Dios es sagrado, y ustedes son ese templo”.
El libro del Levítico al mostrarnos la ley de santidad que ha de asumir el creyente, y Cristo mismo invitándonos a imitar la perfección del Padre, no hacen más que mostrar el camino para que esa “realidad” distinta en la que estamos insertos, sea transformada por un “ideal” de vida de santidad que incluso haga más humana la vida del hombre. 
¡Qué diferente sería el mundo que habitamos si cada uno de nosotros luchara por ser santo, e impregnara la sociedad toda con un modo de vida diferente al que estamos acostumbrados! No es el odio, la venganza, el desamor, el ojo por ojo, lo que hace la vida humana más llevadera, sino el seguimiento de la Persona de Cristo y su enseñanza evangélica.
Poner la otra mejilla en palabras de Cristo no es renunciar a la legítima defensa si somos injustamente agredidos, hoy tan común en la sociedad, sino el no dejarnos llevar por la revancha acogiendo la actitud evangélica de perdonar aunque el ofensor no esté arrepentido.
Jesús nos trae la novedad de llegar hasta amar al enemigo, para que éste pueda ser capaz de recibir el don de la conversión y transformarse en amigo de Dios y de los hombres.
Pidamos hermanos a Jesús que abra nuestra mente y corazón y así poder descubrir la novedad del evangelio que ilumina nuestro andar de un modo nuevo, suplicando a su vez la gracia necesaria para vivir buscando ser perfectos como el Padre del Cielo es perfecto.


Padre Ricardo B. Mazza. Párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz,  Argentina. Homilía en el VII domingo durante el año, ciclo “A”. 23 de febrero de 2014.-http://ricardomazza.blogspot.com; ribamazza@gmail.com.- 

























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