24 de junio de 2015

”El que vive en Cristo es una nueva criatura: lo antiguo ha desaparecido, un ser nuevo se ha hecho presente”

En la antigüedad, el hombre atemorizado por la furia del mar azotado por el viento, llegaba a tener una actitud casi de veneración, como si se tratara de una divinidad indomable.
Sin embargo, la Palabra de Dios ilumina estos hechos dándoles nuevo sentido, mostrando que Dios es el Señor de todo en su carácter de Creador.
En el libro de Job (38,1.8-11), queda patente que es Dios quien pone límites a la bravura del mar, y en el texto del evangelio (Mc. 4, 35-41), es Jesús quien manifiesta su poder soberano calmando el viento y la furia del mar, enseñando a los apóstoles que toda criatura está sometida a la soberanía divina, verdad que no termina de ser asimilada por ellos que se preguntan admirados:“¿Quién es éste, que hasta el viento y el mar le obedecen?”.
En realidad, el hombre no está sujeto al capricho del orden creado, muchas veces desordenado por el obrar humano, sino que dependemos de la Providencia divina  aún cuando la naturaleza escape a nuestro dominio.
El libro de Job, refiere también a la presencia del mal y del malo en el mundo, significados por el mar embravecido, realidades misteriosas que no encuentran respuesta sino en Jesús, que  las somete y pone límites por medio de su muerte y resurrección,  rescatando al hombre de su poder, haciendo posible, si quiere, su liberación del pecado.
Expresa bellamente esto último san Pablo (2 Cor. 5,14-17) diciendo “Y Él murió por todos, a fin de que  los que viven no vivan más para sí mismos, sino para Aquél que murió y resucitó por ellos”.
¿Qué significa no vivir más para nosotros mismos? Se trata de una invitación a realizar en nuestras vidas el “éxodo”, salir de nosotros mismos, como los judíos salieron de Egipto, para encontrarnos con nuestro Dios.
O sea, no quedarnos ensimismados en los problemas, en situaciones personales o angustias, sino ir al Señor, confianza y seguridad nuestras. 
Quizás nos parezca que Jesús duerme en el cabezal de la popa en la barca de la vida cuando ésta es azotada por la fuerza de las dificultades humanas. Sin embargo, nos cuida particularmente cuando carecemos de toda seguridad humana, a pesar de haber confiado vanamente en ella, y nos dice como a los apóstoles, “¿Cómo no tienen fe?”. 
Al respecto, pareciera ser éste un reproche injusto ya que se han acercado, como lo hacemos nosotros, diciendo: “¿No te importa que nos ahoguemos?”
En realidad, esa pregunta no tenía la impronta de una profunda fe,  sino de la necesidad de salir de una situación desesperada.
En efecto, la verdadera actitud de fe en el Señor supone siempre la seguridad que nos da su sola presencia como roca firme, aunque parezca que todo se desploma a nuestro alrededor, porque si Él gobierna con su Providencia todo lo creado, ¿cómo no tendrá en cuenta la vida y necesidad de quien lo invoca?
Nosotros también estamos tentados no pocas veces a acudir a la ayuda de Dios cuando necesitamos salir de algún problema o los vientos soplan en nuestra vida, y las olas de las dificultades nos ahogan, para con facilidad dejar de orientarnos al Señor cuando la calma regresa a nuestra vida.
Sucede, en nuestro peregrinar calmado por este mundo, que especulamos con que podemos arreglarnos por nosotros mismos, sin necesidad del Creador, como los apóstoles no necesitaban de Jesús ante el mar en calma o cuando la pesca abundaba, pero regresamos a la súplica ante el regreso de las contrariedades, diciendo: “Señor, sálvanos que nos hundimos”.
La purificación de la mirada de fe se realiza precisamente cuanto más nos unimos a la Persona del Hijo de Dios vivo en cuanto tal, y nos hace vivenciar lo que afirma san Pablo, que “el amor de Cristo nos apremia”.
¿Realmente nos apremia el amor de Cristo?, o ¿más bien, son los cargos, el poder, el dinero, las influencias, el pasarla bien cada día, como vemos a diario en la sociedad?
Cuando el amor de Cristo nos apremia, ingresa Él en nuestra consideración, y también los hermanos que necesitan de nuestro testimonio, de la palabra revelada, del mensaje de salvación, de los gestos de comprensión.
Por eso hemos de preguntarnos si Cristo está presente en nuestras vidas, si está calando hondo en nuestro corazón.
Anoche, con los jóvenes de la parroquia, reflexionando sobre el documento del papa convocando el año de la misericordia, nos preguntábamos si en la sociedad y cultura actuales, la misericordia  urge en el corazón humano. 
Respondíamos que para que esto sea realidad es necesario tener conciencia del pecado en nuestra vida y, que se percibe el mismo, si responde a la verdad del ser y  obrar la unión con el Dios misericordioso.
Es decir, si no es lo más importante para el ser humano la unión con Cristo, el vivir de acuerdo con el evangelio, ni entra en el horizonte de la vida diaria la presencia del otro, difícilmente el amor de Cristo urgirá.
Si todo es lícito, si todo vale según la subjetiva conciencia de cada uno, Cristo ya no tiene cabida en el peregrinar, ya que se presenta sin una meta.
Si desaparece, por tanto, en la vida humana la presencia de Dios, ya no tiene sentido el pecado, ni es necesaria la misericordia del Salvador; si no precisamos ser salvados de realidad alguna, el naufragio de nuestra existencia se vuelve cotidiano, aún sin darnos cuenta, pensando sólo que es propio de la fragilidad humana de la que nadie puede rescatarnos, intentando sobrevivir apelando a otros recursos que no son indispensablemente los que provienen del Creador.
Sin embargo, aún allí está presente el Señor, asegurándonos su fortaleza para sortear las tempestades y llevarnos al  puerto de su benevolencia.
Por eso,  es vital en relación con la comprensión de Cristo, que no lo conozcamos “con criterios puramente humanos” como enseña el apóstol, recurriendo a Él sólo cuando lo necesitamos, sino que nos afirmemos en su divinidad en cada momento del peregrinar humano, de modo que sea realidad el que, “sea que vivamos en este cuerpo o lejos de él, nuestro único deseo es agradarle” (2 Cor. 5, 6-10).
Queridos hermanos: pensemos en lo que nos dice san Pablo “el que vive en Cristo es una nueva criatura: lo antiguo ha desaparecido, un ser nuevo se ha hecho presente”.


Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el domingo XII durante el año. Ciclo B. 20 de junio de 2015. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com
















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