9 de enero de 2015

“Engendrados por Dios en el tiempo, somos semejantes al Hijo que en su eternidad fue engendrado por el Padre”


En este tiempo litúrgico de Navidad contemplamos en Jesús su naturaleza humana. Nos hemos sentido movidos por su fragilidad y casi total desamparo en medio de la pobreza del lugar en el que nació, aún sabiendo que es el mismo Hijo de Dios, y por lo tanto revestido del poder divino.
Los textos bíblicos de este domingo, en cambio, nos introducen en la contemplación de la divinidad de Jesús. Se despliega la eternidad del Hijo, consustancial al Padre y al Espíritu Santo, es decir, su preexistencia antes de la creación del mundo.
En la primera lectura lo contemplamos como la sabiduría de Dios (Eclo. 24, 2-2.8-12), y el Evangelio lo descubre como la Palabra Eterna (Jn. 11, 1-18) que devela el misterio divino, de allí que contemplar a Jesús incluye el conocer al mismo Dios en su esencia, aunque de un modo limitado como es el humano, “el que me ve a mí, ve al Padre” (Jn. 14, 9-10).
La Palabra, que es el Hijo, es preexistente al mundo, pero está también presente en la creación, ya que como recuerda el libro del Génesis “y Dios dijo….”, existen a partir de ella todas las creaturas al servicio del hombre. 
Pero también, la Palabra viene como luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo, destacando el llamado universal a la salvación, aunque no todos se hacen acreedores  de ella al no responder al amor divino ya que “la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la percibieron” en referencia a quienes viven lejos de Dios por el pecado, ya que las tinieblas fueron separadas de la luz al comienzo del mundo. 
Pero en aquél que recibe al Hijo de Dios se cumplen las palabras de  que “a todos los que la recibieron, a los que creen en su Nombre, les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios. Ellos no nacieron de la sangre, ni por obra de la carne, ni de la voluntad del hombre, sino que fueron engendrados por Dios”
Al ser engendrados por Dios, en la temporalidad de la humanidad, de alguna manera nos hacemos semejantes al Hijo, hecho carne, que en su eternidad fue engendrado por Dios; pero mientras Él es engendrado como el Unigénito, nosotros lo somos como hijos adoptivos, partícipes de la misma vida divina.
Esta manifestación y despliegue de la divinidad del Hijo Palabra, nos toca muy de cerca a nosotros, ya que se manifiesta qué es el ser humano, y el fin para el cual fue creado cada uno de nosotros.
Recordando estas verdades, san Pablo (Ef. 1, 3-6. 15-18), afirma hoy que Dios “nos ha bendecido en Cristo con toda clase de bienes espirituales en el cielo, y nos ha elegido en Él, antes de la creación del mundo, para que fuéramos santos e irreprochables en su presencia por el amor”. 
Es decir, que mientras desde toda la eternidad Dios decide enviarnos a su Hijo en la debilidad de la carne humana, al mismo tiempo, por ese ingreso en el mundo temporal, somos elegidos para vivir santamente, siendo  coherentes con la dignidad de la que somos investidos.
Todo lo que nos ofrece el nacimiento de Jesús y lo que significa para la humanidad, nos debe llevar a profundizar sobre cuán importante es cada persona en la presencia de Dios, pues, creados como los seres más perfectos, se nos interpela para que sigamos siéndolo en el decurso del tiempo.
La meditación constante de la grandeza que nos es propia, nos debe ayudar a buscar cada día imitar más al Verbo Encarnado, que con su nacimiento ha enaltecido nuestro ser humano. Nos impulsa a ser nosotros mismos, o sea, según nuestra dignidad, lejos de las tinieblas, buscadores siempre de la verdad que nos hace grandes en el misterio de la Encarnación y nacimiento del salvador.
Hermanos: vayamos al encuentro de Jesús, pidámosle que nos ayude a penetrar  más sobre lo que significa su venida a nosotros y ahondar al mismo tiempo sobre nuestra vocación sublime de hijos adoptivos.
Invoquemos también la protección de María Santísima, para que como ella, seamos siempre generosos en nuestra respuesta personal al Dios que se nos manifiesta en la debilidad de la carne.




Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el II° domingo de Navidad. 04 de enero  de 2015. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com.













No hay comentarios: