Con la fiesta del bautismo de Jesús, concluimos el tiempo litúrgico de
Navidad, que se ha caracterizado por destacar las distintas epifanías o
manifestaciones del Señor.
Y así, el día de Navidad destacaba la epifanía de la humanidad de Cristo
en la debilidad de la carne humana, sabiendo que se trataba del ingreso del
Hijo de Dios a la historia humana. En la fiesta de la Sagrada Familia conocimos
lo que significa la presencia de Jesús en la familia cristiana, convocada para
colaborar en la grandeza de cada persona que nace.
Posteriormente, la fiesta de la Maternidad de María nos mostraba la
epifanía de Jesús al pueblo elegido representado por los pastores, destacando
su nacimiento de Madre Virgen.
La fiesta de la Epifanía recordaba la manifestación del Mesías a los
pueblos de la gentilidad, representados por los sabios venidos de Oriente,
mientras el segundo domingo de Navidad colocaba el acento en la epifanía de la
divinidad de Cristo, preexistente a la creación del mundo, fundamento de
nuestra filiación adoptiva del Padre.
En la fiesta que hoy celebramos se da un giro muy particular, ya que
destaca la epifanía del Padre que da testimonio de que Jesús es su Hijo
cumpliéndose lo que dice san Juan en la segunda lectura del día “Dios ha dado testimonio de su Hijo” (I
Jn.5, 1-9).
En efecto, en el bautismo de Jesús en el Jordán, la voz del Padre
testimonia que quien recibe el bautizo
de conversión es su Hijo, no porque necesitara de purificación alguna, sino
para manifestar que es la carne humana la que ha de ser lavada por el agua y el
Espíritu, alcanzando su eficacia por la muerte y resurrección del Señor.
En el bautismo del Jordán se nos confirma a qué grandeza somos llamados,
la de hijos adoptivos del Padre, orientados a la vida eterna.
En el texto del profeta Isaías (55, 1-11) se nos reclama que no
malgastemos dinero, es decir, esfuerzos, en lo que no es importante, sino que
prestemos atención a la palabra de Dios, viviendo de acuerdo a ella, buscando “al Señor mientras se deja encontrar”, llamándolo “mientras está cerca”, todo un camino
nuevo en el que a pesar de nuestra debilidad y pecado, somos invitados a la conversión: “que el malvado abandone sus caminos, el
hombre perverso sus pensamientos, que vuelva al Señor y Él tendrá compasión”.
Dios mismo, por su palabra, nos invita a caer en la cuenta que “los pensamientos de ustedes no son los
míos, ni los caminos de ustedes son mis caminos”, y que sobresalen siempre
los pensamientos y caminos de Dios, Creador Nuestro.
¡Cuántas veces sabemos que nuestros pensamientos no son los de Dios, y
que nuestros caminos no son los suyos, y sin embargo no nos convertimos! ¡Qué
tentados estamos de seguir nuestras impresiones, deseos, gustos, pareceres, aún
sabiendo que no coinciden con nuestra realidad más profunda de hijos adoptivos
de Dios!
Sería muy oportuno reflexionar y preguntarnos si vivimos bajo el influjo
de Jesús y su Palabra divina, o si por el contrario preferimos seguir en
nuestra vida cotidiana los criterios, pensamientos y caminos mundanos que la
cultura relativista de nuestro tiempo pretende inculcarnos con falsas razones
para que nos apartemos del seguimiento de Jesús.
De hecho, en la práctica, no pocas veces fabricamos una religión a
nuestra imagen y semejanza, o aceptamos de Cristo sólo lo que agrada o coincide
con nuestros pensamientos y caminos, dejándolo de lado cuando su enseñanza golpea
nuestro espíritu mundano.
Pienso que se nos presenta con la fiesta que celebramos, una ocasión
para reflexionar nuestra respuesta leal
a la Verdad que es Él.
Isaías nos dice que la Palabra de Dios no retorna a su autor sin haber
dado fruto, claro está, si damos nuestra respuesta de fidelidad.
En este aspecto, la palabra del Padre “este es mi Hijo muy querido” (Mc. 1, 7-11), se repite cada vez que es
bautizada una persona, ya que ella resulta ser polo de atracción para las
preferencias del Padre.
Por lo tanto, ser predilectos de Dios es la vocación a la que hemos sido
llamados, de allí la necesidad de no dejar de serlo por medio de nuestras
palabras y obras, sin tener miedo a las dificultades que nos presenta el espíritu
del mal para apartarnos del salvador y de la dignidad con que fuimos
revestidos.
¡Busquemos los caminos que nos ofrece Dios para ser dignos hijos suyos!
Descubramos que una vía especial para vivir la filiación divina es el cumplimiento de los mandamientos, como nos aclara
el apóstol san Juan en la segunda lectura del día, ya que sólo el amor nos hace
responder a la abundancia de dones recibidos en nuestra vida.
En los mandamientos encontramos la senda segura para mantenernos fieles
a la verdad y al amor que provienen del Creador.
Oremos con confianza pidiendo de la bondad divina la gracia para vivir
en este mundo con la alegría que nace del encuentro con el Salvador.
Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la
parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía
en la Fiesta del Bautismo del Señor. 11 de enero de 2015. ribamazza@gmail.com;
http://ricardomazza.blogspot.com.
No hay comentarios:
Publicar un comentario