8 de abril de 2015

“Ingresemos al misterio del resucitado para confesarlo cada día con nuestra vida”

Durante estos días de la pasión y muerte del Señor, hemos podido entrar en el misterio profundo del amor de Jesús para con la humanidad, que lo condujo a sufrir lo indecible para restaurar en nosotros la vida de la gracia, perdida por el pecado de los orígenes, y agravada por los pecados que se han acumulado en el transcurso de la historia humana, impidiendo la comunión plena con el Creador. 
Hoy, al celebrar la resurrección del Señor, el triunfo sobre el pecado y la muerte eterna, se nos invita a ingresar  en el misterio del resucitado, que asegura a su vez la recreación interior, por la comunicación de la nueva vida de la gracia.
Aprovechemos ahora para ingresar con Pedro y Juan (Jn. 20, 1-9) al sepulcro, quienes vieron y creyeron. La tumba estaba vacía, por lo que “ver y creer” es penetrar el misterio de Cristo resucitado. Misterio del resucitado que nos abruma por el peso del amor que Dios nos tiene. 
Él ha vencido la muerte propia y la que sufrimos nosotros, ya que aunque estemos sujetos todavía a ella, no tiene ya poder sobre nosotros, al participar de la misma suerte del resucitado.
Al respecto, la primera oración de esta misa, asegura que por la resurrección de Cristo se nos abren las puertas de la eternidad, y al celebrar la resurrección del Señor, alcanzamos la luz de la vida eterna por la acción renovadora de su Espíritu.
Esta acción renovadora del Espíritu es caracterizada por el  apóstol san Pablo (Col. 3, 1-4) cuando dice, “que ya que hemos resucitado con Cristo hemos de buscar los bienes del cielo, donde Cristo está a la derecha de Dios”, más aún, continúa aconsejando, “tengan el pensamiento puesto en las cosas celestiales y no en las de la tierra porque ustedes están muertos y su vida está escondida en Cristo”.
¡Qué hermosa afirmación  e interpelación que llega a nuestro corazón! Si hemos resucitado con Cristo, y somos ya nuevas creaturas, estamos llamados a no dejarnos atrapar por los bienes caducos que pasan.
Siempre la tentación del ser humano ha sido el dejarse encandilar por  lo pasajero y olvidarse de lo eterno. Y así, mientras se entretiene en aquello que hoy es y mañana ya no existe, pierde de vista la existencia que no tiene fin en la unión y presencia del resucitado.
La persona humana no fue creada para lo temporal y para culminar su existencia en este mundo, sino para la eternidad, aunque pasando primero por la frágil existencia de la carne que debe ser siempre mirada  desde los bienes eternos, que dejan al desnudo su precariedad.
Aunque la existencia del hombre en este mundo se ha de vivir con profundidad,  ha de ser contemplada desde la eternidad que nos espera, y lo temporal prepara.
Al ir al encuentro del goce de los bienes eternos, el hombre realiza su compromiso con el presente, pero sin que éste le esclavice y le haga olvidar lo que realmente importa para quien ha sido recreado por la resurrección de Jesús.
El sacramento del bautismo por el que hemos muerto con Cristo al pecado y renacido a la vida nueva de la gratuidad divina que se nos ofrece, nos brinda el fundamento para hacer realidad cada día la vocación a la gloria a la que se nos convoca.
Hermanos: ingresemos confiadamente al misterio de la resurrección de Cristo, confesándolo con firmeza no sólo con las palabras, sino con las obras que prolongan diariamente aquello que conocemos por la luz de la fe.

Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el  Domingo de Pascua. Ciclo “B”. 05 de abril de 2015. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com


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