6 de marzo de 2015

“Escuchando al Hijo de Dios, y no otras voces, conozcamos lo que ennoblece la vida cristiana y conduce a la plenitud”.

Quizás muchas veces nos preguntamos el por qué el martirio del Señor tiene que ser el medio para rescatar al hombre del pecado y de la muerte eterna.
En el libro del Génesis (22,1-2.9-13.15-18) hemos escuchado la referencia al sacrificio de Isaac, solicitado por Dios a su padre Abraham, sin que éste se admirara por lo pedido, y acatara obedientemente.
Para entender esto hemos de recordar que en la mentalidad semítica estaban admitidos los sacrificios humanos, especialmente del primogénito, como culto ofrecido a la divinidad, y que la misma Biblia documenta que también el pueblo elegido los practicaba como costumbre tomada de pueblos vecinos. 
La acción del ángel enviado a Abraham para evitar el sacrificio, manifiesta la voluntad divina contraria a esos sacrificios. De hecho antes de entrar en la tierra prometida, el pueblo elegido recibe la prohibición de seguir con esa costumbre diabólica, bajo pena de grandes castigos.
En realidad, para Dios, el único sacrificio agradable es el de su propio Hijo hecho hombre, por quien el hombre se vería beneficiado con abundantes bendiciones, como lo fuera en su momento con Abraham por haber manifestado absoluta obediencia, aunque con ello se frustrara, de cumplirse, la misma promesa de una gran descendencia.
Aunque la muerte en cruz es signo de maldición y rechazo para la cultura de aquellos tiempos, será desde la fe, fuente de una nueva vida para el creyente, ya que es fruto del designo amoroso de Dios como lo señala el apóstol (Rom. 8, 31b-34) “El que no escatimó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿no nos concederá con Él toda  clase de favores?”
Este amor de Dios para con la humanidad hace patente lo que afirma también el apóstol: “Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?”
Esto nos hace descubrir ciertamente cuánto ama Dios a la humanidad y cuánto espera que en reciprocidad de amor le respondamos con todo nuestro corazón.
Dios busca conmovernos haciendo presente cuánto ha hecho por nosotros, especialmente  al entregar a la muerte a su propio Hijo hecho hombre, quien derramó su sangre para purificarnos de todo pecado.
Reflexionamos el domingo pasado acerca de la necesidad de entrar en el misterio de Cristo, descubrir sus sentimientos, para que cayendo en la cuenta de cuánto valemos nosotros ante la mirada divina, sepamos responderle con generosidad a lo largo de nuestra vida.
Hemos sido creados para participar de la misma vida divina, por eso cuando el Señor se transfigura en el Monte Tabor (Mc. 9, 2-10), adelanta ante quienes lo acompañan, la experiencia de la gloria que se nos promete, de manera que sepamos superar las cruces de esta vida, habiendo tocado la felicidad que supone la meta a alcanzar y a la que nos dirigimos.
¡Qué noble sería el afirmar como Pedro lo bien que estamos al compartir la misma vida de Jesús, en  el contemplar su rostro en la oración, en el obrar a cada instante según la óptica del evangelio, Nueva Noticia para todos!
Nuestra vida será totalmente diferente si percibimos la grandeza que implica el vivir siempre en unión con Cristo, libres así de toda confusión y tiniebla.
Corroborando todo esto, el Padre del cielo nos dice “Este es mi Hijo muy querido, escúchenlo”, para así conocer lo que ennoblece la vida cristiana, sin que nos distraigamos escuchando otras voces que no nos llevan a la plenitud.
En la primera oración de esta misa pedíamos al Padre que nos manda escuchar a su Hijo, que alimente nuestro espíritu con su palabra, para que  purificada nuestra mirada interior, podamos contemplar con gozo la gloria de su rostro.
Tarea nuestra será siempre, por tanto, estar atentos a la palabra que da vida, que otorga sentido a nuestro existir, que despeja toda duda por medio de la verdad, y desde esta experiencia descubrir cómo han de ser nuestra existencia cotidiana, las relaciones con los demás, el uso de los bienes que se nos otorgan.
¡Cuántas veces nos preocupamos únicamente por los acontecimientos pasajeros de nuestro existir y descuidamos el profundizar más en el corazón de Cristo donde se encuentra  respuesta a las inquietudes que no nos confieren la paz!
Este tiempo de cuaresma nos invita a colocar nuestra vida junto al misterio de Cristo, para conocernos más a nosotros mismos desde Él.
Queridos hermanos, pongámonos en camino, siempre adelante en el proceso de conversión, siempre hacia el encuentro personal con el Señor para seguir sus pasos, imitar su vida, para llegar desde el misterio de la cruz, a la gloria que se nos comunica anticipadamente en el monte de la Transfiguración.



Padre Ricardo B. Mazza. Párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz,  Argentina. Homilía en el segundo domingo de Cuaresma, ciclo “B”. 01 de marzo de 2015.- http://ricardomazza.blogspot.com; ribamazza@gmail.com.- 





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