21 de mayo de 2014

“Caminando en Él, llegamos al Padre, Verdad plena, para participar de la Vida Divina”.


La resurrección de Cristo de tal manera transforma nuestra existencia, que va encontrando siempre un sentido nuevo en el caminar por este mundo. Los textos bíblicos de este domingo nos dicen que nuestra meta es el encuentro con el Padre de Jesús y Padre nuestro, y siendo el Padre y el Hijo una misma cosa, este encuentro se centra también en el Hijo, en el Amor del Espíritu Santo.
Y así se nos comunica que la vocación del hombre, el llamado del ser humano, es la comunión con Dios. Por eso Jesús en la última Cena (Jn. 14, 1-12) recuerda a sus discípulos y, con ellos a cada uno de nosotros, que va al Padre para disponer un lugar para todos, y cuando lo haya preparado “volveré otra vez para llevarlos conmigo, a fin de que donde Yo esté, estén también ustedes. Ya conocen el camino el camino del lugar donde voy”, manifestando así su deseo más profundo de que cada uno de nosotros pueda participar de la vida eterna junto al Padre. 
Nos hace ver que el sentido de su presencia entre nosotros, y el de su muerte y resurrección, no se entiende si no se vislumbra el amor con el que nos conduce al encuentro del Padre. 
Todo este camino hacia el Padre comienza por el sacramento del bautismo, por el que Cristo nos convierte en piedras vivas, como enseña san Pedro (I Pt. 2, 4-10), siendo el fundamento de ese edificio espiritual que se eleva, Él mismo, la piedra angular que da seguridad y sustento a toda la edificación, de manera que cobra sentido cuando en el evangelio nos dice con confianza, “no se inquieten. Crean en Dios y crean también en mí”, haciéndose realidad lo manifestado por el profeta (Is. 28,16) y recordado por Pedro: “Yo pongo en Sión una piedra angular, elegida y preciosa: el que deposita su confianza en ella, no será confundido”.
La constitución  del edificio espiritual por todos los bautizados, llega a ser un cuerpo, unidos todos sus miembros en la medida que Cristo sea el fundamento y referencia divina para siempre. 
La vida de la Iglesia, pues,  descansa en Cristo, y esto permite que como comunidad de creyentes, vayamos creciendo con diversos lazos de unidad y comunión en Dios Nuestro Señor, con la capacidad de resolver las dificultades que se van presentando insertos como estamos en medio de las realidades humanas. Así lo describe claramente san Lucas (Hechos 6, 1-7) al mencionar la formación del primer “colegio diaconal” que deberá servir a la comunidad atendiendo sus necesidades, estableciendo a los diáconos que corresponde a uno de los grados del sacramento del Orden Sagrado, y que deben sobresalir  por la “buena fama”, estar “llenos del Espíritu Santo y de sabiduría” , permitiendo a los apóstoles la realización de lo que les es propio, el ministerio de la Palabra, por la que “el número de discípulos aumentaba considerablemente en Jerusalén”, hasta la conversión de sacerdotes paganos que abrazaban la fe, sin duda alguna movidos por la acción de la gracia divina.
Y así vamos comprendiendo que esta visión que mira al  inicio de la vida de la Iglesia, contempla a Jesús como eje de nuestra vida, ya que se presenta como camino que conduce al Padre, junto al cual nos prepara un lugar para el gozo de la contemplación divina.
En efecto, afirma de sí mismo Jesús que “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre, sino por mí”. No es por tanto un camino, una verdad o un aspecto de la vida, sino que abarca la totalidad del camino, la verdad y la vida, porque siendo Dios, es el único que puede colmar  la inclinación natural del hombre hacia la verdad, el único camino que desde la verdad nos conduce a la vida plena, ya a la humana, como a la participación de la divina.
¡Cuántas veces nos sentimos confundidos con los slogans que predican el relativismo de la verdad diciendo que cada uno posee “su” verdad, o que existen muchas verdades, aunque no pocas veces contradictorias entre sí, o que son múltiples los caminos al Padre, o que la vida tiene variadas ópticas de contemplación!
Ante la mentira constante que se nos quiere imponer cada día, Cristo nos expresa “Soy la Verdad, si la buscas encuéntrate conmigo”. Nuestra existencia se encuentra no pocas veces con diversos caminos y atajos que nos apartan de la meta, de allí que Jesús nos diga: “Soy el único Camino que con certeza te conduce al Padre, no busques más, no te engañes, sígueme a mí”. Frente a distintos modos de vivir, tantas veces engañosos porque conducen a una felicidad aparente, y al reinado de la muerte del cuerpo y del espíritu de muchas maneras, Jesús nos dice: “Soy la Vida verdadera, no las ilusiones que te ofrece el mundo”. 
La vida de la gracia que rejuvenece nuestra existencia y nos permite caminar hacia el Padre, plenitud de Verdad, es sólo obra de quien murió para salvarnos y resucitó para darnos la vida en abundancia junto a Él.
Más aún, ya entre nosotros, Cristo asegura que quien lo ve a Él, ve también al Padre que lo envió, y participa del don del Espíritu que es el Amor Eterno entre el Padre y el Hijo.
Estamos llamados a descubrir la belleza que implica el encuentro con Cristo que nos lleva al Padre, elevando nuestra naturaleza humana a la perfección más sublime.
En las Escrituras reflexionadas con frecuencia nos encontramos con la Verdad Plena; por la confesión y el perdón de los pecados mediante la redención, hallamos la Vida que dignifica; orientados y guiados por Cristo, transitamos por el Camino a la gloria. 
Hermanos: pidamos a Jesús que nos enseñe a buscarlo sobre todas las cosas, para que caminando por y en Él, lleguemos al lugar que nos ha preparado junto al Padre, y participar así de la Vida Divina.


Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el quinto domingo de Pascua. 18 de mayo de 2014. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com








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