31 de mayo de 2014

“Los misterios que estamos celebrando en honor de Cristo resucitado, han de transformar nuestra vida y manifestarse en nuestro obrar”




En la primera oración de esta misa pedíamos a Dios Todopoderoso que nos conceda “continuar celebrando con amor ferviente estos días de alegría en honor de Cristo resucitado, y que los misterios que estamos recordando transformen nuestra vida y se manifiesten en nuestras obras”.
La alegría de esta celebración pascual está fundada en la fe que tenemos en el hecho de que el Señor está vivo y nos acompaña siempre, alegría que nos conduce a una existencia nueva.
De hecho, los textos bíblicos de este domingo, señalan que los apóstoles prolongaban en su vida la resurrección de Jesús, de modo que la alegría de Cristo resucitado no debía ser ocultada o guardada para sí, sino que debía ser expuesta a todos los que lo buscan sinceramente.
Los Hechos de los Apóstoles (8, 5-8.14-17) nos dicen hoy que Felipe fue a una ciudad de Samaría a predicar el mensaje del resucitado. 
Esto  nos hace recordar que fue en Samaría, en Sicar, donde Jesús se encontró con la samaritana junto al pozo de Jacob y le dijo, “Yo soy la fuente de agua viva” y, gracias a ese encuentro, muchos conciudadanos creyeron en que Jesús era el Mesías. 
Es muy probable que este hecho fuera conocido en la región, de manera que facilitó la aceptación del mensaje traído por Felipe, confirmado por medio de signos como la expulsión de los espíritus malignos del cuerpo de los posesos y la curación de paralíticos y lisiados. 
La predicación, acompañada por estos signos, produce numerosos convertidos a la fe, convencidos de contar con la presencia actuante del Dios verdadero, e invitándonos a realizar lo mismo en nuestros días, es decir, transformados por el misterio del resucitado, ir a la búsqueda de aquellos que todavía no se han encontrado con Cristo, para llevarles su presencia por la predicación, manifestando nuestra fe y el verdadero amor hacia el prójimo que busca siempre su bien espiritual.
El texto de referencia hace mención que al enterarse los apóstoles reunidos en Jerusalén lo que acontecía con el ministerio de Felipe, enviaron a Pedro y a Juan para completar la obra ya comenzada, entregándoles el don del Espíritu Santo, por la imposición de las manos, para que continúe en el corazón de los recién convertidos la obra de la salvación.
El apóstol san Pedro (I Pt. 3, 15-18) nos dice que hemos de glorificar en nuestro corazón a Cristo el Señor, lo cual significa estar convencidos que Él está vivo por nosotros, que por su resurrección ha vencido a la muerte, nos ha rescatado del poder del maligno y conduce al encuentro del Padre. 
Esta convicción debe llevarnos a defender delante de cualquiera que pida razón de la esperanza que poseemos. 
¡Cuántas veces nos encontramos en el transcurso del día, en nuestras actividades, con personas que enemigas de la fe cristiana que han abandonado, hablan mal de la Iglesia, manifiestan sentimiento adverso a todo lo que sea cristiano, incluso atacándonos o llevándonos al ridículo porque consideran que nuestra fe no sirve para nada! Es allí donde debemos dar razón de la esperanza que tenemos, la de la vida eterna, que tiene su fundamento en la fe en Cristo resucitado. 
En esas situaciones no quedarnos callados, sino que hemos de saber dar razón de lo que creemos y esperamos, haciéndolo con suavidad –como afirma Pedro- y respeto, con tranquilidad de conciencia, exponiendo como hacían los apóstoles, nuestra fe en el resucitado, y cada uno verá si recibe esa fe que se expone o la sigue rechazando. 
Al manifestar nuestra fe, nuestra alegría, dando testimonio de nuestra esperanza en la Vida que no tiene fin, -continúa san Pedro-  se llenarán de vergüenza quienes nos difaman. 
En efecto, no hay mejor manera de desarmar a quienes contradicen nuestra fe, que responder con paz y tranquilidad, manifestando la seguridad que tenemos en aquello que vivimos, de manera que lo que otros digan, no nos apartará del camino verdadero, mostrándonos    servidores de Cristo.
Prosigue Pedro diciendo que es preferible sufrir haciendo el bien, que sufrir haciendo el mal, dando así testimonio en la vida cotidiana de lo que vivimos.
Si seguimos avanzando en los textos bíblicos, Jesús en el evangelio (Jn. 14, 15-21), nos muestra la clave de lo dicho anteriormente, es decir, que la imitación de los ejemplos de los apóstoles en la misión de llevar el evangelio por todas partes, será manifestación clara del amor  que le guardamos. 
“Si me aman cumplirán mis mandamientos”,-nos dice el Señor-, o sea, que no basta decir que amamos a Jesús, sino que es necesario manifestarlo con las obras  que tienen en cuenta lo que nos reclama a diario, mandamientos que no esclavizan a persona alguna, sino que liberan siempre del maligno.
Queridos hermanos: nuestros obispos nos han pedido hoy rezar especialmente por la paz en Argentina, en esta celebración del 25 de mayo. 
De hecho,  si nuestra Patria está enferma de violencia y de corrupción es porque no se viven a fondo los mandamientos.
En efecto, ¡Qué distinto sería nuestro país si no se robara, ni se matara, ni se mintiera, y si se tuviera verdaderamente en el corazón de la sociedad al mismo Dios Creador, Redentor y Santificador! El amor intenso a Cristo haría que nuestra vida fuera totalmente distinta. 
¡Ojalá pudiéramos decir que ha cesado toda violencia, que no se agrede más al otro, que cada uno busca su sustento con el honesto trabajo, que el poder se utiliza para servir al prójimo, que ya no se miente, que se vive en convivencia pacífica, evitando así que nuestra vida se convierta en un infierno! 
La vivencia de los mandamientos que tienen como objeto el amor a Dios y al prójimo, transforma  siempre nuestra vida en algo diferente.
Para todo esto, Jesús nos asegura que no estamos solos, que el Padre nos da otro Paráclito, además de Él mismo, el Espíritu de la Verdad, que nos consuela y afirma en el bien obrar, Aquél que el mundo no puede recibir, ya que no se quiere salir del engaño, de la mentira y de todo aquello que no nos permite percibir la verdad en su totalidad.
El Señor promete no dejarnos huérfanos, ya que lo veremos al seguirlo en nuestra vida, -cosa que no ocurrirá con el mundo infiel que ha renegado hace ya tiempo de seguir sus pasos- y desde el Padre seguirá con nosotros, especialmente en la Eucaristía, por la que nos unimos cada semana con el resucitado y, recobramos fuerzas para hacerlo presente en la sociedad.
Hermanos, Jesús nos promete que si lo amamos nos amará también el Padre, y que tanto el Padre como el Hijo, habitarán en nosotros y se nos manifestarán, y así, con esta verdad de la presencia de Dios en nuestras vidas, podremos transitar por este mundo, buscando siempre la realización del bien, superando las dificultades que no faltan, teniendo bien en claro que Cristo resucitado nos ha salvado para que demos fruto abundante.
Pidamos al Señor esta gracia para nuestra vida cotidiana, hasta que lleguemos junto a Él a la vida que no tiene fin.


Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el sexto domingo de Pascua. 25 de mayo de 2014. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com

























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