1 de abril de 2015

“La opción del cristiano: o el seguimiento de Cristo en la humildad y servicio, o el culto del egoísmo autosuficiente del hombre”

Con su entrada a Jerusalén, Jesús comienza sus días de pasión, muerte y resurrección. También nosotros iniciamos hoy este camino de dolor en el que hemos de actualizar y profundizar los misterios de  la salvación del hombre.
La  oración primera de esta misa, marca el sentido de la Semana Santa, al pedir al Padre que nos mostró el ejemplo de humildad de su Hijo hecho hombre en la Encarnación y Muerte en Cruz, nos conceda “recibir las enseñanzas de su Pasión, para poder participar un día de su gloriosa resurrección”.
La humildad de Cristo, por lo tanto, ha de ser el hilo conductor que nos permita penetrar más y más el misterio de la Pasión de quien se hizo uno de nosotros para que podamos participar de su vida divina.
Precisamente el profeta Isaías (50, 4-7) recuerda los sufrimientos y humillaciones sufridas por el Señor, mientras escuchamos el eco del canto de amargura del salmo (21) que nos repite “Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me has abandonado?”, recordando con san Pablo (Fil. 2, 6-11) que “Jesucristo, que era de condición divina, no consideró esta igualdad con Dios, como algo que debía guardar celosamente, al contrario, se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor y haciéndose semejante a los hombres”.
Más aún, Jesús “se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte y muerte de Cruz” dejándonos el legado a seguir, si queremos profundizar y vivir,  el mismo amor del Hijo de Dios por nosotros.
De allí la necesidad de rechazar y vencer la gran tentación que acecha al hombre desde los orígenes,  cual es la soberbia, que tantos estragos ha provocado en la humanidad en el decurso del tiempo, por medio de la imitación del Señor transitando el camino de la humildad.
Vivirá realmente la humildad el ser humano, toda vez que vuelva su mirada al comienzo del mundo para actualizar su condición creatural, sin pretender desplazar a Dios, sino más bien protegido por su gracia, recorrer el camino de la filiación divina que se prolonga en el respeto y amor a  sus hermanos.
A lo largo de la historia posterior a la muerte y resurrección del Señor, fueron muchos los bautizados que se distinguieron por seguir el ejemplo de humildad de Jesús, olvidándose de sí mismos, despojándose de toda soberbia para servir a los demás.
Padres ejemplares que comprendiendo su vocación educaron a sus hijos en el servicio del Señor; hombres y mujeres que en el martirio sufrieron tormentos atroces y derramaron su sangre por fidelidad a Cristo; bautizados que sirvieron a sus hermanos más pobres dedicando sus fortunas y su tiempo con generosidad; educadores que transmitieron con fortaleza la verdad del evangelio sufriendo no pocas veces desprecio y burlas; personas que dedicaron con afecto su tiempo y servicio por los enfermos y débiles de este mundo; sacerdotes y consagrados que sólo se movían por rescatar del demonio a sus prójimos más alejados; en fin, innumerables personas que imitando el despojo y olvido de sí que conocieron de Jesús, se gastaron y desgastaron realizando el bien mientras alababan a Dios.
Incluso en estos días, hay muchos bautizados desconocidos por nosotros, pero conocidos por Dios, que viven sólo haciendo el bien a todos, calladamente, sin pretender recompensa alguna.
Igualmente, y siguiendo a los mártires de otros siglos, ¡Cuántos son hoy asesinados a causa de la fe, sin que los poderosos de este mundo hagan algo para defender sus vidas, por dar fin a tantas matanzas!
¡Cuántos se esfuerzan por seguir los compromisos del bautismo, aunque les cueste sacrificios personales y desprecio ajenos!
Incluso, ¡cuántos caídos en el pecado vuelven a levantarse humildemente, asumiendo que poca cosa son, con el deseo de servir fielmente a Jesús!
Pero también existen los seguidores de la mundaneidad que no dudan en traicionar al Maestro como Judas, o de negarlo como Pedro, o que como Pilato pretenden prescindir de la verdad.
Los bautizados mundanos de hoy cambian la misa dominical, a la que renuncian, por rendir culto a la frivolidad, al disfrute de la vida, a todo aquello que los enajena más y más en las cosas pasajeras y vacías de nuestra cotidianeidad.
Hay quienes se obsesionan por el dinero y el poder, creyendo que ya se aseguran su vida futura con la posesión de estos espejismos, que alejan cada vez más de los verdaderos bienes.
¡Cuántos se preocupan sólo en sí mismos, en sus cosas, en sus proyectos, con olvido de las necesidades de los demás hijos de Dios!
¡Cuántos se engañan creyendo que pueden crear un mundo nuevo alejado de su Creador, poniendo como centro la soberbia de la vida!
¡Cuántos rechazan la existencia de un sentido y fin último de sus vidas, para ensalzar una supuesta y única felicidad en este mundo!
Estas situaciones y otras muchas que podríamos enumerar, crean un caos en la vida familiar, social, económica y política, y pretendiendo elevar al hombre a la cima de una grandeza engañosa, se hunden en  la sima de sus miserias. 
A cada momento de nuestra vida se nos plantean estas dos formas de vivir la existencia cotidiana, ya la del seguimiento de Cristo en la humildad y en el servicio, o en el engreimiento que cree que  cada uno sólo debe pensar en sí mismo y sus cosas, sirviéndose si es necesario hasta de sus mismos prójimos.
Queridos hermanos: Cristo quiere entrar en nuestras vidas por el ejemplo de su humildad. Aprovechemos estos días para reflexionar sobre el devenir de nuestra existencia con la decisión de continuar profundizando nuestra entrega  a Jesús, si así lo estamos haciendo, o a decidirnos por una sincera conversión para comenzar una existencia diferente, la de quienes se saben salvados.


 Padre Ricardo B. Mazza. Párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz,  Argentina. Homilía en el domingo de Ramos, ciclo “B”. 29 de marzo de 2015.- http://ricardomazza.blogspot.com; ribamazza@gmail.com.- 





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