31 de octubre de 2014

“Hagamos atrayente el mensaje del Evangelio viviendo en plenitud el amor a Dios y a los hermanos”


Los apóstoles, cuando fueron enviados por Jesús  al mundo entonces conocido, para transmitir el evangelio recibido, se hicieron presentes en medio de las gentes de distintos pueblos, diversas culturas, idiomas, religiones y costumbres. 
Es notable cómo la prédica del mensaje de salvación decide a muchos judíos y paganos a abrazar el nuevo estilo de vida que se les muestra, realidad ésta, que hace exclamar a san Pablo “Ya saben cómo procedimos cuando estuvimos allí al servicio de ustedes. Y ustedes, a su vez, imitaron nuestro ejemplo y el del Señor, recibiendo la Palabra en medio de muchas dificultades, con la alegría que da el Espíritu Santo” (I Tes. 1, 5c-10). 
Va mostrando san Pablo su amor vinculante con Dios, el Señor de todos, prolongando esto en el amor al prójimo, captando de esta manera  quienes reciben el mensaje salvador de Jesús, la transformación que se había realizado en su vida, sintiéndose al mismo tiempo convocados a seguir sus pasos  tomando como modelo al Señor y no al mundo.
Los primeros creyentes no sólo se veían atraídos por el mensaje del evangelio sino por la vida de los apóstoles, coherentes con lo que enseñaban. 
Y así, por ejemplo, los cristianos de Tesalónica,  continúan a su vez, la misión evangelizadora, de modo que muchos se convertían de los falsos ídolos para seguir al Dios vivo, como lo habían hecho ellos mismos.
Si miramos alrededor nuestro en la actualidad, caemos en la cuenta que tanto el amor a Dios como al prójimo están en crisis. En relación con el prójimo, es algo común el crimen, la violencia, el consumo de drogas, la prostitución, el alcoholismo, la ira, el espíritu de venganza, el deseo desenfrenado de poder y dinero a costa de perjudicar a los demás. 
¡Cuántos bautizados piensan a diario en las distintas formas de hacer el mal!   
¡Cuántos bautizados se dejan llevar por la envidia, la crítica, la calumnia, el odio, utilizando a los demás como meros instrumentos para su felicidad! 
La decadencia en la vivencia del amor al prójimo en nuestra sociedad no es más que una muestra de que está también en crisis el amor a Dios, que es su fundamento. Es decir, que Dios no ocupa el primer lugar en el corazón del hombre ya que molesta y, se busca desplazarlo del corazón humano y de la sociedad para que no interfiera en el deseo humano de hacer su propia voluntad y no la de Dios, al que rechaza cada vez  más.
En el evangelio de hoy (Mt,  22, 34-40) Jesús nos convoca a retornar a las fuentes que dan sentido a la vida humana: el amor a Dios del que esperamos participar en plenitud algún día y el amor al prójimo que es su camino obligado. 
Se nos ofrece en este domingo una oportunidad para analizar cómo vivimos el amor a Dios, cómo profundizamos en el mismo, si es realmente lo más importante para nosotros. ¿Trato de agradar a Dios cada día o me busco a mi mismo? ¿Resulta ser el Señor el más importante en nuestra vida? Si es así, nuestro caminar temporal cambia radicalmente ya que lo haremos bajo su mirada y con el deseo de agradarle en todo momento, y transformados por su amor amaremos a nuestros hermanos, como hijos todos de un Padre común.
Para vivir este amor nuevo que se nos regala, habrá que deponer odios, olvidar ofensas, rezar por los enemigos, y encontraremos paz y alegría.
Hermanos: vivamos cada día mejor nuestro amor a Dios, prolongándolo en actitudes nuevas para con el prójimo. De esa  manera, como los apóstoles en los orígenes de la Iglesia, comunicaremos al mundo una forma nueva de vivir, tan atractiva como en los comienzos de nuestra fe, logrando nuevas conversiones para la gloria de Dios y aumento de redimidos.




Canónigo Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la Misa del domingo XXX del tiempo Ordinario. Ciclo “A”. 26 de octubre de 2014. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com











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