3 de enero de 2015

“En la maternidad de María celebramos la generación de Cristo, origen del pueblo cristiano, ya que el nacimiento de la cabeza incluye en sí el nacimiento de todo el cuerpo”.


Bajo la protección de María Santísima, y dentro de la octava de Navidad, la liturgia nos lleva hoy a contemplar especialmente a la Madre de Jesús, pensando inmediatamente en las bendiciones que el Altísimo quiere derramar sobre cada uno de nosotros, sobre nuestras familias y la sociedad toda a lo largo del Año Nuevo que iniciamos, plenos de la alegría que brota de la contemplación de la Natividad del Dios hecho hombre.
Precisamente la primera lectura (Núm. 6, 22-27) que proclamamos, nos recuerda la bendición divina recibida por el pueblo de Israel al comienzo del año, y que se continúa en nuestros días. Su fórmula expresa que “el Señor te bendiga y te proteja, haga brillar su rostro sobre ti”. 
¡Qué súplica tan atinada, ya que recibiendo el brillo del rostro divino, podemos mostrarlo a los demás, y hacerlo presente en la creación toda! 
Además, si el rostro divino brilla sobre nosotros, compromete a vivir siempre ante la presencia de Dios como Padre que mira a sus hijos, ya que como se afirma el apóstol (Gál. 4, 4-7), por la venida de Cristo y por la acción del Espíritu recibido, podemos llamar a Dios “Abbá”, “Padre”.
Al llamarlo “Padre”, estamos confesando también nuestra certeza de ser sus hijos por adopción, precisamente por la llegada de Jesús a nuestras vidas.
Esta bendición que señala el libro de los Números, se prolonga en la recepción continua de la gracia de lo Alto, siendo por ello nuestra vida “graciosa”, es decir agradable a Dios, si vivimos en comunión con Él.
Confirma esta bendición recibida, el mismo san Juan (3,16 y 17), cuando expresa que “de tal manera amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo aquel que cree en El, no se pierda, mas tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por El”.…, lo cual nos compromete a responder siempre al amor recibido.
El apóstol san Pablo (Gál. 4, 4-7), en el texto proclamado, recuerda que Jesús en cuanto hombre nace de una mujer, destacando no sólo la persona privilegiada de María Santísima, sino también reconociendo de un modo especial la dignidad de toda mujer en cuanto a la vocación a la maternidad que le es propia, siendo su presencia importante en el plan de salvación.
En efecto, si por una mujer –Eva- entró el pecado en el mundo, por una mujer –María- llegó a nosotros el autor de la gracia. 
Igualmente, a lo largo de historia de la Salvación, toda mujer está llamada a colaborar con la Providencia divina, ya que trayendo al mundo a sus hijos marcados por el pecado, es convocada a hacer partícipes de la vida divina a esos hijos, por medio del sacramento del bautismo, recibido en el seno de “otra mujer”, la Iglesia.
De todo esto se desprende que cuanto más una mujer se parece a María, Madre de Dios y Madre nuestra, beneficia no sólo a su persona, sino también a su familia y a aquellos que ha traído al mundo, ya que se ha abierto a la acción divina y, colaborado con su maternidad recibida, aceptada y ofrecida, al proyecto divino.
María Santísima, nos dice el evangelio, está con el Niño recién nacido (Lc. 2, 16-21), recibiendo a los pastores que fueron a adorarlo y a contar gozosamente las maravillas que se decían del pequeño en pañales. Ante esto, María, la mujer por excelencia, “conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón”, sin saber a ciencia cierta  qué conservaba y meditaba en su corazón. Seguramente recordaba que fue su consentimiento al anuncio recibido del ángel lo que hizo posible el nacimiento en carne humana para el mundo, del Hijo de Dios.
El papa san León Magno en un sermón de Navidad nos da quizás una pista de cuáles eran los pensamientos de María, ya que “la fiesta de la Natividad renueva para nosotros los comienzos sagrados de la vida de Jesús, nacido de la Virgen María; y, al adorar el nacimiento de nuestro Salvador, se nos invita a celebrar también nuestro propio nacimiento como cristianos. La generación de Cristo, en efecto, es el origen del pueblo cristiano, ya que el nacimiento de la cabeza incluye en sí el nacimiento de todo el cuerpo”. 
Más aún, continúa afirmando “Aunque cada uno de los que llama el Señor a formar parte de su pueblo sea llamado en un tiempo determinado y aunque todos los hijos de la Iglesia hayan sido llamados cada uno en días distintos, con todo, la totalidad de los fieles nacido en la fuente bautismal, ha nacido con Cristo en su nacimiento, del mismo modo que ha sido crucificado con Cristo en su pasión, ha sido resucitado en su resurrección y ha sido colocado a la derecha del Padre en su ascensión” (2-3.5; PL 54, 213-216).
Con estos pensamientos piadosos, queridos  hermanos, pidámosle a María Santísima al invocarla en este primer día del año, que nos proteja en todo su transcurso y, que nos ayude a descubrir  y profundizar más y más en el hecho de que somos hijos adoptivos de Dios, enseñándonos a ser coherentes con esta verdad de fe en medio de las vicisitudes que padecemos y de las decisiones que se nos requieran de continuo. 



Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la fiesta de María Madre de Dios. 01 de Enero  de 2015. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com.









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