16 de octubre de 2014

“Sabiendo que son muchos los llamados, pero pocos los elegidos, mantengamos firme la esperanza de encontrarnos con Jesús y perseverar en su amistad”

La idea central de los textos bíblicos de este domingo la encontramos en la afirmación final del evangelio (Mt. 22,1-14), el cual asegura con firmeza que “muchos son llamados, pero pocos son elegidos”. Esto podría hacernos pensar si acaso no hay una contradicción interna entre la providencia divina que llama a todos junto a sí y la no realización  concreta de este deseo divino. 
En efecto, en su bondad, Dios ha creado a los hombres de todos los tiempos para hacerlos partícipes de su misma vida divina, adornándolos para lograr esto, de incontables bienes y gracias espirituales. 
Precisamente Isaías corrobora esto al comparar con un banquete donde abundan ricas viandas y profunda alegría (Is. 25,6-10), el encuentro definitivo de Dios con todos los pueblos de la tierra en la montaña santa, siendo el deseo más profundo del Creador el que participemos de su misma grandeza. 
De allí la importancia de escuchar el llamado que Dios nos hace, y considerar hasta qué punto respondemos al mismo, ya que éste se presenta dramáticamente en el texto del evangelio.
En efecto, con una parábola, Jesús se dirige a los sumos sacerdotes y los fariseos y les dice de alguna manera que habiendo sido elegido el pueblo de Israel como depositario de las promesas divinas, no supo responder con una actitud de fe en la divinidad del Señor. 
Llamados a participar de las bodas del Hijo de Dios, es decir, de su desposorio con la humanidad que inaugura el Reino de los Cielos, la novedad de la persona misma de Jesús y de su enseñanza de vida, responden negativamente en primer lugar, y con violencia en la invitación posterior.
La insistencia sobre el rechazo del pueblo elegido, tal como lo venimos reflexionando en los últimos domingos, nos hace ver la desilusión de Dios ante la falta de entrega por parte de quienes recibieron abundantes dones de su misericordia, y no los supieron acrecentar con generosidad.
Ante esto se hace más apremiante el llamado a los paganos, buenos y malos, para que participen de la boda colmando la sala del banquete.
Es  en ese momento cuando se advierte que algún invitado no está ataviado con el traje de fiesta, carece de la gracia divina para el encuentro entre Dios y el hombre, en el Reino de los nuevos desposorios. 
De allí que se explique el rechazo del Rey por quien no está vestido dignamente, ya que Él nos ofrece siempre la túnica de fiesta, la gracia, y quien libremente rechaza ese don divino, a pesar de la bondad del Padre, no puede permanecer en la fiesta porque “muchos son llamados, pero pocos son elegidos”, al ser escasas las respuestas a tanto amor ofrecido.
Dios siempre interpela la libertad humana convocando a la amistad con Él, pero dejando siempre a salvo la libre respuesta del hombre ya sea por el sí, ya por el rechazo, haciéndose cada uno responsable de su elección.
Hay quienes están demasiado ocupados en sus negocios, en su campo, sus empresas, sus proyectos de vida, el poder, prescindiendo de su Creador, o por  el contrario también nos encontramos con personas que han puesto su mirada y entrega en primer lugar en Dios y desde esa vida nueva dan sentido a sus tareas temporales, sin dejarse atrapar por ellas, sirviendo a sus hermanos.
El banquete de bodas  significa también el encuentro del creyente con su Señor, en el domingo,  la Pascua semanal, convocados por el Padre.
Precisamente los que estamos en esta Misa lo hacemos porque nos sentimos invitados a las bodas de Cristo con su pueblo, ya que en cada consagración viene a renovar el sacrificio de la Cruz, por el cual, ya desposado con la humanidad por la Encarnación, muere por muchos y cada uno de nosotros. 
La Misa es, pues, actualización del misterio de nuestra salvación, por la que recibimos la vida en abundancia, que nos nutre en el caminar terrenal, nos ayuda a vencer las dificultades de la vida, nos  fortalece en medio de las persecuciones de este mundo seguros de los consuelos de Dios, y anticipando con nuestra vida de fe el banquete final de los elegidos.
San Pablo en la segunda lectura (Fil. 4, 12-14.19-20) afirma que “Yo sé vivir tanto en las privaciones como en la abundancia; estoy hecho absolutamente a todo, a la saciedad como al hambre, a tener de sobra como a no tener nada” siendo el fundamento de esta vivencia el “Yo lo puedo todo en Aquél que me conforta”, realidad esta que le hace exclamar al apóstol en otra oportunidad que nada ni nadie lo separará del amor de Cristo. 
Y esto se convierte en realidad constante porque ha descubierto como clave de su vida la unión con Jesús, y el crecimiento de esta amistad le hace percibir el amor del Padre que se derrama con abundancia en su corazón, llamándolo siempre a las bodas del Hijo en el banquete universal del que habla el profeta Isaías.
En el día de hoy celebramos el domingo de las misiones, haciendo hincapié en el carácter evangelizador de la Iglesia que se percibe enviada a todos los pueblos de la tierra para convocarlos al banquete final del Reino, ya que esa es la voluntad salvífica del Padre, pero invitados previamente a que nos acerquemos a las bodas del Hijo hecho hombre, presente entre nosotros en nuestros días por medio de la Iglesia, conscientes que  al hacer este llamado universal hemos de manifestar también la alegría profunda que vivimos en el encuentro personal con Jesús, para así contagiar a todos con esta maravillosa vida de hijos de Dios.
Pidamos al Señor la gracia de la fidelidad a la vocación recibida en el bautismo, suplicando que nunca perdamos el fervor de hacerlo presente en el mundo, a pesar de las dificultades y confusiones de cada momento histórico.


Canónigo Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la Misa del domingo XXVIII del tiempo Ordinario. Ciclo “A”. 12 de octubre de 2014. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com






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