27 de febrero de 2015

“Jesús, triunfando sobre el demonio con la Sagrada Escritura y la decisión firme de servir al Padre, nos enseña y alienta a realizar lo mismo”.

Por el pecado de los orígenes, el ser humano queda herido en su interior y, dividido  en relación con las demás creaturas, necesita en medio de su fragilidad, ser rescatado y restituido en su primigenia dignidad como imagen y semejanza de Dios, para lo cual se le promete un Salvador.
El libro del génesis (9, 8-15) narra con crudeza cómo la maldad se expande en el mundo, anticipando con el asesinato de Abel la suerte que correrán los justos en este estado de cosas. El Creador llega a arrepentirse de haber creado al hombre como su creatura predilecta, especificando con el diluvio universal no sólo la reprobación de la maldad, sino también la vigencia de la esperanza en un estado nuevo con la purificación de la humanidad por medio del agua, anticipo de la realidad nueva que se suscita en el corazón humano por el bautismo y el Espíritu. 
Se realiza con el hombre, después del diluvio, una nueva Alianza, en la que Dios no le reclama nada, quizás previendo sus futuras infidelidades, fundado únicamente en su omnipotencia y misericordia, pero esperando sin embargo, una vez más, la fidelidad humana como respuesta a los dones de bondad otorgados
Concorde con esto, la Iglesia, en este tiempo litúrgico de cuaresma que evoca el caminar en el desierto del pueblo elegido durante  cuarenta años  y los cuarenta días de Jesús en el desierto, nos invita a la penitencia para alcanzar la conversión, fruto de la gracia divina y de la respuesta humana.
El ayuno, la oración y la limosna, presentados en la liturgia del miércoles de ceniza, son los medios aptos para esta transformación, ya que son los que utilizó Jesús ante las tentaciones del maligno para vencerlo y enseñarnos a hacer lo mismo confiando en el poder divino. 
El ayuno del consumismo de bienes perecederos, nos hace hambrientos, no del “pan”  de las cosas, sino de la voluntad de Dios que se nos manifiesta en la persona y palabra de Jesús, prometedor de la gloria  a quienes sean fieles. 
La limosna o el desprendimiento de riquezas y poder, nos vuelve deseosos de acumular los verdaderos bienes que la polilla no consume.
La oración, por último, nos permite manifestar que sólo a Dios hemos de adorar y rendir culto, reconociendo así su omnipotencia, y no a los dioses, simulacros de la divinidad, que nos presenta engañosamente el maligno.
Todo esto ayuda al creyente a alcanzar el objetivo de la cuaresma que consiste en progresar  “en el conocimiento del misterio de Cristo” para vivir en conformidad con él, tal como pedíamos al principio de la misa, alcanzando así a develar el misterio del hombre mismo.
De esta manera, para llegar a conocer el fin del hombre en este mundo y su actuar cotidiano, hemos de ingresar en el misterio de Cristo Salvador, descubriendo que la vida nueva del Cristo resucitado es un anticipo de la nueva vida que se nos ofrece a cada uno. 
En este caminar hacia el encuentro con Cristo, tropezaremos con muchos obstáculos, ya que el demonio no nos da tregua, buscando en la destrucción del hombre manifestar su odio al Creador a quien no quiso servir, rechazando  en particular al Hijo que asume la naturaleza humana, inferior a la angélica, no reteniendo la dignidad divina como señala san Pablo (cf. Fil. 2, 6-8)
El texto del evangelio (Mc. 1, 12-15) nos muestra a Jesús después de su bautismo y antes de comenzar el anuncio de la Buena Nueva, sometido por voluntad propia a las insidias del demonio, en el desierto, lugar del encuentro con Dios pero también de las tentaciones, enseñándonos a vencerlo.
Precisamente el texto proclamado, al afirmar que Jesús vivía “entre las fieras” y servido por los ángeles, evoca el estado paradisíaco de los primeros padres antes del pecado de los orígenes, asegurando de ese modo que idéntica armonía interior podemos alcanzar nosotros con Dios y nosotros mismos, toda vez que venzamos al maligno que nos acecha. 
Jesús triunfando sobre el demonio con la Sagrada Escritura  y  la decisión firme de que no se menoscabe el nombre Santo del Padre, nos enseña a realizar otro tanto a lo largo de la vida, iluminando nuestro caminar humano con la Palabra revelada, y fortaleciéndolo con la firmeza de buscar siempre la voluntad del Padre antes que caer en la traición del pecado, fundados al mismo tiempo en la gracia divina que nos lleva, débiles creaturas, al bien.
El apóstol san Pedro (I Pt. 3, 18—22) escribiendo a una comunidad con dificultades de persecución, la exhorta a perseverar en el bien recurriendo precisamente al hecho del misterio de la Cruz, cima de la victoria sobre el demonio, anticipo de la nuestra: “Cristo padeció una vez por los pecados –el justo por los injustos- para que, entregado a la muerte en su carne y vivificado en el Espíritu, los llevara a ustedes a Dios”.
Y continúa afirmando que Cristo acudió a rescatar a los espíritus prisioneros y a los que se resisten a creer por medio del anuncio de la Buena Nueva caracterizado como destaca el evangelio, en la conversión y en la fe.
A nosotros, renovados por el bautismo, por el que como en el diluvio universal fuimos purificados, se nos invita una vez más a renovar la alianza con el Señor por medio de la conversión sincera de nuestras vidas, con el compromiso de llevar la alegría de la Buena Noticia del Reino.
Para alcanzar esta meta en el período cuaresmal, necesitamos progresar en el conocimiento del misterio de Cristo y prolongarlo en la existencia cotidiana como cristianos transformados por las bendiciones de lo Alto.

Padre Ricardo B. Mazza. Párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz,  Argentina. Homilía en el primer domingo de Cuaresma, ciclo “B”. 22 de febrero de 2015.- http://ricardomazza.blogspot.com; ribamazza@gmail.com.- 

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