8 de octubre de 2014

“Por no ser fieles al Señor y dar frutos amargos, podemos ser despojados también de los dones recibidos”.



El texto del evangelio (Mt. 21, 33-46) que hemos proclamado, explica y aclara lo que afirma el profeta Isaías (5,1-7) en la primera lectura. La imagen de la viña refiere al pueblo elegido, el de la primera Alianza, tal como lo cantábamos en la antífona del salmo interleccional (79, 9.12-16.19-20) “la viña del Señor es su pueblo”, depositario de las promesas divinas.
En el Nuevo Testamento la viña del Señor es la Iglesia fundada por Cristo, que recibe el beneplácito divino ante la infidelidad de los primeros llamados, y que debe continuar en el tiempo con la obra de la gracia  divina. Con la elección de la Iglesia se cumple con lo expresado por Jesús en el evangelio, de modo “que el Reino de Dios les será quitado a ustedes, para ser entregado a un pueblo que le hará producir sus frutos”.
Percibimos por los textos bíblicos la pena profunda que brota del corazón de Dios, decepcionado por la ingratitud de los elegidos.
El amor divino queda patente en la descripción bíblica de los dones abundantes entregados, ya en Isaías, en el salmo, como en Mateo. 
Amor divino que esperaba una respuesta en la abundancia y en la dulzura de sus frutos, pero que sólo recibe amargura e infidelidad.
¡Tan sensibles nos sentimos al no recibir respuesta por los dones brindados a otros, cuando no somos capaces de responder a los dones divinos!
Es verdad que dada nuestra pequeñez, nunca podremos responder con grandeza a Dios como merece, pero por lo menos el dar de lo mejor de nosotros es una medida que se impone como agradecimiento.
En la historia de la humanidad aparece siempre la presencia del Creador que no regatea sus dones, mientras que por el contrario, los seres humanos mezquinamos nuestra fidelidad y reconocimiento ante lo recibido, que nos lleva a vivir  con el otro con medianía. 
A nosotros como a los del pueblo de la Antigua Alianza, nada nos viene bien en nuestra relación con Dios, disconformes y rebeldes de continuo, hacemos realidad aquellas palabras de “¿Con qué compararé a esta generación? Es semejante a los muchachos que se sientan en las plazas, que dan voces a los otros, y dicen: ``les tocamos la flauta, y no bailaron; entonamos cantos fúnebres, y no se lamentaron” (Matro  11, 16-18).
Fuimos creados para lo grande, pero el corazón cambiante nos orienta a la búsqueda de nuestros derechos, cuando al mismo tiempo descuidamos y no reconocemos los de Dios.
Las palabras  del Señor en el evangelio, son también para nosotros advertencia actual, ya que por falta de fidelidad al Señor y dar frutos amargos, podemos ser despojados también de los dones recibidos.
De allí la importancia de mirarnos también cada uno como viña del Señor, ya que no sólo la Iglesia debe responder como institución a tantos bienes recibidos, sino también nosotros hemos de examinarnos  por la falta de respuesta en las actitudes de cada día.
Es conveniente recordar el cúmulo de dones recibidos desde que nacimos hasta nuestros días, y qué frutos hemos entregado al Señor como respuesta, para advertir cuánta negligencia existe.
¡Cuántas veces hemos sido perdonados de nuestros pecados y hemos experimentado las bondades del Creador, mientras hemos sido remisos hasta de entregarle parte de nuestro tiempo!
El Señor nos fortalece en medio de las debilidades, nos abruma con su bondad, aunque no le respondamos con parecida generosidad.
Como las creaturas más perfectas de la creación –después de los ángeles-,  recibimos siempre las bondades de Dios, quien sigue esperando nuestra respuesta amorosa. A cambio, nosotros rechazamos a los profetas que nos entregan su Palabra, para seguir nuestros pareceres, o ir tras lo que nos encandila y seduce con falsas seguridades, como el pueblo de la Antigua Alianza.
¡Cuántas veces ponemos condiciones a nuestra fidelidad, aprobando lo que nos agrada y rechazando lo que creemos “vulnera” nuestros gustos y opciones de vida al margen del Creador!
¡Cuántas veces queremos excluir de nuestras vidas, como los viñadores homicidas hasta al mismo Cristo, para que no nos moleste con exigencias, pretendiendo apoderarnos de su viña para servirnos de ella, usando el mensaje mismo del evangelio según nuestros criterios!
También está allí la tentación más común, la de eliminar a Cristo de nuestra vida, para que no nos quite la “tranquilidad” que sólo busca lo que le place y apetece una felicidad pasajera y temporal.
No pocas veces pretendemos eliminar a Cristo de nuestra presencia y de la vida cotidiana, transformar su viña según nuestros gustos y criterios, dejándola inservible para que no puedan alojarse viñadores fieles que se sientan acogidos por la bondad divina y deseosos a su vez de trabajarla produciendo abundantes frutos de santidad y perfección.
Nuevamente, hoy, el Señor nos convoca a un encuentro más íntimo y personal con Él, y así lo  declara la antífona aleluiática (Jn. 15,16)
al recordar  sus palabras de vida: “Yo los elegí del mundo, para que vayan y den fruto, y ese fruto sea duradero”.
En ese mismo capítulo 15 del evangelio según san Juan, Jesús recuerda que es la Vid y nosotros los sarmientos, y que sólo tendremos vida si estamos unidos a Él, dando abundantes frutos; mientras que separados de la Vid, perdemos la savia vivificante de la gracia, nos secamos y somos quemados por  inútiles.
Queridos hermanos, pidamos al Señor que nuestra vida no esté destinada al fuego de la esterilidad, sino que nuestro caminar sea el de quien busca más y más la unión con Aquél que es fuente de vida y de fecundidad espiritual, para su gloria y el bien de los hermanos.
Corona todo esto el apóstol san Pablo (Fil. 4, 6-9), que nos presenta hoy caminos concretos para lograr  este estado de perfección cristiana, diciéndonos “todo lo que verdadero y noble, todo lo que es justo y puro, todo lo que es amable y digno de honra, todo lo que haya de virtuoso y merecedor de alabanza, debe ser el objeto de sus pensamientos. Pongan en práctica lo que han aprendido y recibido, lo que han visto y oído en mí, y el Dios de la paz estará con ustedes”.


Canónigo Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la Misa del domingo XXVII del tiempo Ordinario. Ciclo “A”. 05 de octubre de 2014. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com













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